Es una tragedia creciente la que vivimos en México, en el terreno de lo político. Y lo que sucedió el sábado por la noche, en el Senado, confirma que estamos gobernados por una punta de porros que, sacando ventaja de su estatus de mayoría, violentan todas las formas legislativas.
Una veintena de delicadas iniciativas fueron aprobadas en fast track, sin la presencia de la Oposición a Morena y sus aliados, pasando por encima de cualquier derecho de discusión o réplica.
La consigna presidencial fue la de cerrar ese día el periodo legislativo, que se renueva hasta finales del próximo agosto, para que los caprichos del inquilino de Palacio Nacional fueran aprobados sin chistar y publicados en el Diario Oficial para entrar en operación.
Bajo este esquema se votaron temas tan delicados como la desaparición del Insabi, el Conacyt, la Financiera Rural, así como la asignación del Tren Maya al Ejército, del espacio aéreo al Ejército, del 80 por del impuesto al turismo para el Ejército, de entregar las oficialías mayores a la Función Pública, excepto la del Ejército, y una docena de iniciativas más.
La consigna presidencial era muy clara. Los legisladores morenistas se habían reunido con Andrés Manuel López Obrador por la mañana para recibir la línea: todo tiene que quedar aprobado antes de la medianoche.
Para lograrlo debieron cambiar la sede del Senado a la antigua casona de Xicoténcatl, vieja base de la Cámara Alta. En la nueva sede, una Oposición lista para debatir e impugnar tantos asuntos ilegales jamás dejaría avanzar la agenda, se empantanaría todo y las iniciativas se habrían pospuesto para el próximo periodo de agosto. Y se fueron los morenistas a instalar su mayoría en el pasado, sin sistema electrónico de asistencia que les contabilizara el quórum.
Tan primitivo fue el operativo, que por esos conteos rápidos manuales -con una senadora verificando en medio del desorden quiénes votaban y en favor de que- algunas de esas iniciativas fueron aprobadas sin la mayoría exigida. Vendrá por eso una larga noche de procesos judiciales. Y todo por el arrebato morenista de cumplirle al presidente López Obrador sus caprichos.
Por supuesto que, dentro de la aplanadora morenista, se dieron casos excepcionales de algunos senadores que en algunas iniciativas o votaron en contra o se abstuvieron de ir con la manada. Apunten entre esos nombres los de Ricardo Monreal, Olga Sánchez Cordero, Cecilia Sánchez, Nancy Sánchez, Cora Cecilia Pinedo y Manuel Velasco, entre otros.
Pero a pesar de todo, el golpe se asestó. La política troglodita de arrebatar sin dar pie a que las minorías legislativas tuvieran la oportunidad de manifestarse, de dar sus puntos de vista -aunque el resultado final hubiera sido el mismo- fue la última de las señales de que en México hay dos poderes dominados por el presidente -el Ejecutivo y el Legislativo- y solo uno independiente, el Judicial.
Y mientras discutimos su validez en los tribunales y esperamos que la Suprema Corte vuelva a ser el último reducto de imparcialidad y libertad -aunque le pese al dueño de Las Mañaneras- los mexicanos amanecemos con un panorama político todavía más lúgubre y más desolador.
Sin un sistema de salud para los marginados, al desaparecer el Insabi; sin un aparato que apoye financieramente a los agricultores, al desaparecer la Financiera Rural; sin un sistema que impulse la ciencia y tecnología, otorgando becas e incentivos no por capacidades intelectuales, sino por otros factores que lindan con la ideología.
Y los militares, esos personajes cada día más poderosos y que junto con los narcotraficantes son los que reciben mayores abrazos del presidente López Obrador, disfrutan desde el sábado de más recursos, pueden presumir mayor empoderamiento, operar con la mayor opacidad, sin rendir cuentas a nadie, y con más dominio sobre activos que deberían ser manejados con fines civiles para el bienestar no de unos cuantos uniformados de verde olivo, sino de toda la ciudadanía.
De poco le sirvió al presidente López Obrador tender esa cortina de humo de su enfermedad “silenciosa” por 72 horas. Al final del día debió recurrir a maniobras golpistas con su mayoría en el Senado para sacar adelante un capítulo más de su gustada serie “al diablo con las instituciones”.
Y por supuesto que -lo más importante- el inquilino de Palacio Nacional también se salió con la suya al no aprobarse a los tres nuevos consejeros del Instituto Nacional de Acceso a la Información. La oscuridad para investigar el destino de los dineros públicos se mantiene por decreto presidencial.
Lo dicho, las políticas trogloditas legislativas se imponen por encima de lo sensato, de lo razonable. Y conforme arrecie la lucha rumbo al 2024, el drama será peor.
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