Ni a la rifa del avión presidencial le salió tan mal la aritmética como al Tren Maya. Y es que el “gran motor del sureste”, la joya faraónica de la 4T, logró en 2024 vender boletos por 276 millones de pesos… pero paga un seguro anual de 922.9 millones de pesos, más del triple de lo que ingresa. Así, cada viajero no solo recibe un boleto al descarrilamiento, sino también la certeza de viajar en uno de los hoyos negros financieros más ridículos de la historia reciente.
Si esto fuera una empresa privada, los accionistas ya habrían corrido de una patada a los administradores militares por incompetentes. Pero como el cliente es México entero y el dueño absoluto del desastre es el Ejército, la realidad se disfraza de “incidencias normales de operación”. Aquí nadie es despedido: solo se reparten contratos millonarios, se adjudican pólizas sin licitación y se maquilla la catástrofe con sonrisas en el segundo piso de la mañanera.
El colmo: Agroasemex, una aseguradora estatal que toda su vida se dedicó al campo, ahora resulta convertida en el salvavidas financiero del tren que no arranca. Esto es como encargarle a un veterinario la cirugía cerebral de un piloto de Fórmula 1: todos saben cómo acabará. Y para prueba, la póliza monumental que cubre descarrilamientos y accidentes hasta por 11 mil 270 millones de pesos. Claro, esto a costa de una prima estratosférica que convierte al Tren Maya en cliente VIP de la aseguradora… pagando con dinero público.
Mientras tanto, en la realidad sobre rieles, el tren ya colecciona más tropiezos que éxitos: descarrilamientos en marzo y en diciembre, apagones en estaciones, incendios menores y un ridículo choque en Izamal que terminó con un vagón “ligeramente recostado” (palabras textuales). Todo eso en apenas año y medio de servicio. Y todavía nos quieren vender que es una “obra segura, moderna y estratégica”.
La verdad es que el Tren Maya funciona como una máquina devoradora de presupuesto más que como transporte. Un megatren que opera bajo lógica soviética: ruinoso, militarizado y sostenido artificialmente para cumplir la promesa política de un expresidente obsesionado con el mármol histórico de su legado.
La diferencia con la iniciativa privada es brutal: si cualquier empresa quemara tres veces más dinero en seguros que lo que gana en ventas, estaría quebrada. Pero este tren no se mide con números, se mide con propaganda. Al final, parece más un museo itinerante del despilfarro que un proyecto de transporte.
Porque de algo no hay duda: a los militares se les podrá alabar en el desfile, pero como empresarios son auténticos músicos del Titanic: el barco se hunde y ellos siguen tocando.
Con informacion: ELNORTE/

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