En otros lugares del planeta, las familias salen por pan y leche con la mayor preocupación de si alcanzarán estacionamiento o si el aguacate estará en oferta. En México, en cambio —al menos en esa sierra olvidada del Rosario,en Sinaloa—, hay que pedirle “raid” al Ejército para ir al súper. Porque aquí, donde la patria presume soberania, la libertad de tránsito llega camuflada, con fusil al hombro y permiso para disparar a quien se atreva a impedir las compras del super para seguir sobreviviendo a la guerra de bandos de la misma banda.
Durante dos días —lunes y martes, días que en cualquier calendario serían anodinos— hordas de familias serranas cruzaron caminos de polvo y miedo escoltadas por soldados. No era un desfile militar ni una película de acción: eran ciudadanos buscando frijoles, maseca y algo de carne para las fiestas. En Gaza buscan refugio; en Ucrania, generadores de luz; en esta parte de México, harina para las tortillas. Cada quien con su tragedia, adaptada al folklore local.
El convoy —cinco camionetas, una patrulla, una unidad táctica— avanzaba entre cerros donde solo el eco se atreve a gritar. Tres horas para abastecerse, bajo la vigilancia de quienes deberían estar impidiendo que eso ocurra,no paliando sus efectos cuidando los pasillos del mercado. Tres horas para fingir normalidad en un territorio donde el miedo se mide por kilos de maseca y litros de refresco.
Y así retorna la caravana, cargada de víveres y resignación. No hay aplausos ni himnos, solo la rutina de un país que ha aprendido a vivir con su propio absurdo: un lugar donde el pueblo camina escoltado y la ley llega en convoy para garantizar que al menos haya tortillas en la mesa de fin de año.
Aunque para otros es peor pero igual de absurdo, los ayudan a irse de sus comunidades, en vez de ayudarlos a quedarse.
Con informacion: NOROESTE/
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