La Marina de México incautó un cargamento de drogas en un pequeño bote que navegaba por la costa del Pacífico.
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sábado, 2 de enero de 2021
"MAS RUTAS MARITIMAS,TUNELES y DRONES": EL CARTEL de SINALOA ENFRENTO al COVID_19 con PERSPICACIA,INGENIO y ACCIONES FUERA de la LEY...y se consolido en el pais y el mundo
La Marina de México incautó un cargamento de drogas en un pequeño bote que navegaba por la costa del Pacífico.
PRUEBAS PCR CONTRA el COVID_19 ALIMENTAN el MERCADO NEGRO y la GUERRA de PRECIOS...porque la salud tambien es negocio.
Cuando Fithrah Auliya Ansar, que había viajado con su hija y su marido a una boda a la isla de Sulawesi en Indonesia, quiso volver a su casa en Sumatra, las reglas habían cambiado y era necesario un test PCR para volver. La familia tenía que pagar 170 dólares y la mujer decidió retrasar su vuelta hasta que "el gobierno cambie las normas", explica a la AFP.
La situación se repite, independientemente de los continentes. En Rosebank, un barrio acomodado a las afueras de Johannesburgo, en Sudáfrica, el test PCR, realizado en el parking de un laboratorio cuesta 850 rands, es decir más de 50 dólares.
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"¿Quién puede pagar una suma así en este país?", se pregunta la canadiense Lauren Gelfand, que tiene que hacerse la prueba para volver a su casa, en Nairobi.
Pero este no es en absoluto el test más caro del mundo. Según un estudio de la empresa de seguros April, una prueba PCR puede costar unos 153 euros (188 dólares) en Estados Unidos, 250 euros (307 dólares) en el Reino Unido y hasta 347 (426 dólares) en Japón.
"Las diferencias se deben a las circunstancias médicas del país. En algunos, ir a un médico significa acudir al sector privado donde los cuidados son extremadamente caros", dice Isabelle Moins, directora general de los seguros April International.
Pero sin embargo, los test siguen siendo prácticamente imprescindibles para viajar. En noviembre, la Organización Mundial del Turismo (OMT) contabilizó 126 países que exigían pruebas PCR a los turistas internacionales.
Es lo que ocurre en el Reino Unido, donde los test PCR son gratuitos para las personas que tienen síntomas o viven en las zonas donde las restricciones son más elevadas. El resto tiene que dirigirse a laboratorios privados. Boots, una de las principales cadenas de farmacias, propone un test a 120 libras (160 dólares). En la clínica privada Harley Street Clinic de Londres, cuesta más del doble.
En Corea del Sur, exceptuando Seúl y su región, hacerse un test PCR sin síntomas cuesta unos 108 dólares.
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En España, los ciudadanos no tienen que pagar nada por la prueba si la ha prescrito un médico. En caso contrario, deben ir a un centro privado y pagar entre 115 y 180 euros, según datos de la organización de consumidores OCU. A una periodista de la AFP le ofrecieron incluso una prueba a 250 euros en Andalucía (sur).
En otros países, como Alemania o Italia, los precios pueden ir de 59 a 190 euros, dependiendo en qué lugar se realice la prueba.
Entender cómo se fija el precio de una prueba PCR es un verdadero rompecabezas. Con prescripción o sin ella, en un centro privado o en un lugar público... Es difícil aclararse en este embrollo de normas y de precios.
Los laboratorios y los fabricantes son discretos sobre sus tarifas y el coste real de estas pruebas.
Según un estudio de julio de 2020 realizado por la organización Epicentre, que apoya las tareas epidemiológicas de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), "el coste de una prueba PCR se sitúa entre 15 y 25 euros dependiendo de los métodos", sin contar el material de extracción como el hisopo, los salarios del personal que los realiza y los equipos de protección que deben usar para practicar el test o el coste del lugar donde se realizan estas pruebas.
La seguridad social francesa ha estipulado que el Estado debe pagar a los laboratorios 43.20 euros (53 dólares) por cada test.
