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lunes, 6 de marzo de 2023

"EN los DETALLES esta el DIABLO ?": "LAS PISTAS e INCONSISTENCIAS despues del PRIMER DISPARO TRAS MASACRE PERPETRADA por MILITARES contra 5 DESARMADOS"...una objetiva narrativa sin filias y sin fobias.



De todo lo que se ignora de la masacre de Nuevo Laredo, y es bastante, hay un momento determinante: el del primer disparo. De los cuatro militares que, según el informe rendido a la Fiscalía, accionaron sus armas contra la camioneta de civiles el domingo pasado, alguien debió de hacerlo primero. Los demás fueron detrás. Dispararon más de 60 veces. Mataron a cinco jóvenes y dejaron a otro malherido. Uno más salió ileso. No hubo, que se sepa hasta ahora, una agresión previa, una provocación. Nada.

El caso recuerda a situaciones anteriores, el caso Tlatlaya, por ejemplo, con Enrique Peña Nieto (2012-2018) al frente del Gobierno, o el de los estudiantes del Tec de Monterrey, en años de Felipe Calderón (2006-2012). Pero también a casos de la actual administración, con Andrés Manuel López Obrador, como el de la niña Heidi Pérez, de cuatro años, que murió en septiembre, también en Nuevo Laredo, supuestamente por disparos de militares, sin que hasta ahora el Ejército haya explicado cómo pudo suceder.

Hay ciudades en México, regiones enteras, que viven guerras de baja intensidad. La vida se abre hueco entre persecuciones y tiroteos y a veces parece que todo está bien. Pero el aire carga pólvora y a la mínima prende, criminales contra criminales, delincuentes contra soldados... Aparece entonces la guerra y sus modos, más en ciudades como Nuevo Laredo, donde no hay policía municipal desde hace años y resulta complicado ver una patrulla de la estatal. Los militares son allí autoridad y a mucha gente le parece bien.
La colonia Manuel Cavazos Lerma en donde cinco perdieron la vida, en Nuevo Laredo, Tamaulipas.

Un vecino del lugar donde ocurrió la agresión el domingo decía esta semana que si los militares actuaron como lo hicieron sería por algo. No era un fanático, ni un seguidor acérrimo del Gobierno, solo un joven que vive a 10 metros de donde cayeron esta vez los muertos. “Ellos hacen su trabajo”, decía. “Si les dieron el alto, ¿por qué no pararon? A mí hace poco me dieron el alto, yo traigo mi carro así deportivo, con los vidrios polarizados. Volvía del cine con mi novia. Me detuvieron, pidieron permiso para revisar la cajuela. Todo bien. Ellos no matan así porque sí”.

La guerra y sus modos. Conducir rápido una camioneta del año es para unos una manera natural de acercarse a lo prohibido, una forma de rebeldía. Para otros, un gesto que trasciende lo rebelde y enmarca a sus protagonistas en el terreno de lo erradicable. Estos días, la discusión en Nuevo Laredo se movía alrededor del acelerón de los muchachos, el motivo, si es que lo hicieron. ¿Huían de los militares por miedo, por rechazo? ¿Escondían algo? ¿Aceleraron o conducían rápido, extasiados por su propia juventud?

Importa lo anterior porque se asume como preámbulo de la agresión castrense. Un arrancón como ejemplo de actividad criminal. Lo cierto es que no hay nada más, ahora mismo, que explique los disparos. La Secretaría de la Defensa ha tratado de zanjar el caso, aportando datos que ni siquiera corresponden al informe que rindió el mando de los soldados sobre el terreno aquel día.
Familiares colocaron flores y veladoras en el lugar donde perdieron la vida cinco jóvenes.

