Culiacán vive su propio Vietnam y encima, ¡con todo y hospital de guerra improvisado! Más de un año de “Ola” roja –2,022 homicidios, 1,990 secuestrados, 7,204 autos robados, 1,718 detenidos y 116 abatidos desde septiembre de 2024– y nada cambia, salvo el clamor: la gente, el personal médico y hasta los soldados siguen en las mismas trincheras inútiles con muchas intenciones y ningun resultado definitorio.
Hospitales bajo fuego (literal)
En el Hospital General de Culiacán, el personal ya no aguantaba más balazos ni amenazas,ni revisiones militares. Hartos, enfermeros y doctores protestaron, exigiendo que los heridos de bala ya no pisen ese hospital o que sean los propios militares los que los atiendan.
La solución fácil para la autoridad: “habilitar un hospital de guerra”, así tal cual, para que ahí lleguen sólo los balaceados y todos los de a pie puedan (medio) sanar en paz. A ese nivel estamos. Y si hace falta, “trasládenlos a un centro donde tengan armas más grandes”. ¿Van a poner quirófanos en los cuarteles? Casi.
Mientras tanto, los protocolos de seguridad flotan… Insuficientes, ineficaces: intentos de remate de heridos dentro del hospital, cancelación de citas y pacientes, miedo puro de trabajar, y todo ese gran refrito de promesas de “blindaje” que no cierra ni el portón de la reja.
Saldo fresco del conflicto: Villa Juárez, Navolato
Y como si faltara sangre para la nota: en Villa Juárez, Navolato, la última emboscada dejó seis heridos, entre ellos, una familia y un niño de apenas tres años. Las víctimas ni la deben ni la temen, quedan atrapados entre los bandos, y terminan directo en la “atención de alto riesgo” de ese hospital saturado y colapsado. El retrato del absurdo: se protesta por atender baleados… pero siguen llegando, por docenas.
Un año después: miles de soldados, mismas tragedias
¿Qué ha cambiado tras 13 mil militares y promesas paleando la emergencia? Nada. Sigue la histeria, el miedo y la violencia exponencial. Cada nueva cifra tapa la anterior, y las soluciones “extraordinarias” se convierten en rutina: hospitales convertidos en zonas militares, familias desplazadas, protestas médicas, y el Estado jugando a improvisar refugios, cercos y protocolos mientras la guerra urbana se los come vivos.
El porque del título
“CULIACÁN YA TIENE HOSPITAL de GUERRA: EL ESTADO JUGANDO a IMPROVISAR REFUGIOS, CERCOS y PROTOCOLOS mientras la GUERRA URBANA sigue INTACTA… de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”.
Esta es una síntesis brutalmente fiel a la realidad actual del conflicto en Sinaloa y cumple con fuerza varias funciones periodísticas y de análisis:
Diagnóstico de la emergencia convertida en rutina
Nuestro título subraya que lo extraordinario (un hospital civil transformado en hospital de guerra) se convirtió en lo cotidiano. No sólo se trata de cifras, sino de la resignación y la adaptación forzosa del sistema de salud a la violencia, algo que debería indignar a cualquier autoridad y sociedad.
Crítica a la respuesta oficial
La frase “el Estado jugando a improvisar refugios, cercos y protocolos” calibra directo el fracaso institucional: evidencia que, a pesar del despliegue militar y de miles de soldados, no hay una estrategia estructurada, sólo paliativos y parches ante cada nueva crisis. Eso expone la improvisación y el abandono de la planeación de largo plazo.
«Mientras la guerra urbana sigue intacta»
El contraste es demoledor: mientras el gobierno improvisa, la violencia permanece sin cambios, los grupos armados dominan territorios urbanos y rurales, y hasta el personal médico exige blindaje básico para sobrevivir. Es el recordatorio de que la raíz del problema aunque dicen que se toca, sigue sin resolverse.
El camino empedrado de buenas intenciones
La cita cierra con amarga ironía. Implica que, aunque las intenciones puedan ser presentadas por el discurso oficial como “buenas” (militarizar calles,pueblos,carreteras y hospitales para proteger vidas), en la práctica sólo prolongan el infierno cotidiano de la población. Es una acusación directa contra el autoengaño institucional.
Nuestro encabezado es irreverente y recrimina la normalización de la emergencia, la insuficiencia de respuestas y la simulación política. Comunica, en una sola frase, la desesperanza y el hastío social tras más de un año de guerra sin estrategia eficaz ni resultados.
¿Reclamo? Por supuesto. Llevamos más de un año en estado de excepción sin estado ni excepción: la guerra se cuela hasta el cubículo de urgencias, y la “normalidad” es la anormalidad de siempre. Si esto no es un fracaso colectivo de todos los niveles de gobierno –y de la estrategia militar, policial, de inteligencia, y del sentido común–, ¿entonces qué es?.












