En vez de mañanera hubo misa. En vez de una evaluación del estado que guarda la nación, escuchamos un sermón sobre el arribo a la Tierra Prometida.
Eso fue el Tercer Informe de la Cuarta Transformación. Un relato bíblico, una caminata por Canaán, un exhorto a creer que una persona milagrosa está produciendo resultados milagrosos.
Desde el púlpito habló el predicador que quiere salvar almas en vez de asegurar resultados. El párroco que quiere ser seguido por apóstoles en vez de ser medido por ciudadanos.
El líder que no se comporta como dirigente electo de una República laica, sino como el guía espiritual de una secta religiosa.
Lo que López Obrador ofrece a quienes gobierna no es un contrato social o un compromiso constitucional, es la conexión emotiva con un culto, es la lealtad espiritual a la investidura papal.
Para entender a este Gobierno hay que abdicar a la razón y sustituirla con la fe. Hay que arrodillarse y persignarse.
Porque sólo así resultaría aceptable un Informe como el que AMLO presentó, con el lenguaje que utilizó, con el desapego a la realidad que demostró.
Lo más evidente y constante del discurso presidencial fue la discrepancia entre los dichos y los hechos. Las mentiras evidentes y constatables.
La imposibilidad de comprobar mucho de lo que se celebra, ya que no existen datos o estudios o padrones o evaluaciones o censos gubernamentales disponibles.
Es obvio que el Presidente posee una vocación transformadora centrada en combatir la desigualdad, la pobreza y la corrupción.
Pero también es cierto que mantiene una relación resbalosa con la verdad. Está dispuesto a manosearla de ser necesario, y a mancillarla cuando resulte conveniente.
No es que mienta más que sus predecesores, es que prometió no hacerlo. No es que su Informe contenga más falsedades, es que ante ellas demanda resignación cristiana.
Y quien desmienta al Presidente no es un crítico racional o un ciudadano exigente que busca ser convencido a través de los datos. Se vuelve un apóstata. Un hereje.
Un fariseo que no puede entrar a ese reino de los cielos que es la Cuarta Evangelización. Un protestante al que se debe quemar en la estaca, porque señala con qué frecuencia AMLO violenta la verdad.
Como cuando dice que no ha caído la producción de Pemex, pero no es así; como cuando declara que la corrupción se ha acabado, pero ordena no investigar a Bartlett; como cuando afirma que el Estado ya no viola los derechos humanos y olvida la "Ley Garrote" o la prisión preventiva oficiosa; como cuando subraya que su gobierno ha ahorrado 500 mil millones de pesos, pero no hay forma de constatarlo; como cuando insiste en que las comunidades indígenas aprueban el Tren Maya, pero sólo se ha consultado a la Madre Tierra; como cuando dice que ha separado al poder político del poder económico, pero aumenta el número de asignaciones directas y la discrecionalidad que entrañan; como cuando afirma que su gobierno evita el clientelismo, pero no aclara cómo se hizo y de qué manera se está usando el Censo del Bienestar; como cuando asegura que ya no hay influyentismo, pero Slim y Salinas Pliego siguen obteniendo políticas públicas en su favor.
¿Cómo explicar esta manufactura de mentiras, tanto en el Informe como en las mañaneras, donde se han contabilizado seis falsedades promedio al día?
¿Existe la intención deliberada de engañar o AMLO esparce información equivocada que le proveen?
¿Miente porque quiere el apoyo emocional de la feligresía y no el apoyo racional de la ciudadanía?
El Presidente muestra desdén por los datos de manera reiterativa e incluso en el Informe sugirió que era necesario "desechar la obsesión tecnocrática con medirlo todo", y sustituir las mediciones cuantitativas con los criterios cualitativos.
Pero los datos confiables, comparables y verificables son lo único con lo cual contamos para saber si la Cuarta Transformación está transformando o si está simulando; si está mejorando la condición de vida de los más pobres o si está manipulándolos; si está separando el poder político del poder económico o tan sólo uniéndolos de otra manera.
Cuando López Obrador miente en el Informe y exige creer en lo que dice sin verificar lo que hace, el País pierde.
México deja de ser una República laica y democrática y se vuelve la Tierra Prometida.
