Han pasado más de 7 décadas desde que trabajaron los campos estadunidenses
con el único propósito de salir de la miseria. Regresaron a sus tierras apenas
con unos pesos. Mientras, el gobierno mexicano “retenía” el 10 por ciento de la
paga obtenida en el extranjero con la promesa de entregarlo a su regreso. Nunca
ocurrió.
Los ahora adultos mayores –acompañados por sus herederos– continúan
luchando porque les devuelvan su dinero, no contemplado en el presupuesto
nacional desde hace 2 años. En total, son 40 mil exbraceros registrados
oficialmente por el gobierno mexicano. Algunos de ellos califican esta
situación como el gran robo del Estado a sus campesinos
Tlaxcala de Xicohténcatl, Tlax.- 12/Feb/2015 Hace
ya 14 años de que se enteró del más grande robo al que se había enfrentado en
su vida. Campesino desde siempre, con algunas rachas en la albañilería, Nicasio
ha vivido con la pobreza a cuestas. Los últimos años, con un ahorro de
su trabajo que no le ha sido entregado por las autoridades mexicanas.
Originario del pueblo de Sanctorum, fue uno de los migrantes que legalmente
salió a trabajar a los campos estadunidenses. Pretendía superar la miseria en
la que vivían él y su familia. No había otra opción. Los pagos eran atractivos:
1 dólar por hora (con un tipo de cambio de 12 pesos, en 1962); mientras, en su
tierra apenas alcanzaba a ganar 1 peso por hora, cuando encontraba trabajo en
el jornal.
En agosto de 1942, durante la administración de Manuel Ávila Camacho, el
gobierno mexicano pactó con el estadunidense un acuerdo migratorio para llevar
mano de obra campesina a la siembra y cosecha de pepino, algodón, lechuga y
otros; pacto que permaneció hasta después de la Segunda Guerra Mundial, hasta
1964.
Miles de “braceros” se acogieron al programa que los reclutaba para ir al
vecino país del Norte, y ser elegidos por los capataces de los ranchos que los
contratarían; una vez aprobado su estado de salud y su fuerza, los atravesaban
la frontera por 45 días para trabajar. Eso es lo que duraba cada contrato, en
la mayoría de los casos.
A cada uno de los cheques recibidos por los jornaleros, el empleador ya
había reducido el 10 por ciento para la formación de un seguro campesino, que
sería depositado en el banco estadunidense Wells Fargo, y éste haría la
transferencia al mexicano Banco Nacional de Crédito Rural. Años han
transcurrido sin que miles de braceros obtengan el beneficio de su seguro.
Ir a Estados Unidos, una necesidad.
Él, Nicasio Martínez Juárez, tiene 79 años. Vive con una artritis que le ha
deformado los dedos de las manos, y que mina su salud día a día. Con las
fuerzas que le quedan, libra una batalla contra la burocracia y la corrupción
mexicana. Forma parte de la Asamblea Nacional de Braceros, con oficinas en
Tlaxcala, y en las que se reúnen cada semana para saber si hay avances en sus
gestiones. Las últimas noticias les informaban que en 2015 no habría
presupuesto para ellos.
Nicasio entró de bracero a los campos de Michigan en 1962, ésa fue la
primera vez que salió del país. Cumplió un contrato de 45 días, en la
recolección de pepino. Desde Tlaxcala le dieron documentos para viajar a
Empalme, Sonora, o a Monterrey, Nuevo León. De ahí, lo llevaron a Eagle Pass,
Texas, para ser trasladados a su destino final: Michigan.
“No era donde nos animáramos, sino donde nos tocara ir; íbamos
haciendo filas, hasta hacer una grande. Nos dividían conforme pedían los
rancheros a la gente, y así nos iban separando. Había trabajos buenos y malos;
por ejemplo, si le tocaba en el algodón era un trabajo muy malo para un
bracero…
“Toda la gente se quejaba de él, así como del desahije de
lechuga y betabel. Eran trabajos muy pesados porque nos daban un azadón
cortito, no lo dejaba a uno apoyarse en la pierna, se trabajaba encorvado por 8
horas continuas. Sólo le daban a uno media hora de comida y al final del día
terminaba uno para revolcarse como burro.”
Antes de eso, Nicasio también se dedicaba al campo, pero “la necesidad de
ir a Estados Unidos fue la necesidad que todo México tenía. Todos fuimos porque
queríamos cambiar nuestra vida”, dice.
