En Tamaulipas, el agua parece evaporarse más rápido que la credibilidad del gobernador Américo Villarreal. Entre discursos tibios y frases de manual, el mandatario de Morena asegura que no concentra concesiones, como si el simple acto de negarlo fuera suficiente para purificar el pantano político en el que se mueve. El problema no es lo que niega, sino lo que calla: los pozos secos, las comunidades olvidadas y la danza opaca de permisos que benefician a los de siempre, los del poder detrás del poder.
A través de una carta firmada por el coordinador de Comunicación Social del gobierno estatal, Francisco Cuéllar Cardona, el gobierno del mandatario señaló que ninguna de las concesiones mencionadas en la nota publicada por EL UNIVERSAL “Políticos acumulan concesiones de agua que equivalen a más de 2 mil albercas olímpicas al año” ha estado «registrada jurídicamente» a su nombre.
En el escrito, el gobierno de Tamaulipas argumenta que las concesiones ubicadas en Guanajuato dejaron de formar parte del patrimonio familiar hace aproximadamente seis años, luego de que los terrenos, propiedad del padre del gobernador y posteriormente heredados a su madre, fueron vendidos.
Respecto a los títulos localizados en el municipio de Padilla, Tamaulipas, el equipo del gobernador indicó que éstos pertenecieron a su padre, fallecido hace 15 años, y que el trámite corresponde a una regularización sucesoria.
De acuerdo con la revisión realizada por EL UNIVERSAL, el nombre de Américo Villarreal Anaya aparece en el Repda asociado a siete concesiones de agua para usos agrícolas y pecuarios, con un volumen total de 381 mil 951 metros cúbicos anuales, cinco de ellas en Tamaulipas y dos en Guanajuato, registradas entre 1998 y 2025.
Su negación, tras los señalamientos de la prensa nacional, suenan a la misma melodía de todos los que llegan con la bandera de la transformación y el humanismo hipocrita, pero terminan bebiendo del mismo manantial de privilegios. No hay que confundir serenidad con omisión ni prudencia con complicidad: el silencio, en estos casos, también tiene precio.
El gobernador quiere convencernos de que sus manos están limpias, aunque en Tamaulipas todos saben que el agua escasa se ha vuelto oro líquido. Lo más insultante no es que intente defender lo indefendible, sino que lo haga fingiendo inocencia, apelando a la buena voluntad de un electorado ya cansado de escuchar promesas deshidratadas. Si Morena presume ser distinta, alguien debería recordarle a Villarreal que el monopolio del cinismo ya está saturado.
Con información: ELUNIVERSAL/










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