Fidel Herrera, exgobernador de Veracruz y exponente del viejo PRI, que fue durante décadas un personaje rodeado de escándalos y acusaciones: enriquecimiento ilícito, colusión con el crimen organizado, desvío de recursos, compra de votos y hasta la presunta manipulación de sorteos de lotería, acaba de morir impune,se le escapó a la DEA.
Bajo su mandato, Veracruz vivió el auge de Los Zetas y una violencia inédita. Diversos testimonios y documentos policiales lo vincularon con figuras del narcotráfico y con el lavado de dinero, aunque él siempre lo negó y nunca fue condenado.
La historia y el final de Fidel Herrera Beltrán encarnan la paradoja que atraviesa a buena parte de la clase política mexicana: se puede vivir bajo conductas torcidas, acumular mala fama y sospechas de delitos graves, y aun así morir impune, tranquilo, en la propia cama. Pero la muerte no da concesiones: es el único desenlace seguro, incluso para quienes parecieron intocables en vida.
A pesar de la gravedad de los señalamientos, Herrera se retiró a España, donde vivió sus últimos años alejado de la vida pública, protegido por la sombra de la impunidad que históricamente ha cobijado a muchos políticos mexicanos. Su muerte fue recibida con mensajes institucionales, asépticos, que subrayan la distancia entre la memoria oficial y el peso real de sus actos.
Pablo Ferri,en el diario español EL PAIS y con motivo de su fallecimiento,cita:
“…En una columna que escribió hace unos años, Juan Pardinas contaba que, una vez, Fidel Herrera intentó robarse un cenicero de la sede del Banco de España. Por entonces cónsul de México en Barcelona, Herrera acabó por desistir: su acompañante amenazó con llamar a seguridad. Priista de colmillo añejo, veterano de mil batallas, el viejo político, exgobernador de Veracruz, que vivía su retiro dorado en España, sacó el cenicero de la bolsa y lo dejó donde estaba. No se supo mucho más del asunto, ni siquiera si ocurrió tal cual. Pero la mala fama que había acumulado en décadas de vida pública invitaba a pensar que aquel episodio suponía el menor sus pecados…”
La anécdota del cenicero -ese intento trivial de robo, abortado a tiempo- parece un símbolo menor frente a las acusaciones que marcaron su carrera. Pero ilustra algo esencial: la impunidad no depende del tamaño del pecado, sino del poder acumulado. Herrera, como tantos otros, vivió y murió sin enfrentar la justicia por las sospechas más graves. Sin embargo, la muerte no distingue entre justos y corruptos; llega segura, sin negociar, y pone fin a la vida que cada quien eligió vivir.
La reflexión que nos deja esta es vigente: el sistema permite que muchos vivan bajo conductas torcidas y mueran impunes, pero la muerte -la única certeza- no otorga privilegios. Lo que queda, más allá de los homenajes oficiales, es el legado de sus acciones y el juicio, tardío pero inevitable, de la memoria colectiva.
Que mas nos dice Pablo en EL PAIS:
Ha muerto el filósofo de Nopaltepec, así lo conocían. Herrera nació en la cuenca del río Cosamaloapan, en Veracruz, tierra de caña y fandango, no muy lejos de Tlacotalpan, patria de Agustín Lara.
Tenía 76 años y vivía apartado de la vida pública desde hacía varios, consecuencia de padecimientos médicos de los que nuca se acabó de recuperar. Representaba al penúltimo PRI, aquel que creció bajo el ala de Luis Echeverría y compañía y se hizo fuerte en los últimos quince años del siglo XX. Dicen las malas lenguas que fue el mismo Echeverría quien lo propulsó al interior del partido, enamorado de su oratorio. Pero, como el cenicero, es difícil saber si aquello ocurrió en realidad.
Diputado federal en las décadas de 1970, 1980 y 1990, asesor del Secretario de Gobernación de Carlos Salinas, Jorge Carpizo, Herrera conocía bien las tuberías del Estado. Gustaba de impresionar a los jóvenes y lo mismo declamaba un poema de Amado Nervo, que cortejaba a estrellas de Hollywood para que llegaran a su estado a grabar. Hay fotos del político con Mel Gibson, cuando el actor y director grabó Apocalypto en Veracruz y Herrera fungía de gobernador, los dos sonriendo, dándose la mano, muy contentos.
Los años oscuros de Veracruz, la violencia con que Los Zetas impusieron su ley de plomo y horror en el Estado, iniciaron bajo su mandato. La sospecha de que Herrera habría permitido operar al grupo en la región nunca lo abandonó. José Carlos Hinojosa, viejo colaborador del antiguo paraguas criminal de Los Zetas, el Cartel del Golfo, declaró en una corte en Estados Unidos en 2013, que le envió 12 millones de dólares al político para su campaña a gobernador, allá por 2004. Herrera siempre lo negó.
Años más tarde, cuando se trasladó a España, la sospecha se actualizó. La policía española documentó la relación entre Herrera y Simón Montero Jodorovich, miembro de una célebre estirpe de narcos centroeuropea que se asentó en Cataluña en los la década de 1930, y que estaba siendo investigada por tráfico de drogas, blanqueo de capitales y tenencia ilícita de armas. La policía documentó igualmente la relación entre el político y el enlace de Los Zetas en España, Juan Manuel Muñoz Luévano, alias Mono Muñoz, arrestado hace nueve años en Madrid.
Las reacciones a la muerte del político se han sucedido la tarde de este viernes, mensajes asépticos en redes sociales, como el de la gobernadora de Veracruz, la morenista Rocío Nahle, que ha escrito: “A nombre del pueblo de Veracruz y de una servidora, extiendo las sentidas condolencias a familiares del exgobernador Fidel Herrera Beltrán ante su sensible fallecimiento. Fue un destacado político y representante de Veracruz en varios escenarios de la vida pública”.
También lo ha hecho, desde prisión, su pupilo, Javier Duarte, condenado hace años por varios delitos económicos, tan controvertido como su padrino político. “Fue mi director de tesis en mi licenciatura, mi testigo en mi boda, el padrino de bautizo de mi primer hijo, mi jefe, mi maestro y mi amigo. Hombre de una inteligencia y habilidad excepcional reconocida por propios y extraños”, ha dicho.
Con informacion: PABLO FERRI/DIARIO ESPAÑOL/ELPAIS/