En algún punto entre Mérida y Campeche, los diputados del Partido Verde aliados de Morena, Harry Rodríguez Botello Fierro y Andrés Fernández del Valle Laisequilla encontraron la ecuación perfecta entre el poder político y el etanol: dos copas menos del límite del ridículo. La cámara del celular —esa testigo incorruptible del siglo XXI— los sorprendió en su plenitud alcohólica, entre chascarrillos dignos de un karaoke de madrugada y declaraciones deportivas con más espuma que una jarra de cerveza.
Ahí estaban, tan orgullosos como el verde de su partido, declamando en clave de cantina el amor por el América y el Cruz Azul. Una escena tan folclórica que ni la burla perdona: dos legisladores compitiendo por el campeonato nacional de la lengua trabada. Pero más allá de la risa, detrás del balbuceo y la euforia, hay una historia microscópica.
El alcohol, ese impostor líquido con invitación a cada brindis, inicia su desfile por la mucosa del estómago y el intestino delgado. Al ser una molécula pequeña y soluble tanto en agua como en grasa, atraviesa las membranas celulares con la facilidad de un rumor en campaña. De ahí pasa al torrente sanguíneo, y en minutos llega al cerebro, cruzando la barrera hematoencefálica sin credencial alguna.
Una vez dentro, el etanol interfiere con los neurotransmisores. Inhibe al glutamato —el mensajero de la excitación— y potencia al GABA —el de la calma—, logrando que las neuronas del lenguaje se vuelvan turistas confundidos en su propio país. Resultado: las palabras pierden rumbo, la lengua se descoordina y el discurso político se convierte en poesía etílica involuntaria.
El video, claro está, terminó donde acaban casi todos los excesos públicos: en el escritorio de un comité disciplinario que redactó con formalidad quirúrgica la defunción laboral de Rodríguez Botello Fierro. No dijeron “borrachera”, dijeron “cumplimiento de temporalidad”; una forma elegante de esconder el olor a whisky bajo un comunicado oficial.
Y así, entre risas, vergüenza y metabólicos defectos, dos diputados probaron que el alcohol no distingue entre el ciudadano común y el servidor público: sólo busca el siguiente vaso y una neurona distraída a quien convencer de que hablar sin filtro es una forma de sinceridad.
Con informacion: ELNORTE/

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