La opacidad reina en el caso. Se sabe -decenas de medios lo han dicho, citando fuentes de la Defensa- que la Fiscalía militar ha procesado a los cuatro presuntos tiradores por un delito de desobediencia. Se ignora si la Fiscalía General de la República (FGR) les acusa de algo. Las siguientes líneas resumen lo que se sabe de la masacre.
La cámara del autolavado

Atendiendo al relato del mando sobre el terreno, el capitán de caballería Elio N, un convoy de cuatro vehículos militares, cuatro pick up y una sandcat, una especia de tanqueta, patrullaban Nuevo Laredo la madrugada del domingo. Estaban en la colonia Cavazos Lerma, en el suroeste de la ciudad. El capitán dice que circulaban por la calle Ciudad Mier cuando escucharon detonaciones. Se encaminaron hacia el lugar de donde supuestamente provenían y, al llegar al cruce con la calle Huasteca, vieron una pick up blanca. La de los muchachos. “Aceleraron su marcha al ver nuestra presencia”, dice el oficial.

El relato sigue con los muchachos circulando Huasteca arriba y los militares detrás. En Huasteca y Jiménez, los muchachos supuestamente golpearon un vehículo que estaba aparcado en la calle, un Hyundai Accent azul oscuro. Avanzaron una cuadra más, hasta Méndez, y se detuvieron. El capitán dice que entonces dos de las camionetas se emparejaron con la chocada. Dice que en ese momento escucharon más detonaciones. Y que, justo después, “escuchó que varios de sus elementos accionaron sus armas de fuego”. El primer disparo.

Es difícil saber quién fue el primero en apretar el gatillo. El capitán dice que ordenó el alto el fuego via radio y que salió de la camioneta para preguntar quién había sido. Cuatro cabos levantaron la mano. Resulta extraña esta parte porque tres de los cuatro responsables iban en su camioneta. ¿No los vio el capitán? El otro tirador iba a cargo de la ametralladora de la torreta de la segunda pick up. Aunque no es posible determinarlo de momento, es lógico pensar que el primer tirador fue este último o el cabo a cargo de la torreta de la camioneta del capitán. Los otros dos iban en la cabina y perdieron tiempo en salir y apuntar. Los primeros ya iban fuera.
Familiares acompañan en caravana la carroza fúnebre con el cuerpo de Gustavo Angel Suárez para sepultarlo.

El relato del capitán tiene otros puntos débiles. Por ejemplo, el de las cámaras de seguridad. El oficial señala que patrullaban por calle Ciudad Mier cuando vieron la camioneta de los muchachos y empezaron a seguirla. Pero la cámara de seguridad de un negocio cercano, un autolavado, divulgada estos días, muestra que la persecución inició en realidad 500 metros más atrás, al menos desde la calle Madero. En todo caso, el seguimiento se detuvo un poco más adelante, en el cruce de Huasteca con Méndez.

Ahí, las versiones del capitán y del único superviviente son totalmente opuestas. Alejandro Pérez, el séptimo pasajero, el único que salió ileso, cuenta que ellos circulaban normal. El muchacho cuenta que habían salido de la discoteca Mr. Pig, en el centro, a 25 minutos de la Cavazos Lerma. Iban a dejar en casa a los primeros. En la grabación se ve cómo pasa su camioneta y a unos 50 metros, dos vehículos militares. La camioneta, como dice el comunicado que divulgó la Sedena esta semana, trae las luces apagadas. De las dos camionetas militares que la siguen, una trae los focos apagados igualmente. Es difícil determinar si los carros van muy rápido o no
Los tiros de después

En los vídeos del autolavado solo se ven dos de los cuatro vehículos militares que el capitán Elio N menciona en su informe. No aparecen ni la tercera pick up ni el sandcat. ¿Iban por la misma calle o tomaron otro camino en la persecución? El capitán no habla de ellos, solo los nombra al principio y al final, en la relación de personal que participó en el evento.

Esto es importante porque alude a la mecánica de hechos desde que empiezan los disparos. Tanto el capitán como la Secretaría sugieren en su informe y su comunicado que los disparos vinieron desde atrás, cuando la persecución acaba por el choque de los muchachos. Pero las necropsias de los cadáveres sugieren algo distinto: los cuerpos presentan disparos por el frente, la espalda y el lateral.
Familiares y amigos durante el sepelio de Gustavo Angel Suárez en el municipio de Hidalgo, Coahuila.