"El precio es fijado por los servicios de salud de cada país", indica el grupo francés de análisis Eurofins, que realiza unos 2 millones de pruebas PCR al mes.
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En este contexto, algunas personas pueden renunciar a hacerse el test o incluso ir a un mercado negro donde suministren un falso resultado negativo.
Muchas personas prefieren "no someterse a un test debido a la falta de medios económicos", dice Ayman Sabae, encargado de las cuestiones de salud en la ONG Iniciativa egipcia para los derechos personales. En este país, se cobra 2 mil libras, unos 127 dólares, por un test, es decir, el salario mensual de un funcionario local.
En Mozambique las autoridades detectaron en octubre una red de falsos test negativos en una zona fronteriza con Sudáfrica. La mayoría de las pruebas en Mozambique se realizan en clínicas privadas y su coste es igual al del salario mínimo.
En Gabón, donde se exige un test negativo para pasar de una provincia a otra en transporte público, una joven estudiante de Libreville que tiene que tomar el autobús para ir a ver a su familia dice, sin querer revelar su identidad, que paga unos 18 dólares para obtener un falso certificado. "Es rápido, escanean el sello de un laboratorio y me dan un resultado falso que realmente parece un documento verdadero. La persona que revisa los certificados no tiene ni el tiempo ni los medios materiales de verificar", explica.
Por ello, en muchos lugares, las cifras actuales de contagios no reflejan en absoluto la realidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que los test PCR necesitan recursos y una infraestructura considerable, condiciones que no se dan en muchos lugares del mundo. La institución puso en marcha un mecanismo llamado ACT-Accelerator para poner a disposición de países en vías de desarrollo 500 millones de test en 2021.
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EL FRIO YA LLEGO": EL "ORIGEN de los COBERTORES SAN MARCOS,una COBIJA ORIUNDA de AGUASCALIENTES con DOS DECADAS REMEDIANDO el FRIO...para unos acogedora, para otros de mal gusto.
“Literal, cuando te pones estas cobijas son como el abrazo de tu mamá”, cuenta Yolanda Morales desde Tijuana. Recuerda que en su época de estudiante en la Universidad de Puebla, recibió un paquete de su madre con dos cobijas para que no pasara frío en las noches. “Las tengo todavía, veinte años después”, asegura.
A principios de octubre, como si de un ritual se tratase, los hogares de los mexicanos se llenan de escenas exóticas: leones, tigres, lobos, águilas, venados y hasta escenas de guerreros aztecas. Aunque la manta más conocida lleva un tigre, cada uno en su casa tiene un diseño diferente con gran variedad de colores y dibujos. En la década de los 80 y 90 se convirtieron en un producto muy popular. “Es un elemento que vas a encontrar en la mayoría de las casas mexicanas, está en el imaginario de la gente y es algo que une a todos los estratos. Esta cobija es un factor de unidad para la población mexicana”, explica el periodista Ricardo Otero.
Son muy resistentes, pesan entre dos y tres kilos y están hechas de poliéster. “Junto con el aguacate y el tequila, esos cobertores son uno de los productos de exportación mexicanos de más orgullo”, dice María Elena Jiménez desde San Diego, California. El cariño por la cobija San Marcos también llegó hasta Estados Unidos de la mano de los migrantes mexicanos que la introdujeron en la comunidad latina. The Urban Dictionary incluye la palabra San Marcos como sinónimo de manta calentita de México, así literal: “Oye, vato, trae el San Marcos a la carne asada en Delano mañana”, dice una de las entradas.
El origen de los cobertores San Marcos se encuentra en Aguascalientes (centro norte de México). A mediados de los setenta, su creador, el empresario textil Jesús Rivera Franco, descubrió el tejido sintético en un viaje a España -donde también son muy populares este tipo de cobijas- y comenzó con la producción. Las llamó San Marcos en honor a su barrio en Aguascalientes. De hecho, el logotipo de la marca es la puerta del Jardín de San Marcos, uno de los lugares emblemáticos de la ciudad. “Tan pronto como salió al mercado en México, fue un éxito. Todo el mundo quería una”, contaba en 2012 el hermano del empresario, Francisco Rivera Franco, a Los Ángeles Times.
