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jueves, 21 de agosto de 2025

UN “CASTIGO TARDIO y PARCIAL”: “131 AÑOS a INFELIZ por MATAR a HIJA de la CIVIL que BUSCO los ASESINOS y LUEGO la ASESINARON en TAMAULIPAS”…eran los nefastos tiempos de “vientos de cambio y de sangre”.


La Fiscalía General de Justicia del Estado de Tamaulipas informó que fue sentenciado a 131 años de prisión Enrique Yoel “R” por los delitos de desaparición y asesinato de la hija de la buscadora Miriam Rodríguez, en San Fernando, en el año 2014. 

Enrique Yoel “R” fue ubicado por la misma buscadora Miriam Rodríguez en 2015. Tras el asesinato de madre e hija, fue señalado de participar en ambos crímenes. 

Ya sin solemnidades

Que hoy nos digan, con bombo y platillo, que ya estuvo, que Enrique Yoel R se lleva 131 años de prisión por el secuestro y asesinato de Karen Salinas Rodríguez, la hija de Miriam Rodríguez, es casi un insulto envuelto en “justicia tardía”. Porque ni con esa sentencia paga. Ni aunque fueran 200, ni aunque se quedara encadenado hasta la eternidad.

¿Por qué? 

Porque lo esencial ya está roto. La madre —Miriam Rodríguez— no solo quedó sin su hija, sino que el mismo Estado la expuso, la dejó investigar sola, la dejó tocar puertas, armar expedientes clandestinos, seguir a criminales con libreta en mano, mientras los “ministeriales” jugaban a mirar el techo. Fue ella quien encontró a este tipo, no la autoridad. Y después, cuando Miriam resultó demasiado incómoda, qué casualidad: la mataron en plena calle, un 10 de mayo. Un crimen que sigue oliendo a complicidad institucional.

Entonces, que once años y con su madre tambien ejecutada ,que nos vendan la idea de “justicia ejemplar” es querer tapar el sol con sentencias kilométricas. El Estado no puede colgarse la medalla de un castigo tardío y parcial cuando perdió todo el partido en la cancha: no evitó la desaparición, no rescató a la víctima, no protegió a la madre buscadora y, lo peor, sigue repitiendo la misma tragedia con cientos de familias.

La irreverencia es decirlo claro: 131 años de prisión aquí no redimen a nadie. No reviven a Karen. No regresan a Miriam. No restauran la confianza en un sistema que depende más de las buscadoras que de los policías. Y aunque hoy lo pongan en el banquillo, lo cierto es que en el fondo el crimen organizado nunca estuvo solo: contó con la omisión, la negligencia y hasta la complicidad de quienes se supone debían dar justicia.

Así que no nos confundamos: esta sentencia no es victoria, es epitafio. Una lápida más en el panteón de la impunidad mexicana.

El periplo de Miriam buscando justicia: THE NEW YORK TIMES

Miriam Rodríguez se volvió el ícono incómodo de San Fernando, pero no por voluntad propia: el Estado la obligó. Pocas cosas funcionan tan mal como la justicia mexicana en una región secuestrada por criminales y por la indolencia gubernamental; así que, ante la desaparición de su hija Karen, Miriam mutó de madre doliente a implacable justiciera. Lo que no hizo la Fiscalía, lo hizo ella a punta de terquedad, lavado de rabia y libreta en mano: rastreó, interrogó y acorraló a los secuestradores con uñas, disfraces, y —sobre todo— sin miedo al ridículo ni a la muerte.

En un pueblo amordazado por los Zetas y la tragedia, la señora se sentó de frente con criminales, pagó rescates que nunca regresaron a su hija, escarbó fosas que no encontró la policía, y hasta les consiguió pollo y coca a los adolescentes asesinos, porque hasta el infierno merece un bocado humano. Todo mientras los funcionarios se hacían bolas con expedientes y promesas, bien lejos de donde se mueven los cadáveres.

El resultado: la mataron por demasiado efectiva. Porque su ejemplo incomodó tanto a los de arriba como a los bandidos. Once años después, le ponen su nombre a una placa de honor en la plaza, pero su colectivo de buscadoras quedó desmembrado y el sistema repleto de esas familias que —como los Garza, tras el secuestro de Luciano— repiten la misma pesadilla: pagar rescates, buscar cada centímetro del monte, exigir a un gobierno indolente… y llorar sobre fosas compartidas.

San Fernando sigue ganado por el miedo y la resignación. Hay esperanza —sí—, pero es una toxina amarga. Porque aquí, ni las muertes ni las luchas de las madres incómodas garantizan que el horror se detenga. Los que sobreviven aún agradecen, aunque sea, tener una tumba donde llorar. Eso, en México, ya es un consuelo casi de ricos.

Miriam no es símbolo de justicia: es la prueba viviente de su fracaso. Lo verdaderamente escandaloso no fue que se haya convertido en detective, sino que tuvo que hacerlo. Aquí, la irreverencia mayor es existir sabiendo que, si te toca, nadie —salvo tu propia madre— moverá un dedo por ti. Y si insiste demasiado, capaz la sepultan junto a ti.

Con informacion: THE NEW YORK TIMES/ PROCESO/

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