El Cártel de Sinaloa, que parece no tener días santos ni descanso dominical, volvió a recordarle al gobierno y a los soldados empapados de sudor —y de estrategia— que en Culiacán el ruido que manda sigue siendo el de las balas.
A eso de las 10:40 de la mañana, cuando muchos apenas iban por el menudo o la birria, las calles de la colonia 7 Gotas se convirtieron en escenario de una ráfaga matutina. En plena Enrique Martínez, entre Juan de la Cabada y Arroyo 2, los vecinos escucharon desde el bullicioso bulevar Agricultores un concierto metálico de detonaciones. Resultado: un hombre herido y tres carros que ya pueden presumir perforaciones sin costo extra.
Los presuntos tiradores iban montados en una motocicleta —porque la discreción también se conduce sobre dos ruedas— y, sin más ceremonia, abrieron fuego contra su objetivo. Las balas alcanzaron al hombre y rebotaron en tres vehículos que estaban estacionados frente a las casas. Dos Chevrolet rojos y un sedán gris quedaron tatuados con impactos de plomo, testimonio de otro domingo en Culiacán.
El Ejército y la Policía Estatal llegaron al punto con el manual de coordinación en mano y pusieron cinta amarilla como quien intenta sostener un secreto. Paramédicos recogieron al herido, cuya identidad sigue guardada bajo llave, y peritos de la Fiscalía General del Estado comenzaron la liturgia de medir, fotografiar y levantar casquillos como si fueran flores de un jardín torcido.
Los carros baleados, ya inservibles pero valiosos para la investigación, fueron remolcados a la pensión oficial, ese limbo donde terminan los vehículos que vieron demasiado.
Así amaneció Culiacán: con sol, soldados, y un recordatorio estridente de que, por mucho operativo y discurso, el plomo sigue marcando los domingos a casi 14 meses de guerra y contando.
Con informacion: NOROESTE/

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