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miércoles, 15 de octubre de 2025

EL «DUENDE de MORENA»: Es el «RECUENTO de las BARRABASADAS de un LADRON ANIMAL POLITICO EXPERTO en OCURRENCIAS» …mitad chilango y mitad jarocho, tiene más vidas políticas que un gato callejero con fuero


Dicen en los pasillos del Senado que, de noche, cuando las luces titilan y el eco se arrastra por las alfombras del recinto, un pequeño duende morenista se cuela entre los dictámenes. No busca oro, sino transitorios. Se llama Manuel Huerta Ladrón de Guevara, aunque en los círculos del oficialismo le dicen, con resignada ternura: “el duende de Morena”.

Este senador, mitad chilango y mitad jarocho, tiene más vidas políticas que un gato callejero con fuero. Fue activista, funcionario, delegado del Bienestar y ahora legislador con vocación de travieso institucional. Su carrera está marcada por una constante: meter la cuchara donde menos se le invita y luego jurar —con una sonrisa de escuela dominical— que él no fue.

En Veracruz, cuando era delegado federal, se metió en líos con una denuncia por desfalco. Sus propios correligionarios lo señalaron, y la oposición aplaudió el espectáculo. Años después, el mismo Huerta se lanzó contra el gobernador Cuitláhuac García, luego contra su sucesora Rocío Nahle, y hasta contra los fantasmas políticos que dejó en el camino. Si había un avispero cerca, él metía el dedo.

Como senador, su creatividad legislativa es casi artística. Ha propuesto restaurar ríos desviados, convocar particulares al Senado —aunque la ley no lo permita— y ajustar circuitos judiciales “por razones de equilibrio territorial”. Ninguna de esas ideas prosperó, pero le valieron, eso sí, siete regaños presidenciales repartidos entre López Obrador y Sheinbaum. Ni los duendes se salvan del dedito moral de la 4T.

Su momento estelar llegó de madrugada, en esas sesiones legislativas donde el insomnio se confunde con la inspiración. Coló una reserva retroactiva en la Ley de Amparo y desató un caos jurídico digno de telenovela parlamentaria. La presidenta Sheinbaum hubo de salir a calmar la tormenta, mientras los panistas celebraban el autogol morenista con la mueca de quien ve a su enemigo enredarse solo con su manual de estilo. Huerta, con serenidad de cómico involuntario, alegó después que “no sabía” por qué se había metido el transitorio.

Pero el duende no se detiene. Entre propuesta surrealista y desdén de bancada, carga su fama de incorregible. Hace poco pidió «restaurar» el cauce de un río, como si fuera redacción de paisaje escolar. En otra, exhortó al Senado a pedir cuentas a empresas privadas, olvidando que el Legislativo no tiene esas atribuciones. Lo frenaron a tiempo, pero el intento quedó registrado en las crónicas del absurdo.

Su biografía política también coquetea con el escándalo penal. En 2020 fue denunciado por violación y acoso. El caso se diluyó en la burocracia judicial veracruzana, pero el episodio quedó grabado. López Obrador, entonces presidente, tuvo que mencionarlo en la mañanera, con la frase clásica: “sin impunidad para nadie”. Nada prosperó, pero la sombra quedó.

En campaña por el Senado, arrancó en Catemaco, a medianoche, en una “misa negra” para “cargar buenas vibras”. Ningún estratega lo habría recomendado, pero Huerta es hombre de símbolos esotéricos, no de asesorías políticas. Desde entonces pelea con Rocío Nahle y fiscaliza al mismo gobierno que le dio curul.

Su humor es raro: mezcla de sarcasmo parroquial y audacia suicida. Pero detrás de las risas, su figura revela una verdad incómoda: en Morena también hay gremlins que sabotean el sueño de disciplina obradorista. Mientras otros construyen consensos, Huerta se dedica a probar si el sistema aguanta una travesura más.

Y ahí sigue, atornillado a la silla del poder, dando cuerda a su propio mito. Si la política mexicana tuviera duendes de verdad, sin duda este sería el más peligroso: el que ríe, improvisa y sobrevive.

Con informacion: MILENIO/

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