El sábado 26 de septiembre, Trump presentó en la Casa Blanca a su candidata a la Corte Suprema, pese al deseo de la fallecida jueza progresista Rurh Ginsburg de que lo hiciera el ganador de las elecciones. Cinco días después, el coronavirus afloró entre los asistentes sin cubrebocas, y envió a uno de ellos al hospital: El Presidente de Estados Unidos.
Consciente de que se moría antes de llegar a noviembre y de que el Presidente de EU aprovecharía la ocasión para imponer a un juez ultraconservador en la Corte Suprema, la magistrada progresista Ruth Ginsburg dejó por escrito su última voluntad: que sea el ganador de las elecciones del 3 de noviembre —para las que quedan exactamente un mes— quien elija a su sustituto.
Como era de esperar, Donald Trump hizo lo contrario, buscó una candidata conservadora y antiabortista, Amy Coney Barrett, y el sábado de la semana pasada la presentó a la flor y nata del Partido Republicano. Como manda la etiqueta de la Casa Blanca: la mayoría del centenar de invitados se presentó al evento sin cubrebocas.
Tres días después, se celebró el bochornoso primer debate presidencial, en el que Trump llegó a burlarse de su adversario demócrata, Joe Biden, por llevar siempre puesto el cubrebocas, como si no le importase el hecho de que en Estados Unidos han muerto por COVID más de 200 mil personas, porque siguieron, precisamente, su ejemplo: no usar el cubrebocas y restar importancia a la gravedad de la pandemia.
El jueves de la semana pasada, dos días después del fiasco de duelo que perdió Trump, saltaron las alarmas. La joven Hop Hicks, asesora del presidente, empezó a sentirse mal en el avión presidencial Air Force One, y se hizo la prueba PCR: Positivo en COVID-19. El coronavirus, que flotó libremente y sin barreras en el jardín Rose Garden y en los salones de la Casa Blanca, donde fue agasajada la futura jueza del Supremo, había pasado su periodo de incubación —entre tres y seis días— y sus víctimas empezaban a mostrar síntomas.
También el viernes, dos senadores republicanos que asistieron a la presentación de la jueza, Mike Lee y Thom Tillis, anunciaban que se habían contagiado, al igual que el exgobernador de New Jersey, Chris Christie, quien asesoró a Trump en el debate y quien comparte con el mandatario republicano su afición por la comida chatarra y sus muchos kilos de más.
El domingo se sumaron a la lista el jefe de campaña de Trump, Bill Stepien, y la exvocera de la Casa Blanca, Kellyanne Conway. También ayer anunció que había dado positivo un tercer senador republicano, Ron Johnson, por lo que, matemáticamente, la mayoría republicana no podría ratificar el nombramiento para la Corte Suprema de la jueza Barrett, quien dio negativo en su primer test.
Mientras EU y medio mundo esperan en vilo la evolución de la salud del presidente Trump, pareciera que ha caído sobre el mandatario y sus colegas republicanos contagiados una maldición desde la tumba de Ruth Gonsburg, por no haberse cumplido su última voluntad.
En cualquier caso y entre tanta incertidumbre, lo único cierto es este hecho: ninguno de los contagiados ha mostrado el menor signo de arrepentimiento por no haber usado el cubrebocas.
fuente.-fransink@outlook.com/