El Tratado de Aguas de 1944 es un traje a la medida de Washington: a México le toca la sequía, a Estados Unidos el “derecho” a quejarse si la presa no le llega llena. Y aun así, a estas alturas, el arreglo sigue blindado como si fuera dogma de fe hidráulico en plena crisis climática.
Cómo funciona el truco
En papel, el Tratado reparte “equitativamente” el agua de los ríos Colorado, Bravo y Tijuana, pero la letra chica es generosa con el vecino del norte: México está obligado a garantizar 2,158.6 millones de metros cúbicos cada cinco años desde sus afluentes del Bravo, con derecho limitado a diferir déficits, mientras EU tiene asegurado un flujo anual estable desde el Colorado.

El diseño permite a Estados Unidos ajustar entregas cuando declara reducciones a sus propios usuarios por sequía, mientras México carga con la etiqueta de deudor serial si no cumple el volumen aun en condiciones extremas.
Las “ventajas” made in USA
La maravilla del mecanismo para Washington es triple: recibe agua mexicana relativamente barata, obtiene una palanca política permanente y puede vender la narrativa de que México “le roba” agua a Texas cuando el ciclo va atrasado. De paso, el aparato diplomático y comercial de EU usa el Tratado como botón de presión: amenazas de aranceles, sanciones o condicionamiento en otras agendas si el contador hídrico no va en verde.
México: el que pone el líquido y la cara
Del lado mexicano, el esquema significa exprimir presas internas y sacrificar riego agrícola para no quedar en falta, como ya ha ocurrido con conflictos en Chihuahua, Tamaulipas y Nuevo León cada vez que se acerca el cierre de ciclo. El resultado político es perfecto para EU: el enojo se queda en los valles de riego y en las cuencas mexicanas, mientras en Texas se vende la idea de que el tratado aún así es “suave” con México.
Ventajoso, pero vigente
La joya final: a pesar de que la crisis climática, las sequías y las disputas locales han cambiado por completo la realidad hídrica, la estructura básica del Tratado sigue intacta y operando como si fuera 1944. Cada nueva “minuta” o ajuste operativo, como el uso de presas y cuencas no previstas originalmente, termina parchando el viejo acuerdo… sin tocar el corazón del arreglo que mantiene a México en posición deudora y a EU con el grifo diplomático en la mano.
Con informacion: ELNORTE/

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