La cuestión aquí es entender el papel de los dos vehículos desaparecidos del informe y sus ocupantes. ¿Acaso llegaron ellos por el frente, interceptando la pick up de los jóvenes? No se sabe. El capitán solo dice que los cabos al mando de las ametralladoras de dos pick up y otros dos que iban con él en la cabina dispararon. De ser así, debieron hacerlo desde diferentes puntos: por el frente, por el lateral y por la parte de atrás.

Según el capitán, tras la agresión, conductor y copiloto quedaron tirados en sus asientos, muertos. Las necropsias muestran que recibieron 12 y 10 disparos respectivamente. Alejandro Pérez iba detrás del copiloto. Su hermano Gustavo iba detrás también, igual que su amigo Charal, cuyo nombre verdadero era Jonathan Aguilar, y dos muchachos que eran más cercanos a Wilberto Mata, el copiloto, Alejandro Trujillo y Luis Gerardo N.

De los de atrás, Luis Gerardo y Pérez sobrevivieron. El primero sigue ingresado en el hospital y ha estado en coma varios días. Pérez cuenta que cuando acabó la primera ráfaga de balazos, salió del carro y se puso de rodillas. Dijo que vio como un militar se acercaba y le tiraba a Luis Guillermo, herido dentro del carro. Dice que el muchacho aún salió y que, ya en la calle, le volvieron a disparar. No está claro qué pasó con los otros tres de atrás. Fotos de la escena muestran dos cuerpos fuera del vehículo, uno en la puerta de una casa y otro a la vuelta. Este último era el hermano de Pérez.

El muchacho relata que después de disparar contra Luis Guillermo, los militares le obligaron a tirarse pecho a tierra y permanecer así. Dice que estando boca abajo, escuchó dos balazos más. Ignora si fueron contra su hermano o contra alguno de los otros dos, Trujillo o Charal. La señora que vive en la casa, Sara Luna, de 60 años, contaba esta semana que al escuchar los disparos se asomó a la puerta y vio a dos muchachos en el suelo. Dice también que escuchó quejidos, pero que un militar le ordenó que se metiera “para el cuarto”.
Militares en una diligencia frente a la Fiscalia en Nuevo Laredo, Tamaulipas.

Personal de la Fiscalía General de la República (FGR) llegó al lugar más de dos horas después. Fue entonces cuando un agente tomó en custodia a Pérez, tratado hasta entonces como un delincuente. Al rato llegó su padre, Enrique Pérez, que había salido por barbacoa temprano. El señor del puesto le contó de la balacera. Como sus hijos no habian llegado a casa, se acercó a mirar. El señor Pérez arribó al lugar justo cuando empezaba de nuevo el caos.

Las imágenes son impactantes. Después de que la FGR procesara la escena, una grua militar trataba de sacar de allí el vehículo de los muchachos. Para entonces, serían las 10.30, decenas de vecinos, familiares y amigos de los jóvenes estaban ya por allí, algunos muy agresivos, como el padre de Gustavo Suárez, el conductor de la camioneta. El muchacho vivía en Texas, pero solía ir por allí. Se estaba construyendo una casa y además su novia se había quedado embarazada.

En las imágenes se ve al padre de Suárez agredir a militares, gritarles, exigirles. Otra gente agredió en grupos al menos a dos militares, a patadas y puñetazos. Los militares tratan de quitárselos de encima disparando al aire. Otro dispara al suelo. Algunos soldados agreden a periodistas. También agreden a Raymundo Ramos, de la organización civil Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo.
Mata y el CDN

En el entierro de Gustavo Pérez, Martín Almanza y su bandeña tocaron el miércoles para sus deudos. Algunas eran canciones de luto y pérdida, otras eran corridos en honor del Cartel del Noreste (CDN), organización criminal local, heredera de Los Zetas, que hicieron de Nuevo Laredo su feudo.

