El gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, lanzó una perla de esas que merecen disección quirúrgica y un poco de sarcasmo para soportar la vergüenza ajena. En sus declaraciones, habló así de una funcionaria que ayer nombro secretaria de Gobierno:
“Geraldine era una meserita de una lonchería de Dimas… y le tocó una de las tómbolas de Morena y se vino de diputada”. Ese tono campechano —que pretende sonar chusco— destila el tufo del viejo patriarca de cantina, convencido de que la anécdota graciosa suaviza el clasismo y el machismo incrustado en su frase.
Desmenucemos con irreverencia
Primero, el diminutivo “meserita”. No es un gesto de cariño, sino una reducción. Como buen reflejo de poder, el gobernador toma una ocupación digna —ser mesera— y la encoge a juguete verbal para remarcar jerarquía: él arriba, ella “la meserita” que tuvo suerte de subirse al barco de Morena.
A eso, en lenguaje llano, se le llama «mansplaining», una palabra que proviene del inglés y combina man (hombre) y explain (explicar). Según el Cambridge Dictionary, se trata del acto de explicar algo a alguien de un modo que sugiere que la otra persona —usualmente una mujer— es menos inteligente o informada, incluso cuando pueda ser experta en el tema. En español, se usa de forma equivalente la expresión “machoexplicación”, un neologismo que la Fundéu, hoy oficialmente FundéuRAE Fundación del Español Urgente, institución sin ánimo de lucro dedicada a promover el buen uso del idioma español, sobre todo en los medios de comunicación y entornos digitales
Decir que la funcionaria “se sacó la tómbola” es otra joya: una manera de despojar de mérito el ascenso político de una mujer, atribuyéndolo al azar o al favor político, no a capacidad. Es el típico relato paternalista con el que muchos caudillos intentan reafirmar autoridad sobre las mujeres que ascienden en su estructura.
Análisis jurídico
Desde un punto de vista legal, la frase podría transitar entre lo éticamente deplorable y lo administrativamente sancionable. Bajo el Protocolo para la atención de violencia política contra las mujeres en razón de género, emitido por el INE y reflejado en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV), la conducta podría configurarse como violencia política simbólica o verbal, al usar expresiones que menoscaban la trayectoria pública de una mujer por razones de género.
También podría enmarcarse en el artículo 5, fracción VI de dicha ley, que define violencia simbólica como “cualquier mensaje, patrón o estereotipo que transmita desigualdad o discriminación hacia las mujeres”. Rocha Moya, al degradar el trabajo de una exmesera y asociarlo con falta de mérito, cae justo en ese terreno.
En materia administrativa, la Ley General de Responsabilidades Administrativas sanciona conductas contrarias a la igualdad y respeto en el servicio público, especialmente cuando provienen de un servidor de alto rango.
Que un gobernador use su micrófono institucional para referirse a una colaboradora en esos términos es inaceptable. Llama la atención que alguien que se asume progresista recicle viejas fórmulas de dominación: convertir el origen popular de una mujer en motivo de mofa. No hay nada gracioso en recordar los trabajos previos de una funcionaria para medir su mérito.
En pocas palabras: Rocha,quien arrastra serias acusaciones por narcoligas, creyó estar contando una anécdota simpática, pero en realidad firmó un autorretrato de soberbia política y ceguera institucional. Si sus asesores en comunicación y en materia de igualdad de género no acudieron al rescate, deberían considerar capacitación urgente: el gobernador necesita aprender que la condescendencia disfrazada de chiste también es violencia.
Con informacion: CARLOS LORET/LATINUS
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