A Alan Gabriel Núñez Herrera le cayó la noche… y la DEA ya no tendrá que buscarlo. El mismo hombre al que el Departamento del Tesoro gringo acusó de surtir fentanilo para el Cártel de Sinaloa amaneció frío y sin escolta en el norte de Culiacán, justo ahí, en Tres Ríos, donde la vida es cara pero la muerte se reparte sin recibo.
No era cualquier ficha: Núñez traía encima una orden internacional y una recompensa de un millón de dólares, cortesía de Estados Unidos, por andar mezclando negocio con veneno. Según la OFAC, el tipo lavaba dinero a ritmo de smartphone y hamburguesa gourmet: desde tiendas de celulares hasta locales de comida rápida, todo servía para blanquear millones del polvo que mata a los gringos y enriquece a los “Chapitos” ,esos que habian sido aliados de Morena ,el gobierno federal y hasta el ejercito.
Las pesquisas lo pintaban como pieza del engranaje dorado del clan Guzmán, operando junto a personajes de novela —los hermanos D’Artagnan y Porthos Marín— que hacían malabares entre ventas de fentanilo y facturas limpias de empresas americanas. Un esquema brillante en papel… hasta que se secó la tinta.
El lunes 22 de diciembre, su historia cerró en el fraccionamiento Bonanza, justo frente a las oficinas del Gobierno estatal y a espaldas de una privada llamada Ágata —una ironía que ni el mejor guionista del narco podría haber planeado. Vecinos vieron el cuerpo en la banqueta y, como dicta el ritual sinaloense, llamaron a las autoridades que llegaron, acordonaron, levantaron, y luego… silencio administrativo.
Hasta ahora no hay versión oficial. Solo la certeza de que otro operador de los “Chapitos” ya no operará, menos con la facilidad que ahora opera La Mayiza.
Culiacán, por su parte, sigue con su vida entre retenes, refuerzos militares y titulares que parecen reciclados: otro día, otro ejecutado, otro expediente que se cierra a balazos.
Con informacion: ELNORTE/

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