Trump acaba de decir en voz alta lo que el resto lleva años maquillando con eufemismos: el fentanilo ya no es “droga”, es munición de destrucción masiva, barata y portátil en cada esquina de la vulnerabilidad humana.
Fentanilo: bomba de bolsillo
Cuando el presidente de la mayor potencia militar del planeta admite que “ninguna bomba causa el daño que esto está haciendo” y habla de entre 200 mil y 300 mil muertos al año, el lenguaje bélico deja de ser metáfora y se vuelve acta de defunción colectiva. Si dos miligramos —entre 10 y 15 granos de sal— bastan para matar, la línea entre laboratorio, laboratorio clandestino y laboratorio de guerra química se evapora como un riel más en una mesa de vidrio.
Orden ejecutiva en modo guerra
El decreto no habla como un documento de salud pública, habla como manual de respuesta ante un ataque químico: se instruye a Fiscalía a endurecer penas, a Guerra a aportar recursos de seguridad nacional y a Seguridad Nacional a usar la inteligencia diseñada para armas de destrucción masiva para rastrear redes de contrabando de fentanilo. Cuando el Pentágono entra a la conversación sobre una sustancia que antes se recetaba para el dolor, la frontera entre “narco” y “enemigo estatal” queda oficialmente borrada.
Cárteles como ejércitos, no bandas
Al designar al fentanilo ilícito como arma de destrucción masiva, se asume que quienes lo producen y distribuyen ya no son simples traficantes, sino actores que financian asesinatos, terrorismo, insurgencias y disputan rutas como si fueran corredores estratégicos de una guerra convencional. De paso, convertir a ocho cárteles en Organizaciones Terroristas Extranjeras, mientras se habla de ataques militares contra “narcoterroristas”, deja claro que el mapa narco deja de ser de puntos rojos y pasa a ser un tablero de objetivos militares.
El laboratorio global de la negligencia
La jugada de Trump también exhibe a los demás: si hace falta una orden ejecutiva para tratar al fentanilo como arma, es porque durante años otros toleraron su circulación como “otro problema de drogas” mientras se convertía en la principal causa de muerte de estadounidenses entre 18 y 45 años.

Aranceles contra México, Canadá y China por “incapacidad” para frenar el flujo venenoso suenan a sanción geopolítica, pero también a confesión tardía de que el norte llevaba años mirando para otro lado mientras contaba cadáveres.
Una guerra que ya se perdió en la morgue
Trump promete no descansar hasta erradicar el fentanilo de las calles, una molécula que ya demostró ser tan eficiente como los misiles para destruir comunidades desde dentro. La paradoja brutal es que al designarlo arma de destrucción masiva, tambien se reconoce que el enemigo no está en un silo nuclear, sino en pastillas falsificadas, en la economía del narco,en la complicidad de países enteros, ademas de la desesperación de quienes encuentran en un polvo barato la única vía de escape posible de una lastimosa realidad que los circunda y los atrapa, pero ya no los suelta.

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