El INE encubriría un grave caso de hostigamiento sexual y laboral contra una de sus trabajadoras. La demanda con perspectiva de género –que se ventila ante el TEPJF– señala al actual director del Secretariado del Instituto como presunto responsable de violencia sexual. La denuncia también se presentó ante Lorenzo Córdova, pero éste la habría ignorado. La defensa de la víctima busca llevar el caso a instancias penales.
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“Al momento de levantarme se me acerca. Yo traía [puesto] un vestido. Lo levanta, me mete la mano y me empieza a tocar. Me dice que le debo un favor. La verdad sí me impacté mucho. Le dije que no. Que se esperara”, narra Karla, mientras seca las lágrimas que han brotado de manera involuntaria.
Pero su jefe, el licenciado Jorge Eduardo Lavoignet Vásquez –director del Secretariado del Instituto Nacional Electoral (INE)–, no se detuvo. Su mano seguía ahí, lastimándola, en la que era apenas la primera de muchas agresiones que Karla vivió –durante 2 años– en una institución del Estado mexicano que cuenta con un Protocolo contra la violencia sexual.
El 18 de octubre pasado, Karla denunció ante el propio consejero presidente del INE, el doctor Lorenzo Córdova Vianello, los hechos. Pero como respuesta a su carta –en la que narraba la violencia sexual y laboral a la que fue sometida– fue que presentara “la denuncia formal” para poder iniciar una investigación interna, consta en el oficio DEA/INV/SDO/040/2017, firmado por el licenciado Bogart Montiel, director Ejecutivo de Administración del Instituto.
Antes de ello tocó otras puertas donde, se suponía, asisten a las víctimas de hostigamiento sexual y laboral, pero también le fueron cerradas.
El primer ataque
Karla recuerda bien la primera vez que su jefe la agredió sexualmente. Antes de eso, y durante 1 año, su relación fue cordial y profesional. Pero esa vez le retiraba –como podía– la mano que se aferraba a ella, esquivando su ropa interior. “Me dijo que a él nadie lo hacía esperar. Que para todo llegaba el momento. Salí furiosa de su oficina. Llorando”.
La reunión ocurrió justo antes de que venciera su primer contrato por honorarios. “Me mandó llamar para preguntarme cómo estaba, cómo me estaba desempeñando”. Todo parecía normal: él le ofreció otro contrato temporal para “ayudarla”. Luego vino el ataque.
Mientras escudriña sus recuerdos, la joven de 33 años de edad lleva sus manos de un lado a otro, las entrelaza, las separa y las lleva al rostro para secar sus mejillas. “Pensé: ¿quién me va a creer? Él es el jefe. Y no dije absolutamente nada. Me quedé callada”.
Madre de una pequeña y en situación de viudez, de la noche a la mañana Karla se vio atrapada en un abismo. El primer chantaje vino por la renovación de su contrato, porque ella estuvo ahí durante su primer año por recomendación de una tía y no por méritos propios, según le dijo Lavoignet. Pero luego fue por el ofrecimiento de la plaza, por lo bien que se desempeñaba y lo bonita que es.
Uno de sus anhelos, sin duda, era tener estabilidad laboral, así que Karla aceptó la plaza de auxiliar jurídico en la Dirección del Secretariado, lo que implicó trabajar en la misma área que Lavoignet Vásquez. “Ahí ya me hizo obligatorio el cobro del favor”.
Cuando la mandaba llamar, él se cobraba con tocamientos cada vez más agresivos, hasta que eso no le bastó y le exigió tener relaciones sexuales a cambio de su permanencia en el trabajo. Para entonces, Karla se había vuelto a casar pero aún se encargaba de sus gastos y los de su pequeña hija. Y al fin tenía una plaza.
“Quizá por miedo a las consecuencias de decirle que no o por no tener mis convicciones firmes, no sé por qué pero me dio tanto miedo decirle que no. Era algo que yo no quería hacer… Tal vez por no perder mi trabajo, pero accedí.”
Tener intimidad con su jefe sólo escaló la violencia. “Para él, todas las mujeres somos putas y somos objetos y la manera en que me trató fue humillante”, dice, entre sollozos. Y permanece en silencia por un momento.
“Para mí fue la última vez y así se lo hice saber. Pero no le importó: cada vez que entraba a su oficina, porque me pedía que hiciera labores de secretaria, me empezaba a tocar y quería que se repitiera”.