Desde la masacre, dos relatos han tratado de imponerse en los medios y en redes sociales. El primero denuncia la mala praxis militar y critica que algo así haya vuelto a ocurrir, como pasó antes con Peña Nieto y Calderón. El segundo evita hablar de los hechos y se centra en lo que hacían los muchachos en su vida. Este segundo relato concluye que todos eran sicarios y casi casi merecían la muerte.
Familiares y amigos durante el velorio de Gustavo Angel Suárez.

El entierro de Gustavo Pérez no era el mejor lugar para ponerse a indagar sobre la vida del muchacho. Entrevistado días antes, su padre, Enrique, contaba que los hermanos trabajaban con él en Laredo, Texas, arreglando cajas de trailer. Decía que la ilusióin de los dos era sacarse la licencia de conductor de trailer y convertirse en “transfer”, choferes que llevan cargas a uno y otro lado de la frontera.

¿Pueden convivir ambas cosas, la ilusión de un buen trabajo, con una pulsión destructiva juvenil, mezclada con el empuje mediático del crimen, del dinero fácil, de la tribu? Sí, por qué no. En el caso de Pérez, no hay, sin embargo, fotos o videos que le relacionen con el CDN. La música del entierro puede entenderse como algo cultural, tribal, parte de una identidad geográfica, sentimental. También es verdad que lo anterior suena justificativo y relativista.

En el caso de Suárez, la situación es parecida. Su familia lo llevó a enterrar a Hidalgo, Coahuila, a una hora de allí. Su hijo descansaría para siempre en el panteón familiar. Hubo banda de música, hubo narcocorridos. En la necropsia, los peritos apuntaron tatuajes de un demonio, del signo del dólar, de la Virgen Maria, de Cristo, de palmeras, y una frase: “Pido a Dios que mi madre vuelva a ser mi madre”.

Otra cosa es Wilberto Mata. O no. Su imagen ha protagonizado estos días los argumentos de los adeptos a la Iglesia del Segundo Relato, el que obvia los hechos y se centra en el contexto criminal de los muchachos. En varias imágenes, difundidas por el canal de redes sociales Frontera Al Rojo Vivo, Mata aparece con arma largas, chaleco antibalas con las letras CDN, etcétera.
Raymundo Ramos, representante del Comité de Derechos Humanos de Tamaulipas, durante el funeral de Gustavo Pérez.

No es lo único. En su necropsia, el perito señaló los tatuajes también. Un diablo, un señor fumando, una mujer con un sombrero que dice Laredo, una Santa Muerte con su apellido inscrito y unas siglas, CDN. Y una más. Amigas de Gustavo Pérez y de Mata señalaron en entrevista el lunes que el único de ellos que sí “trabajaba” era Willy. Matizaron enseguida que aunque si trabajara -con el CDN- esa noche estaba de fiesta.

El martes por la mañana, antes de cualquier entierro, el padre de Wilberto Mata, Rubén Mata, de 48 años, acudió a un despacho de abogados de la ciudad a firmar una denuncia contra quien resulte responsable por los hechos del domingo anterior. Su mujer ni siquiera salió del coche. Él, un hombre de botas de punta y camisa ceñida, lloraba. Contestó algunas preguntas de las que se hacen al principio de las entrevistas: ¿Dónde viven, cuántos hermanos eran con Willy, qué hacía él? Cosas así.

Al cabo del rato se hizo muy evidente que las preguntas verdaderas apuntaban a las fotografías que ya entonces circulaban por todas partes. Aunque el hecho en sí, la masacre, no tenía que ver con lo que hubiera hecho ante su hijo, la presión del Segundo Relato exigía respuestas. El señor Mata no había visto las fotos. Las vio entonces por primera vez.

Una por una, Mata dijo: “Sí, es mi hijo”. Dijo que sí en la que Wilberto aparece con un enorme fusil junto a una Santa Muerte; en otra en que aparece con una AR-15 y un chaleco con la leyenda CDN; en otra que aparece supuestamente en una prisión… Después de afirmar lo innegable, Mata no dijo nada más. Preguntado si pensaba después de verlas, que igual su hijo si estaba metido en el crimen, el hombre dijo que no. Acto seguido se fue.

Fuente.Pablo Ferri/Diario Español/

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