La postura del gobierno de Claudia Sheinbaum al respaldar nuevamente a la dictadura cubana ante la ONU no es sólo una repetición de la narrativa priista-obradorista, sino una señal preocupante del nivel de cinismo y desconexión con la realidad política y social de la isla. Mientras México insiste en hablar de un supuesto “bloqueo comercial” –esa palabrita favorita del oficialismo, que sirve para justificar cualquier desastre de la llamada revolución cubana–, el exembajador estadounidense Christopher Landau y actual subsecretario de Estado de EE.UU la desmiente sin titubeos, calificando esa versión como una fantasía y, de plano, “una mentira de principio a fin”.
El “bloqueo” que nunca existió
Según Landau, lo que existe es un embargo, resultado de leyes estadounidenses aprobadas en instancias democráticas, que restringen transacciones con Cuba únicamente para ciudadanos y entidades de Estados Unidos. Todo lo demás –incluyendo la “enorme cantidad de petróleo” que México envía a la isla para sostener al régimen– demuestra que no hay tal cerco internacional, ni mucho menos un asedio comercial tipo medieval.
Apoyo a dictaduras, a costa del prestigio
La postura de Sheinbaum evidencia no sólo una falta de criterio, sino una peligrosa disposición a legitimar una dictadura sangrienta, caudillista y anacrónica, “que se ha afianzado en el poder durante el doble del tiempo que Porfirio Díaz mantuvo México” –como señala el propio Landau. Que México repita el cuento del “bloqueo” no sólo perpetúa el mito, sino que convierte al país en cómplice de la represión y el atraso insular, poniéndonos del lado equivocado de la historia por mero cálculo ideológico.
¿Soberanía o sumisión ideológica?
¿De verdad el gobierno mexicano cree que defender a la isla es un acto de soberanía? Porque lo que queda claro es que alinearse con una dictadura, mientras se ignoran los derechos humanos y las libertades civiles elementales, sólo nos acerca a un club del que ningún país democrático presume pertenecer: el de los alcahuetes de dictaduras envejecidas y autoritarias.
En vez de confrontar a Estados Unidos por “fantasmas”, la diplomacia mexicana debería dejar de coquetear con la retórica viejísima del “imperio” y preguntarse si su supuesto antiimperialismo no es, en realidad, cobardía ante el poder real de una dictadura que no tolera la disidencia ni el voto libre. Así, la confrontación la está generando un gobierno que se empeña en defender lo indefendible y que, en plena cara del país, sigue apostando su prestigio en el escenario internacional, sólo para quedar bien con el castrismo moribundo que asfixia a los cubanos desde hace décadas.
Con informacion: PROCESO/

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