El hostigamiento
La psicóloga Alejandra Buggs Lomelí, directora del Centro de Salud Mental y Género, explica a Contralínea que cuando la agresión viene de un superior y no de un par –compañero o compañera de trabajo, estudiantes, novios o novias, donde no hay jerarquía– es hostigamiento sexual y no acoso. Ambos tipos de violencia, señala, implican tocar a la persona y lastimar su integridad y dignidad a nivel sexual.
El Protocolo para prevenir, atender y sancionar el hostigamiento y acoso sexual o laboral del INE también lo establece así: “el hostigamiento sexual es el ejercicio del poder en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o escolar”. Se expresa en conductas verbales, físicas o ambas, relacionadas con la connotación lasciva”.
Lo primero que afecta el hostigamiento crónico, detalla la doctora Buggs Lomelí, es la autoestima: “la mujer se va a sentir humillada, pues hay un ataque a su dignidad en todos sentidos, y en su integridad como persona”.
La experta en el tema refiere que las víctimas –aunque no todas– desarrollan el síndrome de indefensión aprendida: de tan crónico que es el hostigamiento o el acoso, la mujer se siente literalmente incapaz de defenderse. Y es que, dice, “llega un momento en el que ya no reconoce los recursos que en algún momento llegó a tener”.
Esos recursos van desde decirle a un compañero o compañera de trabajo lo que le está pasando hasta tomar acciones legales contra el agresor. “Aunque sepa que lo puede hacer, le cuesta mucho trabajo llevarlo a la acción porque ya está muy afectada, incluso, en la capacidad de percibir qué es lo que le está pasando, y si es correcto o no”.
Durante los 2 años que Karla vivió el hostigamiento sexual de su jefe sólo le contó a un compañero de la Oficialía Electoral. “Ya no podía más, ya no podía con las exigencias constantes del tipo, con lo que me decía, que me tocara cada que entraba a su oficina… Ya no podía. Sentía mucha la traición hacia mi persona y hacia mi pareja”.
La sicoterapeuta Buggs Lomelí explica que, muchas veces, la mujer se siente culpable. “Por cómo maneja el agresor la situación, siente que ella lo generó. Es tan fuerte que afecta no sólo la autoestima sino también la percepción de la mujer, y le genera mucha ansiedad”.
Y describe lo violento que resulta su cotidianidad: es una mujer que tiene que trabajar porque lo necesita y no es fácil encontrar trabajo. Así que de lunes a viernes o de lunes a sábado o a domingo, sabe que seguramente se va a ver invadida y agredida, por lo que está en permanente angustia y ansiedad. Ese miedo y estrés aumentan cada vez que el hostigador le solicita hacer un supuesto trabajo en su oficina o cubículo.
Agrega que las víctimas, además, experimentan culpa, depresión, insomnio y desesperación, porque quieren salirse de ese espacio violento. En ocasiones, cuando intentan encontrar otro trabajo y no lo logran, sienten mucha frustración.
Pero eso no es lo peor. En los casos más graves y crónicos, explica la psicoterapeuta, algunas mujeres llegan a tener ideas suicidas, intentos de suicidio y hay quienes sí se quitan la vida.
Las enfermedades
Las personas sometidas a hostigamiento o acoso sexual no sólo ven afectada su salud mental y emocional, sino también su salud física. La experta en estudios de género Alejandra Buggs refiere que el nivel de estrés en la víctima es muy alto.
“Esto les afecta mucho: pueden empezar a somatizar y tener gastritis, colitis, dermatitis, neurodermatitis, porque el estrés es muy fuerte. Saben que cada día van a estar en riesgo.”
A los 2 años del hostigamiento, Karla somatizó: en agosto de 2017 le dio una parálisis facial, cuyos estragos aún son perceptibles en su boca. Era el clímax de la violencia a la que fue sometida: las presiones del licenciado Lavoignet para que “pagara su deuda” con favores sexuales, pero también diversos castigos laborales infligidos incluso por otro subordinado.
Por instrucciones del director del Secretariado del INE, Karla debía cubrir la mayoría de guardias. “Éramos varias personas en el equipo, ¿entonces por qué sólo a mí me ponía de guardia? Su particular [Jorge Garza Talavera] decía que eran instrucciones del licenciado”.
Ello implicaba que Karla saliera pasadas las 10:30 de la noche. “En [los alrededores d]el Instituto es muy peligroso, porque asaltan mucho y no me pagaban el taxi. Se supone que el INE está obligado a mandar en taxi a los trabajadores que salen después de las 10 de la noche y no me querían pagar”.