De acuerdo con documentos de la Cámara de Diputados, desde 2013 no se han
presupuestado recursos para pagar a los exbraceros, que viajaron con contratos
laborales a campos estadunidenses entre 1942 a 1964. No obstante, todavía
existen recursos en el Fideicomiso 2106, el cual ya ha hecho entregas por 38
mil pesos para un número incierto de exbraceros.
El más reciente documento que los menciona es elInforme Semestral
Octubre 2012-Febrero 2013 de la LXII Legislatura de la Cámara de
Diputados, cuya Comisión de Asuntos Migratorios es presidida por Amalia García
Medina.
En él se da cuenta que en ese año se llevó a cabo una propuesta relativa al
pago de exbraceros, presentada a la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública.
La iniciativa se llevó a cabo con base en información entregada por la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, indica el documento, y en él se propuso
que el presupuesto destinado al pago de exbraceros fuera de 1 mil 700 millones
de pesos, en 2013.
Para llegar a esta propuesta, la comisión de la Cámara consideró que
“oficialmente existen 40 mil trabajadores exbraceros con sus documentos
validados por parte del Fideicomiso que Administra el Fondo de Apoyo Social
para los Extrabajadores Migratorios Mexicanos”.
El documento fue firmado por García Medina. Del informe rendido por la
Auditoría Superior de la Federación se desprendió que el Fideicomiso aún tiene
recursos no ejercidos, además de montos producto de los intereses generados y
devoluciones que hicieron consulados de México en Estados Unidos, entre otros.
Acuerdos rotos, vejaciones continuas
Por más de 2 décadas en las que jornaleros mexicanos viajaron a Estados
Unidos, las vejaciones y humillaciones fueron parte del trato recibido por sus
contratistas.
Una de las condiciones que ponían las empresas estadunidenses para la
contratación de los campesinos era que debían estar en buen estado de salud;
para ello, “nos encueraban, nos ponían a todos en fila. Luego, nos echaban DDT,
insecticida. Decían que llevábamos piojos, chinches, animales”.
Los hombres debían estar fuertes, resistir el trabajo arduo y las largas
jornadas sin tomar alimentos y apenas un poco de agua. La dieta la llevaban por
la mañana y por la noche, antes de empezar la jornada laboral y a su fin.
“Nos revisaban todo, hasta si teníamos hemorroides o hernias en testículos
y piernas”, dice con tono vergonzoso José de los Santos Piloche Ordóñez,
originario de la comunidad de San Rafael Tlepatlaxco, quien obtuvo contratos
por 10 años continuos, de 1953 hasta 1963: “Nomás venía a dejar los centavos
con la familia y luego, si había chance, me volvía a recontratar”, relata.
Llegó a campos texanos cuando tenía 33 años. Empezó con la pizca de
algodón. Luego, la lechuga. “Aquí y allá se dedicaba al campo: en México, a la
siembra de maíz, cebada, frijol, me iba mal porque no eran mis terrenos, nada
más vivía al día, con lo que se fueran dando, por eso me fui para allá”.
Sin estudios básicos, apenas sabía escribir su nombre y leer un poco.
Trabajó para varias compañías y tuvo lasuerte de ser contratado
hasta por 3 meses, antes de regresar a México.
Sin embargo, las condiciones de vida no respetaban el acuerdo bilateral.
Dormían en barracas, les daban dónde hacer de comer ellos mismos, compraban sus
provisiones. Ellos mismos preparaban arroz, frijoles y tortillas de harina.
“Llegaba el domingo y nos llevaban a comprar al pueblo, de donde
estuviéramos nos llevaban a los pueblos. Nos organizábamos, aunque no fuéramos
de la misma raza, unos cocinaban, otros a lavar los trastes”, comenta.
Las barracas eran unas casas grandes, como galeras, donde había camas donde
dormir, con techos de lámina. Ahí, además del clima con altas temperaturas,
“había que soportar el calor que se producía al cocinar, había quien tenía que
vigilar toda la noche que los frijoles no se quemaran y los demás a dormir. Era
triste la vida, íbamos por nuestra necesidad. Siempre hemos sido pobres. Nos
acababan”, relata con voz cansada.
