No deja de ser tragicómico lo de Gerardo Fernández Noroña, el diputado de lágrima fácil cuando las cámaras apuntan y la causa está lejos. Esta vez lloró por Palestina, y los reflectores se le abalanzaron como abejas sobre la miel del oportunismo moral. Pero aquí, en el país de los más de 134 mil desaparecidos y los más de 227 mil muertos que ha dejado la dupla de los autollamados “gobiernos de la transformación” —primero el de López Obrador, luego el de Sheinbaum—, el hombre no ha sido capaz de humedecerse un ojo.
Ni una gota por las fosas clandestinas que se siguen abriendo cada semana. Ni un suspiro por las madres con palas y cruces, ni una lágrima por los rostros que se borraron del Registro Nacional de Personas. La empatía selectiva, ese deporte nacional de los políticos mexicanos, muestra en Noroña su máxima expresión: llorar por el desastre ajeno mientras se ignora la tragedia propia.
El drama mexicano no alcanza trending topic ni lágrima solidaria. Aquí las cifras se cuentan en vidas, pero se esfuman en discursos. Mientras tanto, él sigue en su papel de mártir internacional, apretando el pañuelo por las luchas lejanas, tan distante del horror cotidiano que ocurre a unos kilómetros del Congreso.
Tal vez algún día el llanto le llegue. Pero no por las víctimas extranjeras, sino por su propia complicidad con un país que se desangra mientras sus dirigentes hacen del silencio una forma de gobierno y de la indiferencia, una ideología.
Con informacion: NOROESTE/REDES

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