Para ella era insostenible ya la situación. “Discutí muy fuerte con Garza y me dio la parálisis facial: se me fue la boca por completo. Garza me dijo: ¡Hártate. Mejor vete a vender tacos!”
La doctora Buggs Lomelí explica que la mujer hostigada o acosada se presenta a su trabajo sin saber si va a lograr lidiar con el agresor y zafarse de esa situación. “A veces buscan estrategias para que esa persona no se acerque a ellas”.
Esas estrategias incluyen enfermedades. En octubre de 2016, Karla se incapacitó por 2 semanas. “Un día me iba a sentar y mi silla se fue para atrás y yo caí como lápiz y me lastimé la cabeza. Los paramédicos me sacaron de la oficina, me llevaron al hospital y, por el golpe, se me inflamó el cerebro”.
Pero las presiones contra la auxiliar jurídico no cesaban ni siquiera por humanidad, e incluyeron la aplicación constante de exámenes que medían su coeficiente intelectual. Ella asegura que era el secretario de Lavoignet Vásquez quien le hacía las pruebas. “Me decía que era tonta o que mi respuesta era lenta y que él necesitaba una persona que pensara rápido”.
El despido
La parálisis facial marcó el destino de Karla tanto en el INE como en su propia familia, ahora destrozada. Pues, pese a tener la plaza, su trabajo le fue arrebatado por el mismo hombre que la contrató y la sometió a los constantes abusos sexuales.
“Cuando estaba de incapacidad me llamó Garza para decirme que el licenciado Lavoignet me iba a cambiar a un trabajo por honorarios; que le dejara la plaza por el bien de mi salud”.
Al final de la ríspida discusión telefónica, el secretario particular la citó a la oficina del titular del Secretariado. “Y fui. Aún tenía muy chueca mi boca. Y me dice [Lavoignet]: ‘¡Mira nada más cómo estás! Primero te caes y ahora esto de la parálisis… Ya no te aguanto… Así no me sirves. No sirves para nada’.
“Le supliqué que respetara mi trabajo, pero como acababa de llegar una nueva compañera me dijo que las nalgas que le interesaban eran las de ella. Y me corrió de su oficina”, asegura Karla, sin poder contener el llanto.
Preocupada por la amenaza, regresó a trabajar aún en los días de incapacidad. “Al otro día que llegué, me mandó llamar a su oficina y me dijo: ‘Ten dignidad. No estoy a gusto contigo. No te quiero ver aquí’”.
La joven madre persistió en sus funciones unas jornadas más, pero una vez resueltas las labores más urgentes le fue impedida la entrada. “Garza me interceptó en la explanada y me preguntó: ‘Qué haces aquí; ya se te dijo que aquí no tienes lugar y no te voy a permitir la entrada’”.
Karla tocó fondo. Devastada, intentó meter una queja por hostigamiento sexual y laboral ante la Unidad Técnica de Igualdad de Género y No Discriminación, pero le pidieron pruebas de su dicho: un video, una grabación de audio, fotografías…
Pero la doctora Buggs Lomelí señala que los agresores sexuales siempre se esconden: estas personas buscan espacios sin testigos. “En el ámbito laboral seguramente el agresor llama a la persona a su oficina, la cierra y ahí es donde acosa a la mujer, cuando no hay testigos”.
Echada del trabajo, Karla buscó asesoría legal. El primer abogado que consultó le recomendó seguir por la vía del Protocolo para prevenir, atender y sancionar el hostigamiento y acoso sexual o laboral del INE. Pero ella ya no tenía esperanza por esa vía pues, sospecha, ahí encubren a su jefe.
Así que buscó otro abogado, ahora era un amigo que conoció en el propio Instituto. Éste le recomendó ir al Tribunal Electoral. Ahí, supo que estaba obligada a contarle a su esposo todo lo que terminaría ventilándose en el juicio. “No reaccionó de una manera positiva porque yo lo había traicionado. Y ahora estamos separados”.
Indolencia del INE
En el caso de Karla, el síndrome de indefensión aprendida pareciera no sólo una afectación psicológica, sino una cruel realidad. En todos sus intentos por conciliar, el INE le ha dado la espalda.
