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domingo, 30 de noviembre de 2025

«EL que ALCANZÓ,ALCANZÓ»: «ASI se REPARTE,NEGOCIA y VENDE el RANCHO del RECLUSORIO NORTE»…porque si deja, el sistema corrupto los deja.


Antes de llegar ahí había escuchado esa palabra –rancho– en los barrios de la Ciudad de México, en las conversaciones de sobremesa en las que se habla en voz baja, y en las cárceles en donde entrevisté a distintos personajes. Pero la primera vez que tomé verdadera conciencia fue cuando me lo comí, sentado en la zona de ingreso del Reclusorio Preventivo Varonil Norte, ya como interno, como preso, como recluso, una sombra más de aquel lugar que devoraba identidades.

​Siempre me gustó escribir esa palabra en mis textos, quizá porque producía un efecto inmediato: colocaba a la persona entrevistada en su contexto. Bastaba nombrarla para que se entendiera que ese individuo tenía historia carcelaria. Era una palabra que contenía mundos enteros.

Aunque etimológicamente rancho se refiere a personas que se reúnen para comer algo, la Real Academia dice que se refiere a la comida de soldados y presos. Y como yo ahora estaba preso y no quisiera aceptarlo del todo, también me nombraba a mí. Ya no era sólo un término: era un espejo.

Por eso pensé que esa comida de cárcel –ese rancho áspero y sin gloria– merecía un espacio en mis escritos, porque no sólo definía a una persona, sino que arrastraba consigo un vocabulario entero: hambre, necesidad, pobreza, aceptación forzada, impotencia, robo, corrupción, desigualdad, ingenio, supervivencia.

Rancho era una biografía colectiva sumergida en un guiso horrible. Escribir sobre esto había sido placentero mientras yo no pisaba prisión; pensar en él desde la distancia era casi un juego antropológico. Pero comerlo –digerirlo de verdad, con todas sus letras, con su olor, su textura incierta, su historia dudosa– era otra cosa.

Recuerdo abril de 2011: estaba sentado en el piso frío de una celda cuando un compañero me acercó el plato. Lo observé como quien analiza una amenaza. En el fondo del recipiente había un caldo turbio, una especie de acelga flotaba como un náufrago cansado, y bajo la superficie se asomaba un cuadrado de papa.

El ingreso de alimentos a centros penitenciarios está controlado por las y los custodios en turno 

“Ah, un consomé calientito”, pensé, con esa ingenuidad que a veces nace del hambre. No debí probarlo. El sabor era un golpe seco, una mezcla de nada con nada y una pregunta inmediata sobre su origen.

Durante esos primeros días decidí anular el rancho de mi vida: le pedía a mi madre que me llevara tortas o comida para meter en bolillos y sobrevivir sin sacrificar el paladar. A veces compraba algo en los puestos improvisados que los internos del Reclusorio Norte montaban entre pasillos y rincones.

En aquel entonces creí en la buena voluntad. “Somos muchos –en 2011 éramos más de 11 mil presos—, no alcanza para todos”, pensaba. Pero aunque lo evitaba, siempre me enteraba de lo que habían dado de rancho.

El famoso Huevo Radioactivo –huevo inflado con harina en agua verde–, el atole con bolillo o el café aguado como calcetín exprimido; el temido Gato Molido, carne picada incomible; la carne de puerco nadando en un caldo transparente donde rara vez alcanzaba la porción prometida; salchichas que parecían tallos marchitos; mole con pollo diluido hasta la agonía, con huacal o ala y unos cuantos trocitos miserables de pechuga; carne de soya repudiada por todos; lentejas –las menos peores–, y los eternos frijoles y arroz para llenar el estómago.

Pero todo carecía de sabor, de alma, de lo que recordara que aquello alguna vez fue comida. No había ajo, no había casi casi nada de jitomate o tomate, no había especias, no había intención.

El abastecimiento de las cocinas de los centros penitenciarios se coordina en sigilo 

El movimiento de la comida en el reclusorio

Con el tiempo empecé a trabajar en el área de talleres, un espacio privilegiado dentro de lo posible, sobre todo porque en la cocina laboraba el compañero de celda del jefe de mi taller, y ese vínculo nos regalaba cubetas repletas de carne de puerco o de pollo, según el día. Así fue como conocí la cocina del penal.

