México vuelve a subirse al podio. No por sus playas, su gastronomía o su cine, sino por su inquebrantable constancia en la violencia. El nuevo Índice de Conflictos y Violencia Política 2025 de ACLED lo confirma: el país ocupa el cuarto lugar global en el nivel de riesgo “extremo”, codeándose con Siria, Palestina y Myanmar. Un honor compartido con naciones que viven guerras abiertas o colapsos institucionales. México, por su parte, parece haber conseguido el raro talento de sostener un conflicto sin guerra, pero con todos sus muertos.
Si este fuera un campeonato mundial, el país estaría en el top ten en casi todas las categorías sangrientas: octavo lugar en letalidad, segundo en peligro para civiles, y tercero en fragmentación de grupos armados. En otras palabras, México no sólo lidera la estadística: la domina, la repite y la perfecciona. Aquí la innovación no está en los semiconductores ni en la transición energética, sino en la eficiencia del caos.
Mientras Palestina, Ucrania o Sudán cuentan sus muertos en los campos de batalla, México lo hace en calles, bares, carreteras y hasta en conferencias de prensa. No hay una guerra declarada, pero sí una rutina de mutilaciones, secuestros y masacres que ya no altera el pulso nacional. La violencia no es noticia: es paisaje.
El informe no deja espacio para eufemismos. México registra un nivel de ataques contra civiles que lo pone entre los países más peligrosos del planeta, junto con Nigeria y Haití. Y aunque el gobierno repite que los homicidios “van bajando”, la realidad estadística se carcajea: más de 200 mil víctimas de homicidio doloso en el sexenio de López Obrador, un récord histórico que ningún spot de “transformación” puede maquillar.
En América Latina, México comparte cartel con Brasil, Ecuador y Haití, todos en la categoría de riesgo extremo. Ecuador subió varios puestos impulsado por una violencia de pandillas que ya parece franquicia exportable. Pero México sigue siendo el gran referente del crimen organizado continental: un país donde los grupos armados se multiplican más rápido que los programas sociales.
ACLED es claro: la violencia mexicana no se debe a una guerra convencional, sino a la mezcla tóxica de crimen, impunidad y fragmentación institucional. Es el colapso lento, elegante y burocrático de un Estado que normalizó el horror. Y lo más inquietante: sin bombas, sin ejércitos extranjeros, sin invasión. Solo con indiferencia y discursos que suenan a placebo.
Así, México gana otra medalla. No de oro ni de bronce, sino de sangre. Y como buen país fiestero, lo celebra con la misma indiferencia que aplica a sus reportes de derechos humanos: un “todo está mejorando” que suena más a plegaria que a política pública.
Con informacion: ACLED 2025/
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