Ninguno de los mecanismos que establece el Protocolo para prevenir, atender y sancionar el hostigamiento y acoso sexual o laboral se activó para protegerla; ni siquiera ahora se han tomado acciones, aún cuando ya hay una demanda por despido injustificado contra la institución.
Más aún, no hay voluntad de conciliar con ella en el juicio que se lleva ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, señala Luis Hernández, abogado de Karla.
“Desde un inicio pedimos al Tribunal que este caso se juzgara con perspectiva de género, porque no es nada más de despido injustificado. Y no hemos llegado a la materia penal porque ella está muy afectada y ya no queremos abrir más frentes hasta que resolvamos algunos, para evitar que se esté desgastando tanto con esto.”
—¿Hay sensibilidad por ser un asunto de violencia de género?
—Del Tribunal sí, del Instituto no. Absolutamente nada. Ellos contestan sin tocar el punto [del hostigamiento sexual]. El Instituto argumenta que ahí está el trabajo de Karla, que no la han despedido y que la relación laboral sigue vigente.
Luis Hernández, quien también trabajó en el INE hace tiempo, explica que el Instituto busca responsabilizarla por ausencia voluntaria. “Esa es la estrategia legal fabulosa que se les ocurrió. Pero ni siquiera es una estrategia jurídicamente viable porque, si hubiera buena fe, debieron ofrecerle trabajar en otra área”.
La defensa del INE ante el Tribunal incluso desestimó todos los signos de violencia que Karla presentó en su propia trayectoria laboral, como las múltiples incapacidades médicas y el propio cambio de una plaza fija a un puesto por honorarios, ocurrido después de la parálisis facial. Tampoco, su fallido intento de denunciar a Lavoignet Vásquez no sólo ante la Unidad Técnica, sino también a través de un oficio dirigido al consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova.
Hasta ahora, el Instituto Nacional Electoral mantiene a Lavoignet Vásquez en su cargo, a pesar de que el Protocolo señala que, en casos así, el funcionario –sin importar su rango jerárquico– será separado en tanto se investiga la denuncia.
Contralínea pidió hablar con el titular del Secretariado del Instituto Nacional Electoral, pero éste respondió que por tratarse de un procedimiento abierto ante el Tribunal Electoral no daría su versión de los hechos.
Lo mismo argumentó el consejero Córdova Vianello, a quien se buscó para conocer por qué no se atendió diligentemente la denuncia que Karla le hizo llegar por escrito el 18 de octubre pasado.
El INE ni siquiera aceptó conceder una entrevista con la maestra Mónica Maccise Duayhe, directora de la Unidad Técnica de Igualdad de Género y No Discriminación, con quien sólo se abordarían cuestiones generales relacionadas con denuncias de hostigamiento sexual y la aplicación del Protocolo.
La respuesta del INE
El abogado Luis Hernández explica que, como respuesta a la carta de denuncia presentada por Karla ante el consejero presidente, “el INE nos pidió que hiciéramos una denuncia formal y, hasta en tanto no se haga, ellos no van a iniciar nada de oficio ni van a pedir una medida, a pesar de que todo eso está contemplado en su propio Protocolo”.
El defensor asegura que el Instituto sí está facultado para iniciar de oficio el proceso contra el señalado. “Pero no les interesa, ésa es la realidad de las cosas. Estamos hablando de un directivo al que no quieren hacerle nada. No lo quieren tocar, cuando el propio Protocolo indica que en ciertos casos pueden separar del cargo a la persona hasta en tanto no se investiga”.
Respecto de las pruebas que le pidieron a Karla para investigar su denuncia en la Unidad Técnica, refiere que el Protocolo marca que una víctima puede presentarlas, pero no que es un requisito. “Ni siquiera pone como requisito la denuncia formal”.
Para el abogado, ese Protocolo sí es de avanzada. “En letra es un estudio teórico precioso. Cita estudios internacionales y es muy bueno teóricamente, pero no sirve para nada en la realidad”. Por ello, califica como indolente a la institución.
Regresar al trabajo
Karla asegura que si le ofrecieran reasignarla a otra área lo aceptaría, porque necesita trabajar para mantenerse y a su pequeña hija. “Interés económico yo no tengo. Sólo quiero lo justo: mi trabajo”.
La decisión final e inatacable sobre el futuro laboral de la joven está en manos del Tribunal Electoral, que podría resolver el caso a mediados de este diciembre o en enero próximo.
