El lopezobradorismo ha emprendido con ímpetu uno de sus capítulos más esperados y riesgosos. La sucesión de Andrés Manuel López Obrador destaza leyes electorales y, en un proceso que deconstruye y multiplica su liderazgo, desmonta las premoniciones de un destape convencional.
El presidente ha impuesto a la República adelantadas campañas electorales para que México escuche el eco de sus ambiciones. Pone a prueba a sus tres “hermanos” —que desde el lunes recorren el país en su nombre—, a fin de saber quien merece su venia, quien garantiza el futuro más parecido al hoy.
Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López mudaron de piel en cuestión de horas, y despojados de la parafernalia de los altos cargos recorren la nación en una campaña adelantada, ilegal, abusiva, cara y ensordecedora que muestra, sin embargo, que cada uno de ellos es un poco AMLO, que cada uno de ellos eligió interpretar algo de su insustituible líder.
Sheinbaum es la mujer de los 200 mítines en 70 días. Quiere ser el AMLO del infatigable músculo de la movilización. Para heredar la estructura construida por su sempiterno jefe, ha de demostrar que ilusiona a bases y líderes en mitin tras mitin, ciudad tras ciudad: arenga tras arenga invocando a Palacio.
Ebrard es aquel deseoso de ser aceptado en la familia, cuidar de ésta al tiempo que propone sumar a otros sectores. Por el bien de todos, primero los de casa. El excanciller quiere que el presidente sepa que sus hijos estarán en buenas manos, amor con amor se cobra, y ofrece conquistar a más públicos.
Adán Augusto emula la prédica de su paisano; se echa a la carretera y lo primero que copia es el reclamo mediático: contra la prensa, contra molinos de viento porque este tabasqueño va de calca en eso de usar enemigos —el PAN también— para hacerse notar, para que lo identifiquen con YSQ.
Ninguno es AMLO, pero todos se guardan de sincerarse al respecto. Una campaña en tres frentes a favor de una persona que no será elegida en 2024 sino en interpósita humanidad; un sexenio en el ocaso que sin embargo es la esencia de la oferta electoral de la triada que pretende la banda presidencial.
Pero esta trinidad no es paritaria. Para nada conforman un triángulo equilátero estos que desde distinto ángulo se creen merecedores de continuar el lopezobradorismo. Uno habrá de trascender, y una de las tres ya es vista como puntera más que como compañera, como rival a vencer.
Sabedora de su delantera, y de que la estructura hoy se le ha puesto de modo, Sheinbaum se ha transfigurado en una suerte de incumbent. El guion de su gira es cerrado: vamos ganando, vamos a ganar, no vamos a arriesgar. En cada ciudad ella es el mensaje. Nada de improvisar, nada de innovar.
Claudia ejecuta la primera temporada de la campaña de 2024 en giras donde cosecha el trabajo partidista de años. Desde 2021 intensificó sus alianzas con liderazgos de todo el país. En estos 70 días irá a cada plaza a refrendar ese pacto, a marcar el territorio: esta herencia es de quien la trabaja.
Si para ser torero hay que parecerlo, para ser candidata presidencial de Morena hay que derrochar en mítines y concentraciones que cualquier campaña priista envidiaría. Porque nacieron para movilizar antes que para gobernar.
Antes de este desaforado proselitismo, en redes sociales vimos una vieja imagen de una Claudia que pateaba la calle para construir Morena. Gorra y morral tocando puertas, al sol, en el suelo. Así fue, mas así no ha de ser si de ganar la encuesta sucesoria se trata, para eso hay que despegarse.
Ella arriba, los demás abajo. Aprende rápido: el mitin no es informe, tampoco rueda de prensa. El templete es para prometer la ilusión (sic) de la continuidad y, sobre todo, para distanciarse: que vean que estás cerca del cielo en la tierra, cerca de ser tocada por el poder, cerca de presidir México.
Sí, pero sin perder el piso. Eso no es suyo antes de tiempo. Por ello no debe, dar nota. Porque en estos años las noticias solo se dan en Palacio. Claudia aparecerá en los medios porque llena las plazas, porque más que hablar ella, hace que todos hablen de ella. Con eso, y con no eclipsar, sobra.
Esa candidatura no tiene retrovisor ni pierde el tiempo en las redes sociales de sus adversarios. Ya usó TikTok con Rosalía y ese circo del Zócalo es cosa de su pasado. Su presente ha de conjugarlo para que todos scrolleen su cuenta y vean que los mítines oficiales de Morena son suyos. Todos, y solo suyos.
Marcando con su silueta a esa estructura, adueñándose del núcleo duro del morenismo, Sheinbaum quiere repetir la hazaña de los 30 millones de votos de AMLO en 2018. Con eso tiene, creen en su cuartel, para una campaña imbatible el año entrante le pongan a quien le pongan. Morena gana sola.
Morena y López Obrador, claro está. Porque si Sheinbaum afina la maquinaria morenista es para que con el envión presidencial que intervendrá, ilegalmente, en 2024 la derrota sea imposible e impensable. Ese combo es el que ella busca ofrecer en agosto: me pusiste el partido, te lo regreso a tono.
