En la base aérea militar de Mérida, Yucatán, los soldados cerraron discretamente las puertas y se apostaron al lado para que nadie saliera. Quedaron atrapados políticos y empresarios, integrantes del gabinete e invitados, que esperaban en minutos tener una reunión con el presidente López Obrador en el marco de su gira para supervisar el Tren Maya el 23 de abril de este año.
“Ojalá no nos vayan a apagar el aire acondicionado”, soltó uno de los asistentes que había seguido al presidente en su recorrido por el sureste, y había estado el día anterior en Quintana Roo. Contó que López Obrador se había sentido un poco mal y había pedido que apagaran “el clima”. Con el calor de la Península, la reunión se había tornado insoportable.
Pero en eso sucedió algo que dejó a todos pasmados. A través de las ventanas vieron a militares que empezaron a correr de un lado a otro, frenéticamente. Había una sensación de emergencia en un sitio tradicionalmente calmado y ordenado. Aparecieron médicos, paramédicos y una ambulancia.
Al cabo de un rato, los militares abrieron las puertas para dar paso a dos uniformados que entraron con paso firme: eran los secretarios de Defensa y Marina. Bromistas, tratando de relajar el ambiente, el general Luis Cresencio Sandoval y el almirante Rafael Ojeda trataron de explicar a los asistentes que el Presidente ya no estaría en la reunión, soltaron casi como divertida confidencia que la señora Beatriz le había hablado para pedirle que ya se regresara a la Ciudad de México porque era el cumpleaños de su hijo Jesús Ernesto, que ya había trabajado mucho y que lo querían de vuelta en casa, en Palacio Nacional.
No era verdad. Al poco rato, los asistentes —que hablaron a condición del anonimato para evitar represalias— supieron la verdad. Los soldados y marinos que estaban afuera del edificio se los contaron: el Presidente se había desvanecido cuando se disponía a desayunar, lo habían tenido que canalizar y subido de emergencia a una aeronave de la Fuerza Aérea. Interrumpió su gira y fue trasladado a la Ciudad de México para que lo atendieran de inmediato.
El gobierno trató de esconder lo que había pasado. Varios funcionarios de alto nivel mintieron sobre la salud del Presidente. El vocero dijo inicialmente que no se había interrumpido la gira. Poco a poco se fue sabiendo la verdad. La versión oficial fue cambiando paulatinamente. Cuando reapareció, el Presidente dijo que le había dado Covid, que le bajó la presión y como que se quedó dormido, un “desmayo transitorio”, le llamó.
Sin embargo, dos gobernadores obradoristas, que fueron convocados a Palacio Nacional el miércoles 26 de abril —tres días después del episodio en Mérida— me dijeron que les habían confiado informalmente que al Presidente tuvieron que hacerle un cateterismo, y que por eso había demorado en aparecer ante la opinión pública. Esto nunca fue confirmado oficialmente, pero no sería la primera vez que el gobierno esconde deliberadamente la condición real de salud del Presidente, miente sobre el trato médico que como todo jefe de Estado recibe de manera privilegiada, y trata de manejar sus enfermedades como parte de una narrativa político-electoral que buscar presentar al mandatario como un hombre fuerte que recibe los mismos servicios de salud que cualquier ciudadano.
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