El abogado Luis Hernández indica que la defensa ha presentado un escrito ante el Tribunal para que éste pida al Instituto que manifieste si realmente está vigente la relación de trabajo, y en dónde piensan reubicarla.
“Nosotros no estamos buscando indemnización. En la demanda no hay montos que se estén pidiendo; y yo no le he cobrado un solo centavo a Karla por mi trabajo, porque lo estoy haciendo para ayudarla, porque esto no se vale. No estamos en un plan de vamos a ver cuánto [dinero] le sacamos al Instituto. Ni en la demanda ni en la contestación hay un monto que estemos reclamando.”
En efecto, los documentos que el defensor presenta a Contralínea no fijan un monto de indemnización; lo que se solicita es la reinstalación de Karla, pero en un área distinta.
Además de confiar en la justicia, el abogado considera que el fallo a favor de Karla sería muy relevante para todas las mujeres que laboran en el INE: “sentaría un precedente porque se demostraría que hay gente a la que no se le escucha, que está ahí en algún lugar del Instituto, que es muy grande: tiene cerca de 15 mil trabajadores a nivel nacional”.
A pesar de que claramente intenta reprimir sus lágrimas, Karla no para de llorar. “Estoy tan decepcionada de la institución que ya no sé si quiero regresar a mi trabajo, porque no me gustaría volverlo a ver. Quiero que el tipo pague por lo que me hizo y, a veces, creo que será mejor que me liquiden para que pueda empezar una vida distinta”.
Superar el hostigamiento sexual
El primer paso para superar el hostigamiento sexual crónico es que la mujer reconozca que existe ese problema pero no como algo de ella, sino del sistema patriarcal donde algunos hombres se sienten con el derecho de utilizar el cuerpo femenino como un objeto, explica la psicóloga Alejandra Buggs Lomelí. “La mujer debe reconocer que no puede permitir que se cosifique su cuerpo”.Para la directora del Centro de Salud Mental y Género, esta comprensión del problema implica ser conscientes de que las mujeres son las más afectadas por la violencia patriarcal.La doctora resalta el hecho de que la víctima asuma una actitud activa en su propia atención, y que ésta necesariamente debe ser multidisciplinaria: una psicoterapia para atender las afectaciones emocionales, acompañada de una atención médica para las afectaciones físicas, así como acompañamiento jurídico.Respecto de este último punto, refiere que la mujer debe saber que tiene el derecho humano de vivir con tranquilidad y trabajar en un lugar seguro. Empezar a actuar le permite controlar su vida y con ello evita que la otra persona la controle.“Cuando una persona ha vivido tanta violencia necesita hacer un trabajo psicoterapéutico muy profundo, de desmenuzar todo lo que le fue sucediendo, porque es probable que no haya sido la primera vez que lo haya vivido. Entonces hay que revisar su historia de vida para saber cómo ésta ha impactado en que ella se convierta en víctima de una violencia de género tan fuerte como es el hostigamiento.”
El síndrome de indefensión aprendida o de desesperanza inducida
En su análisis “Síndrome de indefensión aprendida: el monstruo de la violencia”, la psicoterapeuta Alejandra Buggs señala que éste es una condición psicológica en la que la víctima de violencia aprende a creer que está indefensa, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga es inútil.Para la especialista, como resultado de un proceso sistemático de violencia, la víctima permanece pasiva frente a una situación dañina, incluso cuando dispone de la posibilidad real de cambiar estas circunstancias.En su análisis agrega que los síntomas depresivos que padecen estas mujeres se manifiestan fundamentalmente en apatía, pérdida de esperanza y sensación de culpabilidad. Pues, agrega, este síndrome es una “adaptación psicológica”, una salida que encuentran las víctimas para procesar tanto dolor a lo largo de toda su historia.Según la experta, cuando se ha sufrido violencia de cualquier tipo, ciertas situaciones se presentan ante las víctimas como “sin salida”, y antes de intentar cualquier acción para revertirla se asumen en pleno convencimiento de que nada se puede hacer para mejorar dicha realidad, que no hay otra salida, más que la que han optado.La psicóloga Alejandra Buggs añade que, tras fracasar en su intento por contener las agresiones, prevenirlas, evitarlas o alejarse de ellas, y en un contexto de baja autoestima que se refuerza cotidianamente ante la incapacidad por acabar con esa situación, las víctimas asumen lo que les pasa como un castigo merecido.
Fuente.-[El análisis se puede leer completo en: http://www.cimacnoticias.com.mx/node/63547 ]