Ebrard ha tomado otra ruta. Su desventaja está en casa. Su reto es ganar el boleto desde afuera, desde los márgenes, desde la empatía por su torpeza en una lancha, por su impericia frente a una vaca, por esa sonrisa campechana suya que, o es producto del amor o es una arma secreta muy desconocida.
La elección de candidato de Morena tiene truco, se sabe que éste radica en la encuesta pero a decir verdad nadie puede asegurar que ya sabe cómo sacará Andrés Manuel de la chistera al o la candidata por la que se decida a finales de agosto. Y el que tiene (una mala) experiencia con ese acertijo es Ebrard.
El mal sabor de boca de hace 12 años, cuando le dejaron en la cuneta siendo el alcalde del que todos hablaban, le ha llevado a tomar la decisión de intentar una estrategia con la que se presenta de nueva cuenta ante la sociedad. Conozcan al nuevo Marcelo ustedes que ya conocían a Ebrard.
Consciente de que cada corcholata dirá que aventaja en sus encuestas, el excanciller asume que dada su larga carrera muchos tienen ya una opinión sobre él, buena o mala, pero fija. Entonces busca adeptos presentando a una persona: a su yo en vocho, en el kínder, en pareja, en modo influencer.
El exjefe de gobierno quiere ganar la encuesta mostrando que él tiene a los votantes indecisos, a los que se quedaron con ganas de un Morena eficiente y eficaz, de los que cuentan las horas para que acaben los insultos de las mañaneras, de esas y esos a los que aterra la derecha zafia pero también la mafia pretoriana que puede enquistarse cuando no esté Andrés, de que repita lo del 2012: qué bueno fue AMLO, qué bueno que se fue AMLO.
¿Se puede ganar desde el vocho una candidatura donde otra competidora parece ir sobre unos rieles que ya quisiera el Tren Maya para un domingo? ¿Se puede convencer a Palacio, y a sus duros exégetas, de que más es más, y que el año entrante se requerirán no solo los de casa sino no pocos de fuera?
Una semana es muy poca muestra para concluir que Ebrard será un candidato con actos boutique —así sean en rancherías y comederos—, pero boutique. Cierto que 5 millones no alcanzan para un templete de los de Claudia tres veces al día —ni una, pues—, pero ¿y la red que decían que habían tejido?
Lo seguro es que Marcelo sabe que esta campaña terminará en parejera entre él y Claudia. Cuando eso ocurra, de facto o de jure, alegará que él suma una narrativa de alegría (aunque a veces no sea más que hilaridad) y votos clasemedieros a la certidumbre de que Morena gana con cualquiera.
Bueno, decir que con cualquiera es un tanto temerario, y más luego de la ruda prédica en el desierto que ha emprendido— según él— Adán Augusto en esta campaña.
El primer paisano de la nación ha ido de sorpresa en sorpresa en estos días, desde no ir a registrarse hasta desdeñar los millones que Morena dispuso para la campaña. Pero, sin originalidad, él se afana en presentarse como un Juan Evangelista que ha de ganar voluntades a nombre de su primo-hermano.
Si las huestes morenistas buscan la versión recargada del lopezobradorismo en cuanto a rijosidad y sectarismo, Adán Augusto no oculta que esa oferta de campaña le viene bien. Ahora que, como su poderoso paisano, también ofrece —puertas adentro— que si de pragmatismo se trata, nadie como él.
Adán Augusto recorre el país luciendo en sus discursos ataques a la oposición y a factores de poder como los medios. El exsecretario de Gobernación no se escama y en el minuto uno de su aventura se va contra la televisora más grande, y contra el opositor más claro.
Esos homenajes velados a la forma de ser del presidente de la República se vuelven transparentes cuando critica los viáticos que Morena le dio a sus compañeros. AMLO nunca tuvo esos recursos, ergo yo los donaré.
Donación y lopezobradorismo siempre acaba mal. De hecho, Adán iba a donarlos a dos municipios y ya en Aguascalientes ofreció parte de ese recurso a un tercero. Y apenas va a una semana de campaña. A ese ritmo le tocarán unos 500 mil pesos a una decena de municipios. ¿Y la legalidad, apá?
Adán también hace un homenaje a López Obrador en eso de no ver la realidad que contradice su discurso. La marea de anuncios espectaculares suyos es un milagro millonario que poco tiene que ver con el evangelio de la austeridad. Y menos con la promesa de combatir la opacidad y la corrupción.
Inconsistencias monetarias aparte, la de Adán Augusto es la campaña de la abierta promesa a factores de poder de que la fiesta puede seguir en paz otros seis años para esos que, desde hace décadas, detentan amplios márgenes de ganancias al tiempo que escatiman derechos a consumidores.
Nos podemos pelear en público (él le llama tener diferencias, como lo dijo tras una reunión con empresarios el lunes en Jalisco), pero les seguirá yendo bien. Más de lo mismo pero para la siguiente generación. Y todo financiado con sus propios recursos. Ni los creadores de Connor Roy soñaron tanto.
Estas tres corcholatas son deconstrucciones del liderazgo de un presidente. Si se diera el milagro de que los tres convivieran equilibradamente luego de la encuesta, Morena se asomará al paraíso. De lo contrario habrá dos ángeles caídos.
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