Quería entender cómo diablos se cocinaba para miles y por qué la comida no era nada buena. Vi los enormes calderos que parecían ollas de presión gigantes y se inclinaban sobre un eje para vaciar torrentes de comida. Vi el abasto de insumos, interminable en apariencia. Y como colaboraba escribiendo para la gaceta del Reclusorio Norte, para un artículo pedí autorización para saber cuánta materia prima se necesitaba para alimentar a los más de 11 mil internos diariamente.

Meses después, el empleado me dio un sí finalmente: me dijo que la empresa encargada del suministro era La Cosmopolitana. Empezó a soltar cifras: “Dos toneladas y media de jitomate –o tomate, según el día–, una tonelada de cebolla…”. Apenas me acomodaba para escribir cuando alguien entró a la oficina, le hizo una seña discreta y el hombre salió. Al regresar, dijo: “Esa información no se puede dar”. Agradecí y me retiré: había entreabierto una puerta que no debía cruzarse, pero me quedé con la duda de por qué si había tal cantidad de insumos comprobados por la boca del que acababa de entrevistar y por mis propios ojos, la comida era tan simple.

Para ese momento el rancho ya era parte de mi vida. Lo había resistido, lo había odiado, lo había rechazado; pero terminé aceptándolo no por gusto, sino para evitar que mi madre y mi hermano siguieran cargando bolsas pesadas rumbo al penal. Llevábamos demasiado tiempo en esto. El rancho dejó de ser enemigo y se volvió aliado. En la celda lo comprábamos, lo cocinábamos, lo mejorábamos. Le poníamos jitomate, tomate, zanahorias, cebollas, cilantro, chiles. Hacíamos una versión remendada de dignidad.

Desde mi aceptación puse más atención al movimiento de la comida en el Reclusorio Norte. Se podía negociar con la cocina para obtener cubetas de carne. Podías comprar una por 80, 100 o 150 pesos. Otros internos recorrían pasillos y dormitorios ofreciendo cubetas con carne, pollo, pescado, o verduras: jitomate, papa, tomate, lechuga, chiles. Era un ejército de cocineros saqueando la cocina con autorización implícita, por eso en la cocina no dejaban insumos. Con 100 pesos comprabas una cubeta llena de vegetales.

Todo dependía de la comida del día: el comercio era legal por fuera, ilegal por dentro, una especie de mercado flotante que se adapta como el agua.

Para quienes tenían recursos o un trabajo interno, existían más opciones para alimentarse. Si te quedabas con hambre, aún venían los “cubeteros” de funcionarios: vendían, de manera ilegal, la comida destinada al personal del penal. Mole con pollo, espagueti con pechuga, cerdo en salsa verde, pollo a la mexicana, caldo de pescado. Esos platos sí tenían ajo, tomate, sabor. Muslos enteros, piernas, trozos generosos de pechuga.

El carrito que reparte cubetas de carne

En un ambiente tan hostil como prisión, algo tan básico como la comida se convierte en privilegio

Recuerdo que alrededor de la una de la tarde salían 16 carritos de comida ya preparada rumbo a cada dormitorio. Una vez seguí a uno. El ‘ranchero’ y sus ayudantes empujaban y atracaban pero nunca se detenía, era como una misión de película. Recordé alguna de Fast and Furious –no sé cuál– donde roban una pipa en movimiento. Algo así pasaba aquí, pero con carne y pan. Un ayudante recibía cubetas y las llenaba de carne para esconderlas en la parte baja del carro.

Otro sacaba una bolsa negra y extraía pan para entregarlo a alguien que se perdía entre la multitud. Mientras tanto, el ‘ranchero’ principal empujaba el carrito por el Kilómetro, ese pasillo interminable que conducía a todos los dormitorios. Cuando llegaba al lugar asignado, las entregas clandestinas se repartían a los internos que las encargaban anticipadamente.

