Múltiples daños materiales dejó enésimo ataque armado directo contra una vivienda de la colonia Guadalupe Victoria, en Culiacán, la cual también fue incendiada por los responsables que llegaron a plomear con ametralladoras el domicilio ayer domingo a las 11:00 hrs, ubicado en la calle Fray Bernardo de Sahagún, entre Fray Andrés Tello y avenida José Valadez.
Pero casi al mismo tiempo y en mismo país donde la guerra se mide en boletines y balas, la FGR salió a presumir su gran victoria: la extinción de dominio de una sola propiedad en Culiacán, valuada en 4.3 millones. Un logro “histórico” si se considera que en más de un año de guerra contra el narco, los comunicados han sido más abundantes que las sentencias.
Mientras tanto, a unas cuantas cuadras, las dos facciones de su majestad impune, el Cártel de Sinaloa lleva su propio registro catastral: “extinguished” —como dirían los reportes internacionales— decenas, quizá cientos, de inmuebles. Sin jueces, sin sellos, sin firmas; solo fuego, ráfagas y miedo. La eficacia no se presume, se escucha.
La FGR celebra una victoria simbólica con cinta y tijeras. El cártel, por su parte, celebra con llamas y metralla la extinción literal: casas reducidas a ceniza, colonias marcadas con el sello invisible del terror. Dos modelos de gestión de bienes: el del Estado, burocrático y tardío; y el del narco, inmediato, contundente, sin necesidad de gacetas oficiales.
En esa línea fina entre el legalismo y la barbarie, el ciudadano mira cómo los comunicados de prensa y las ráfagas nocturnas se turnan el protagonismo de la realidad. La justicia, al parecer, sigue esperando su propia acta de extinción.

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