Ahí no importa informar o medir, basta con hincarse ante las decisiones de un dedito.
fuente.-opinion@elnorte.com
Eso fue el Tercer Informe de la Cuarta Transformación. Un relato bíblico, una caminata por Canaán, un exhorto a creer que una persona milagrosa está produciendo resultados milagrosos.
Desde el púlpito habló el predicador que quiere salvar almas en vez de asegurar resultados. El párroco que quiere ser seguido por apóstoles en vez de ser medido por ciudadanos.
El líder que no se comporta como dirigente electo de una República laica, sino como el guía espiritual de una secta religiosa.
Lo que López Obrador ofrece a quienes gobierna no es un contrato social o un compromiso constitucional, es la conexión emotiva con un culto, es la lealtad espiritual a la investidura papal.
Para entender a este Gobierno hay que abdicar a la razón y sustituirla con la fe. Hay que arrodillarse y persignarse.
Porque sólo así resultaría aceptable un Informe como el que AMLO presentó, con el lenguaje que utilizó, con el desapego a la realidad que demostró.
Lo más evidente y constante del discurso presidencial fue la discrepancia entre los dichos y los hechos. Las mentiras evidentes y constatables.
La imposibilidad de comprobar mucho de lo que se celebra, ya que no existen datos o estudios o padrones o evaluaciones o censos gubernamentales disponibles.
Es obvio que el Presidente posee una vocación transformadora centrada en combatir la desigualdad, la pobreza y la corrupción.
Pero también es cierto que mantiene una relación resbalosa con la verdad. Está dispuesto a manosearla de ser necesario, y a mancillarla cuando resulte conveniente.
No es que mienta más que sus predecesores, es que prometió no hacerlo. No es que su Informe contenga más falsedades, es que ante ellas demanda resignación cristiana.
Y quien desmienta al Presidente no es un crítico racional o un ciudadano exigente que busca ser convencido a través de los datos. Se vuelve un apóstata. Un hereje.
Un fariseo que no puede entrar a ese reino de los cielos que es la Cuarta Evangelización. Un protestante al que se debe quemar en la estaca, porque señala con qué frecuencia AMLO violenta la verdad.
Como cuando dice que no ha caído la producción de Pemex, pero no es así; como cuando declara que la corrupción se ha acabado, pero ordena no investigar a Bartlett; como cuando afirma que el Estado ya no viola los derechos humanos y olvida la "Ley Garrote" o la prisión preventiva oficiosa; como cuando subraya que su gobierno ha ahorrado 500 mil millones de pesos, pero no hay forma de constatarlo; como cuando insiste en que las comunidades indígenas aprueban el Tren Maya, pero sólo se ha consultado a la Madre Tierra; como cuando dice que ha separado al poder político del poder económico, pero aumenta el número de asignaciones directas y la discrecionalidad que entrañan; como cuando afirma que su gobierno evita el clientelismo, pero no aclara cómo se hizo y de qué manera se está usando el Censo del Bienestar; como cuando asegura que ya no hay influyentismo, pero Slim y Salinas Pliego siguen obteniendo políticas públicas en su favor.
¿Cómo explicar esta manufactura de mentiras, tanto en el Informe como en las mañaneras, donde se han contabilizado seis falsedades promedio al día?
¿Existe la intención deliberada de engañar o AMLO esparce información equivocada que le proveen?
¿Miente porque quiere el apoyo emocional de la feligresía y no el apoyo racional de la ciudadanía?
El Presidente muestra desdén por los datos de manera reiterativa e incluso en el Informe sugirió que era necesario "desechar la obsesión tecnocrática con medirlo todo", y sustituir las mediciones cuantitativas con los criterios cualitativos.
Pero los datos confiables, comparables y verificables son lo único con lo cual contamos para saber si la Cuarta Transformación está transformando o si está simulando; si está mejorando la condición de vida de los más pobres o si está manipulándolos; si está separando el poder político del poder económico o tan sólo uniéndolos de otra manera.
Cuando López Obrador miente en el Informe y exige creer en lo que dice sin verificar lo que hace, el País pierde.
México deja de ser una República laica y democrática y se vuelve la Tierra Prometida.
Ahí no importa informar o medir, basta con hincarse ante las decisiones de un dedito.
fuente.-opinion@elnorte.com