Pero mientras el carro se acercaba al dormitorio, la movilización del hambre empezaba. Los internos salían de sus celdas con trastes, jarras, platos, charolas, tuppers, vasos. Los de las partes altas bajaban corriendo las escaleras y los de abajo corrían a la explanada a formar una fila inmensa.

“El que alcanzó, alcanzó”. Ahora entendía completamente el por qué de la escasez de comida y de la falta de insumos para sazonarla.

Aun así, en la explanada del dormitorio, el carrito manejaba la fila como si tuviera voluntad propia. Si se movía a la derecha, toda la fila –esa serpiente humana– se movía a la derecha; si se movía a la izquierda, todos iban hacia allá. Decenas de compañeros, algunos con más hambre que fuerza, defendían su lugar como si se tratara de la vida misma. Muchas veces había heridos por la comida.

Muchas veces me formé en esa fila, pero también pensé si realmente valía la pena arriesgarme por algo que llegaba completamente saqueado, allanado.

Durante mis primeros días en prisión, no fui consciente del valor de la comida de mi madre. El impacto de estar encerrado ocupaba cada rincón de mi mente. Con el paso del tiempo poco a poco comprendí que en este contexto una sopa o un guisado de ella eran como unas palmaditas en la espalda o una caricia de amor inolvidables.

Con informacion: MILENIO/ ALEJANDRO SUVERSA/

«YA NO se PREOCUPEN ?»:»FUERZA CIVIL SUMA 200 EFECTIVOS y 100 PATRULLAS a VIGILANCIA de PELIGROSAS CARRETERAS que CONDUCEN al TAMAULIPAS de AMERICO»…ningun acto de autoridad ha podido frenar atracos sangrientos.


Otra semana, otro operativo. Otro desfile de unidades relucientes, helicópteros sobrevolando y comunicados de prensa ondeando como banderas triunfales. Fuerza Civil, tan civil como las banquetas de un libramiento, anunció con fanfarria la incorporación de 200 policías y 100 flamantes unidades Police Interceptor para “reforzar” la vigilancia en las carreteras a Reynosa y Laredo.

El problema, claro, no es la falta de refuerzos, sino el déjà vu institucional. Porque cada asalto, cada balazo, cada alerta del Consulado estadounidense parece ser el mismo capítulo reciclado de una telenovela de mala producción: cambian los actores, pero el libreto es idéntico. Primero, los robos. Luego, la indignación. Sigue la reunión “interestatal de gobernadores» para abordar siempre el mismo pendiente,la seguridad de carreteras”. Finalmente, la foto del operativo, con rostros serios y chalecos tácticos. Y así, hasta el próximo atraco.

Los viajeros siguen jugándose la vida en las autopistas donde, según la narrativa oficial, “la vigilancia está controlada”. Controlada, quizá, por los asaltantes que imponen su propia cuota de paso en plena luz del día. Mientras tanto, los comunicados oficiales siguen llegando más rápido que el auxilio en carretera.

Si los operativos y los reforzamientos militares fueran tan eficientes como los boletines, hace años que viajar por la libre a Reynosa sería más seguro que dar un paseo dominical. 

Pero no: hay más uniformes que confianza, más sirenas que resultados. Y mientras los funcionarios celebran la “coordinación” entre cuerpos de seguridad, la gente sigue coordinando su fe con el santo de su devoción antes de salir a carretera.

Lástima que los policías nuevos no patrullen también en las conferencias de prensa, donde los asaltos al sentido común se cometen con total impunidad.

Con informacion: ELNORTE/

LA «DEFENSA YA FABRICA las PLACAS BALISTICAS Vs CUERNOS de CHIVO del NARCO que HAN SIDO NEGOCIO de GENERALES en la SEDENA»…su inventor ruso lamentó que fuera la preferida de matones colombianos, mexicanos y piratas somalíes.


La Dirección General de las Fábricas de Vestuario y Equipo (Dgfave) de la Secretaría de la Defensa Nacional del Ejército mexicano llevó a cabo varios proyectos destinados a fortalecer parte del Sistema Logístico Militar. La Dgfave es el organismo de la SDN encargado de fabricar el vestuario y equipo para el Ejército y Fuerza Aérea. 