Lo soportaban todo por 8 o 10 dólares diarios, a veces
trabajaban hasta 14 horas. “Y ya era más dinero, pero nos descontaban el 10 por
ciento. Dormíamos poco, había que levantarse a echar tortilla. A las 7 de la
mañana ya estaba la troca para que saliéramos a trabajar”. José estuvo con
compañías que reclutaban hasta 500 almas, por eso eran grandes las
barracas, con hasta tres camas encimadas. “Eso era lo que tantito nos
molestaba, que nos desvelábamos para preparar ellunche para otro
día. Ya al otro día llegaba la troca y a correr a su troca para cada quien”,
dice el hombre que a sus 87 años no pierde la esperanza de recuperar el 10 por
ciento que le fue descontado de su cheque, por 10 años de trabajo.
El reglamento que marca las condiciones bajo las cuales los trabajadores
mexicanos fueron contratados indica que no coincidieron con los testimonios
relatados los jornaleros: “Los trabajadores recibirán habitaciones higiénicas
adecuadas a las condiciones físicas de la región, del tipo de las suministradas
a los trabajadores nacionales ocupados en labores análogas; los servicios
sanitarios y médicos, y las facilidades de alimentación de que disfruten los
trabajadores a que se refiere este convenio”.
Lourdes, lucha por su herencia
A sus 70 años, va del Distrito Federal a Tlaxclala para reunirse con sus
“compañeros de lucha”, por lo menos una vez al mes. Es activa en la
organización de la asamblea, y una de las responsables en realizar los trámites
ante la Secretaría de Gobernación y gestionar mesas de atención para resolver
su situación, con legisladores.
Sin embargo, desde hace meses no es atendida por ninguna autoridad y sabe
que no habrá, otra vez, mesas receptoras para los exbraceros o sus familiares.
Lourdes Guilliem Partida es hija de un exbracero que murió sin saber que el
gobierno mexicano había recibido el 10 por ciento de sus ganancias como
trabajador agrícola en Estados Unidos. Desde que escuchó a través de las
noticias que esto había ocurrido, ha sido una de las principales en exigir un
pago justo.
Amador Guilliem Salcedo, su padre, fue un veracruzano que viajó al Distrito
Federal a estudiar secretariado antes de 1944. Ya en ese año encontró la
“oportunidad” de trabajar en Estados Unidos, para mantener a su esposa y las
dos hijas que había procreado.
Lulú, como le llaman sus compañeros, se autodefine
zapatista. En su charla habla de la justicia, el trabajo y la igualdad como una
doctrina propia. En la sala de su hogar extiende los documentos y fotografías
de su padre como trabajador agrícola en el país vecino.
La hija de Amador Guilliem no recibe apoyo de ningún gobierno, ni del
Distrito Federal ni del federal, pese a que ya podría ser beneficiaria de
alguno de sus programas. Vive con una pensión de viudez que apenas le permite
cubrir sus gastos básicos.
Carta a Enrique Peña Nieto
Lulú es una de las promotoras e impulsora de una carta enviada a Enrique
Peña Nieto, el 13 de abril de 2013, apenas unos meses después de haber asumido
la Presidencia de la República. Ésta fue turnada a la Secretaría de
Gobernación, a cargo de Miguel Ángel Osorio Chong, y de la que no se ha
obtenido respuesta.
En ella, los integrantes de la Asamblea Nacional de Exbraceros, originarios
de Tlaxcala, solicitan la “entrega de nuestro fondo de ahorro, constituido con
una retención del 10 por ciento que para ese efecto nos descontaban los
subempleadores […] ponemos a su apreciable consideración nuestros anhelos
últimos de recuperación de nuestro fondo de ahorro […] Wells Fargo, en Estados
Unidos, fue el encargado del fondo de ahorro, en tanto que en México fue
operado por el Banco de Crédito Agrícola.
“[…] No deseamos que por nuestra urgencia y necesidad, la autoridad
nos quite nuestro derecho laboral al fondo de ahorro campesino a cambio de un
apoyo, obligándonos a firmar un documento en el que renunciemos a ese derecho.
La alevosía y ventaja con que se conduce el fideicomiso no es para nosotros,
que en momentos como la Segunda Guerra Mundial, contribuimos con nuestro
trabajo al bienestar nacional. Ahora, no queremos que el gobierno nos apoye,
sino que nos cumpla, entregándonos nuestro fondo de ahorro, para sobrellevar lo
que nos quede de vida”, exigen las palabras dirigidas al presidente Enrique
Peña Nieto.
Fuente: CONTRALINEA/Érika Ramírez, enviada, @erika_contra