El 12 de diciembre, entre avemarías, flashes y discursos, el aun gobernador de Morena en Tamaulipas, Américo Villarreal, se subió al atril durante la inauguración de la monumental Virgen de la Misericordia en El Chorrito, Hidalgo. Todo iba bien hasta que, en un arranque de honestidad divina o simple desconexión neuronal, el mandatario soltó:
“Y que aquí estamos empina… empeñados en poder seguir trabajando para el bienestar de todos nosotros.”
Un lapsus, dirán los benevolentes. Pero el subconsciente no miente: el gobernador dijo “empina” porque, efectivamente, Tamaulipas está empinado. Empinado en las cifras de desapariciones, encaramado en los rankings nacionales de delitos de alto impacto y recostado, con la complicidad del poder, sobre los hombros de un crimen organizado que goza de trato VIP y que lo posiciona como crimen autorizado.
El error freudiano fue casi poético: mientras hablaba de Misericordia, el gobernador evocó sin querer lo que el pueblo vive sin descanso —una posición incómoda frente a la ineptitud oficial y la impunidad institucionalizada.
Así que, más que un lapsus, fue un destello de verdad. Un instante de lucidez donde el discurso político se rompió y dejó escapar una confesión involuntaria. Américo Villarreal no se equivocó: Tamaulipas está empina… y él lo sábelo sabemos todos.
Con informacion:@Redes/

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