El “sueño interoceánico” se convirtió en pesadilla sobre rieles. Trece muertos, decenas de heridos y un país entero preguntándose cómo es que un tren que se presumía “de clase mundial” terminó hecho chatarra en el monte oaxaqueño. El primer gran “logro” humanitario de las obras insignia del ex presidente López Obrador llegó más rápido que cualquier vagón del Istmo.errores de principiante: cálculos mal hechos, materiales mal cotizados, supervisores fantasma y rieles duplicados “por equivocación”.
A los militares se les entregó todo: millones de pesos, el discurso de la pureza institucional y las llaves del desarrollo. El resultado: un tren que descarrila… pero no precisamente hacia la modernidad.
La Marina, convertida en constructora exprés por decreto político, demostró que su pericia en cemento y durmientes no es ni remotamente equiparable a su disciplina marcial. La Auditoría Superior de la Federación ya había olfateado el desastre en al menos cinco informes, señalando errores de principiante: cálculos mal hechos, materiales mal cotizados, supervisores fantasma y rieles duplicados “por equivocación”. Si fuera comedia, tendría risas grabadas. Pero no hay chiste que aguante trece ataúdes.
El almirante Raymundo Morales —hombre de confianza en el sexenio anterior y ahora jefe de toda la Marina bajo Sheinbaum— está en el ojo del huracán. O, mejor dicho, del descarrilamiento. Porque si algo quedó claro, es que el tren no solo se salió de los rieles: también se salió de control la narrativa de la eficiencia militar.
Los informes auditoriales parecen una tragicomedia contable: maquinaria que nunca llegó, supervisores que jamás aparecieron, letreros pagados pero invisibles, y rieles que fueron comprados con peso y densidad equivocada, durante cuatro años seguidos. Lo más grotesco es la justificación oficial: que la prisa era mucha y el presupuesto se tenía que gastar. Como si la urgencia legitimara el caos.
Hoy, la presidenta Sheinbaum promete una certificación internacional “para garantizar la seguridad”. Bien. Pero sería más útil certificar la capacidad del Estado para no convertir cada megaproyecto en monumento al despilfarro y la ineptitud. Porque en este tren, entre el acero mal colocado y las cifras “redondeadas”, lo único que siguió la línea fue la corrupción.
Con informacion: DIARIO ESPAÑOL/ELPAIS/ZEDRIZK RAZIEL

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