Uno de los proyectos destacados ha sido diseñar, desarrollar y fabricar un prototipo de placa balística nacional que tenga un nivel balístico IV, con 10 años de vida útil y que brinde protección al personal militar contra proyectiles 7.62 x 51 mm.  

El enemigo: el Cuerno de Chivo

La lógica de fondo es clara: el Ejército está intentando ponerle un seguro de vida al soldado frente al calibre fetiche del narco, el 7,62×39 de la AK‑47, que ya es estándar en los certificados de protección para placas de nivel III y superiores.

En la práctica, la misión de este tipo de placa es sencilla y brutal: que el infante pueda recibir uno o varios impactos de rifle tipo AK en el pecho y seguir peleando, con la menor deformación posible hacia el cuerpo (trauma) y sin perforación del material. 

Qué hace una placa “anti AK‑47”

Las placas duras que se emplean contra fusiles como la AK‑47 combinan cerámica (alúmina, carburo, etc.) y respaldo de polietileno o fibras tipo aramida, para romper el núcleo del proyectil y disipar la energía antes de que llegue al torso. 

Ese sándwich balístico se diseña para cubrir el área vital –corazón, pulmones, hígado– y soportar al menos uno o varios impactos de rifle en un área limitada, sin que el proyectil atraviese ni provoque un hundimiento letal hacia el cuerpo del usuario.

Forma, peso y ergonomía

Las placas modernas pensadas para combatir rifles tipo AK suelen ser multicurvas, con “corte tirador”, para permitir al militar encarar el arma, agacharse y moverse sin que el blindaje le estorbe más de la cuenta. 

Rondan medidas estándar cercanas a 25×30 cm y espesores del orden de milímetros a poco más de dos centímetros, con pesos entre 1,2 y 2,7 kilos según el nivel de protección y el material, siempre buscando el equilibrio entre detener balas y no reventar la espalda del soldado. 

El ángulo militar mexicano

En México, las especificaciones oficiales de chalecos con placa para fuerzas federales exigen blindaje capaz de parar proyectiles 7,62 mm de alta velocidad, perforantes y convencionales, con límites claros al trauma permitido y al peso máximo del conjunto. 

La placa que desarrolla el Ejército dentro de sus propias fábricas e institutos de vestuario y equipo se inscribe justo en esa línea: dejar de comprar a ciega$ y construir, en casa, el escudo específico contra el tipo de fuego que realmente hiere y mata a la tropa en la guerra contra el narco. 

Tabla rápida: qué debe hacer una placa “anti-Cuerno”

AspectoRequisito típico frente a AK‑47Fuente
Calibre a detener7,62×39 mm tipo M43 (Cuerno de Chivo)DOF/BODY ARMOR
Nivel de protecciónNIJ III o superior (incluido IV en algunas placas tácticas)BULLET SAFE/
Zona protegidaÓrganos vitales del torso (pecho/espalda)BULLET SAFE
MaterialBBULLET SAFE
Peso aproximado1,2–2,7 kg por placa, según nivelVETSECURITE

Con informacion: INFODEFENSA/

«CARICATURAS DIBUJAN al FISCAL que se METIO con HARFUCH y lo CORRIERON de EMBAJADOR de un PAIS AMIGO por CONSIDERARLO ENEMIGO»…quien lo releva tendra en su misión la sumisión.


Con su lápiz afilado y sentido mordaz, el caricaturista José Antonio Rodríguez revisó en las páginas de la revista impresa y en el sitio web de Proceso la administración de quien fuera hasta el pasado jueves el primer fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero.

Con informacion : PROCESO/

«BATOS DEDOS NO QUISIERON MORIR en TUMBAS de CEMENTO»: «CATERVA de MACHOS de RANCHO CAPOS de EXPORTACION pasaron del ACERO al PLASTICO RECICLADO nomas PASANDO a EE.UU»…alla los duros probaron la dura…realidad.


Durante años se vendieron como titanes del norte, moldeados a balazos y bautizados con tequila. Eran, dizque, moldeados en acero al carbono : los hijos pródigos del narco que amenazaban con nunca doblarse, que se las coman vivas, tan malos que de chiquitos le sacaban la lengua a los aviones (…la suya),nomas cruzaron la frontera del mito y se fueron derechito a al escupe lupe penitenciario en Estados Unidos. Allá los muy duros encontraron su punto de fusión…se la vieron negras y resultó que era de plástico de los juguetes chinos.

