La cifra de muertos por la explosión de un coche bomba ocurrida ayer frente a instalaciones de la Policía Comunitaria de Coahuayana, Michoacán, se elevó a cinco, luego de que en sitio se localizara una camioneta siniestrada por la explosión, así como los restos de dos personas.
El saldo actual se mantiene en cinco personas muertos derivado del estallido, el cual se registró a las 11:40 horas de ayer sábado 6 de diciembre sobre la avenida Rayón, colonia centro, de la localidad.

Sin embargo, el alcalde de Coahuayana, Andrés Aguilar Mendoza, informó en entrevista con Quadratín que estimaban una cifra de entre 20 y 25 personas lesionadas por la explosión debido a que afectó varias cuadras y dañó inmuebles.
Coahuayana arde: cuando el terrorismo tiene acento local y el gobierno lo llama “incidente”
Cinco vidas truncadas de policías frente a las instalaciones de la Policía Comunitaria y otros cinco policias heridos, en un ataque que cualquier país del planeta clasificaría sin titubeos como terrorismo, pero que en México los comunicados oficiales prefieren maquillar con frases como “hechos de violencia”, “agresión con explosivos” o la más burocrática de todas: “evento delictivo”.
El estallido de la camioneta no solo destrozó el edificio —dejando policías muertos y heridos—, sino que también voló por los aires el pudor semántico del Estado mexicano, que aún se resiste a llamar terroristas a los grupos criminales que operan como ejércitos insurgentes, con tácticas propias del Medio Oriente y no de una disputa por la plaza.
Y es que no es la primera vez. En julio de 2023, en Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco, otro coche bomba explotó al paso de policías, dejando seis muertos. En 2010, en Ciudad Juárez, un vehículo armado con explosivos y un falso llamado de auxilio mató a tres personas, incluido un médico militar.
En acabar en Octubre de 2024 y ya bajo el sedicente segundo piso, estallo otro coche bomba.
En todos los episodios, los cárteles han hecho del terror no solo un método, sino un mensaje político: demostrar quién manda donde el Estado finge gobernar.
A nivel mundial, los parámetros son claros. En Irak, Afganistán, Siria o incluso en atentados en Europa, cada explosión dirigida contra fuerzas de seguridad o civiles se califica de terrorismo. No hay eufemismos ni tecnicismos: si un grupo armado ataca una institución con explosivos, está librando una guerra irregular. Pero en México, aún cuando una camioneta estalla frente a la Policía, el debate se reduce a si fue “una venganza entre grupos” o “una emboscada más”.
¿Terorismo? No, dicen los comunicados. Solo crimen organizado. Pero las víctimas sienten el mismo miedo que en Bagdad, las calles huelen igual a pólvora y el mensaje de quienes colocan esas bombas es idéntico: el poder ya no está en manos del Estado, sino de quienes siembran el terror.
Con informacion: ELNORTE/

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