Araceli Salgado, de 62 años, recuerda que compró la suya en los años noventa, en el centro de la Ciudad de México, en la zona de Mixcalco, por 45 pesos de la época. Ahora es su hija Astrid la que duerme en esta reliquia familiar. “Me la dio mi mamá cuando me mudé hace diez años”, recuerda. “La mía tiene un león y un elefante. En octubre cuando empieza a hacer frío la saco hasta febrero”, dice Itzel Castañares. Los recuerdos de su infancia se agolpan y siempre acaban ligados a su vieja manta. No la cambiaría por otra más colorida o más ligera. “Para mí es muy importante, ya no tiene la etiqueta por obvias razones, pero mi familia debió comprarla cerca del mercado de La Merced [Ciudad de México]”, señala.
Las ventas de la empresa de Rivera Franco fueron muy buenas durante los primeros años pero a principios de los noventa, nuevos materiales más ligeros y modelos más económicos llegados de Asia, golpearon las ganancias de la empresa. En 1993, Rivera Franco vendió Grupo Textil San Marcos a la empresa de Monterrey Cydsa, que se deshizo de la planta de Aguascalientes en 2004, fecha en la que se fabricaron los últimos cobertores originales.
La fama de las cobijas San Marcos se extendió tanto que otros lugares aprovecharon para fabricar otras similares. Una manta con un tigre estampado se acabó convirtiendo en garantía de un buen producto contra el frío. “Tras el cierre de San Marcos, nuestra fábrica cobra fuerza a nivel nacional con las marcas San Martín y Altamira, que durante muchos años fueron las principales marcas de cobertor de ‘Jacquard’, que es el tipo de tejido del cobertor de animales”, explica Erik González, director comercial de SIENA Home textiles, en Santa Ana Chiautempan, Tlaxcala.
El cobertor San Marcos, fue desplazado hasta casi desaparecer en los años siguientes. Las fibras costosas, el proceso de hilatura y confección se volvió muy costoso y los precios no eran competitivos para el mercado. “Es un proceso artesanal, los operadores de los telares ya son de edad avanzada y las nuevas generaciones ya no se meten en ese tipo de producciones”, explica González. “En su época llegamos a mandar tráileres llenos a todo el país y al sur para su venta en Centroamérica, hoy debido a los productos asiáticos y la crisis, estamos vendiendo los telares y a un paso de cerrar esa fábrica”, se lamenta el empresario.
Lejos de acabar con la tradición, la popularidad entre el público joven ha aumentado. Algunas propuestas artísticas y estéticas buscan revalorar la herencia cultural e identitaria de estas cobijas. Es el caso de la diseñadora Brenda Equihua, estadounidense de padres mexicanos, que creó en 2008 una colección de chamarras inspiradas en los cobertores San Marcos. “Lo más importante para mi era honrar mi historia. Hacer una pieza de alta moda con un material humilde”, afirma en entrevista telefónica desde Los Ángeles.
“Era importante dignificar la cobija porque, igual que hay gente que para ellos la cobija es importante, también hay quienes la consideran de mal gusto”, señala la diseñadora. Quería atraer a gente a la conversación sobre la historia y la tradición no solo de los latinos y los mexicanos, sino de la diversidad de culturas que fabrican, distribuyen y compran estas cobijas en Estados Unidos”, explica.
La artista que creció hablando español en su casa dice que el cobertor del tigre no es algo de lo que se habla, “más bien se siente” porque es parte cualquier familia mexicana en Estados Unidos. “Es algo que se regala en Navidad o cuando te vas de casa por primera vez. Creces con esa cobija”, asegura.
fuente.-Diario Español/EL PAIS