“Los intocables”, se decían. Pues los tocaron. “Los hombres que no se rajaban porque tenian el apoyo transexenal del gobierno”. Ya firmaron acuerdos delatores con fiscales hasta por los años que no habían vivido. 

“Los que no temían morir presos”, pero ya con aire acondicionado y sin corridos nuevos, les entró la nostalgia por el mar de Sinaloa y el sol que no pasa por los barrotes.

De acero los retrataron los narcocorridos repagados; de titanio los imaginó el pueblo ,pero bastó un rato de interrogatorios en inglés y un café sin azúcar para que la “raza de hierro” se declarara biodegradable.

Esos machos de rancho resultaron de plástico flexible, del que se dobla para no romperse. Y aún quieren posar de libertadores, cuando en realidad no fueron más que distribuidores… de cuentos ajenos con apoyo de todo el gobierno.

Quienes han sido los participantes del «Escupe Lupe»

Son, en resumen, los “niños heredero” del narco que descubrieron que en la justicia gringa el corrido no sirve como amparo y que la hombría se mide en hojas de cooperación, no en calibres.

Todo con el poder de un dedo

  • Jesús Vicente Zambada Niebla, El Vicentillo: hijo de El Mayo, operador clave del Cártel de Sinaloa, terminó aceptando cargos y convertido en testigo estelar contra viejos socios, con condena reducida a cambio de cantar todo el repertorio. 
  • Serafín Zambada Ortiz, El Sera: también hijo de El Mayo, detenido en 2013, se declaró culpable de mover coca y mota a EEUU, y salió con una sentencia moderada gracias a su “vocación de coro judicial”. 
  • Ismael Zambada Imperial, El Mayito Gordo: extraditado, aceptó cargos en 2021 y con una pena de poco más de nueve años terminó fuera relativamente rápido, prueba de que el “silencio” sale más caro que la delación. 

Los “Chapitos” y anexos

  • Ovidio Guzmán, El Ratón: tras su extradición se declaró culpable por narcotráfico ligado al fentanilo, abrió la puerta a una sentencia recortada y a proteger a la familia, demostrando que el mito del “hasta la muerte” dura lo que tarda el juez en leer los cargos.
  • Joaquín Guzmán López, El Güero: está a punto de formalizar un acuerdo de culpabilidad en Illinois, negociando beneficios penales a cambio de rutas, operadores y hasta el GPS de las cuentas del Cártel de Sinaloa. 
  • Iván Archivaldo Guzmán Salazar, El Chapito: detenido en 2005 y liberado en 2008 por fallas en el caso, luego sube como relevo generacional; no se ha trepado al estrado como colaborador, pero su expediente es el recordatorio de que también lo pueden doblar si el sistema se lo propone.

Cómo se doblan los “de acero”

  • Modo de doblarse: casi todos siguen la misma coreografía procesal; primero se dicen inocentes, luego negocian, se declaran culpables y ofrecen cooperación para no morir enterrados en una cárcel federal de por vida. 
  • Moneda de cambio: entregan rutas, estructuras financieras, mandos medios y hasta el árbol genealógico del cártel a cambio de años menos, posible liberación anticipada y protección para los suyos.
  • Efecto colateral: sus acuerdos reacomodan el mapa criminal en México; al cantar, obligan a sus propios bandos a mover piezas como si fuera ajedrez con fichas de plástico frágil, no guerra entre dioses intocables. 

Remate jocoso

En los corridos, estos herederos eran forjados en plomo, impermeables al miedo y enemigos naturales de los gringos; en los expedientes federales acaban hechos origami legal, doblados prolijamente para caber en la celda y en el programa de protección de testigos. 

La caterva de machos de exportación terminó siendo de plástico flexible: se dobla, se estira, se acomoda al criterio del fiscal, con tal de no romperse en una cadena perpetua sin público, sin banda y sin banda ancha. 

Con informacion: INFOBAE/