El contraste es grotesco, casi obsceno. En una tierra marcada por la pólvora, donde el plomo dicta horarios y la extorsión marca precios, la morenista Fanny Arreola Pichardo escogió celebrar al compás del narcocorrido.
El pasado 27 de octubre, en plena Expo Feria 2025, pidió —con sonrisa cómplice y micrófono en mano— que el grupo Los Originales de San Juan le dedicara esa oda al poder criminal titulada “La raza michoacana”.
Así, mientras el pueblo llora a un líder limonero recién asesinado por confiarle su vida a la estrategia del gobierno , su mandataria disfruta versos que glorifican el tráfico y la violencia que devoran a su municipio.
Resulta ofensivo que la misma clase política que presume “moralizar” al país, que censura la apología del narco con decretos y multas, aplauda cuando la trasgresión viene de casa. La Secretaria de Gobernación emite prohibiciones, pero la alcaldesa morenista las canta. Sheinbaum promueve una imagen de disciplina institucional, pero sus cuadros locales sirven de coro al cinismo y la incongruencia. Vaya ironía: el discurso de legalidad termina desafinado entre guitarras y aplausos.
Y mientras tanto, los narcos siguen cobrando cuotas, los campesinos siguen enterrando líderes, el comercio se asfixia entre amenazas, y la guardia nacional organiza reuniones de emergencia que excluyen —con justa razón— a quien prefiere ser espectadora musical antes que autoridad responsable. Fanny Arreola se excusa: “no tengo vehículo blindado, no tengo seguridad”. Pero parece tener algo peor: indiferencia.
Lo que sucedió en Apatzingán no es un episodio anecdótico. Es una radiografía moral de un poder politico y criminalmente organizado que perdió la compostura y la brújula. Una administración que olvida que gobernar no es entretener, sino asumir consecuencias. Si el lema de Morena es “no mentir, no robar, no traicionar”, quizá deberían agregar “no cantar” cuando el país se desangra.
Con informacion: ELNORTE/

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