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domingo, 3 de marzo de 2019

LAS PARADOJAS del "MILITARISMO MODERNO"...cuando los ejércitos con poder de las armas tienen que obedecer a quienes no las tienen.

Los Estados modernos requieren de fuerzas armadas con la suficiente solidez para proporcionar seguridad ante las amenazas externas y para garantizar la paz interna. Sin embargo, algunos ejércitos han demostrado ser una amenaza para sus gobiernos y, en concreto, para la estabilidad democrática, lo cual debilita a los Estados y perjudica a miles de personas. 
De aquí que la existencia de ejércitos poderosos subordinados a gobiernos civiles y democráticos resulte paradójica, más la excepción que la norma, ya que implica que aquellos que tienen el poder de las armas obedezcan a personas que no las tienen.1 La cuestión que surge es: ¿cómo crear fuerzas armadas limitadas por el Estado democrático de derecho sin exponer su poder, su esprit de corps, o su eficacia?
La disyuntiva planteada por la necesidad de contar con fuerzas militares poderosas al mismo tiempo que limitadas por la ley, permea las relaciones entre civiles y militares en todos los regímenes democráticos, y no se refiere tan sólo al riesgo de golpes de Estado que son un fenómeno bastante raro en estos días. No existe una solución fácil y permanente para este entuerto, por lo que las democracias han buscado diversos enfoques para conciliar ambos objetivos —incompatibles en apariencia— según el contexto y las circunstancias específicas. En algunas ocasiones se ha priorizado un lado de la ecuación, tener poderosas fuerzas militares, mientras que en otras se ha inclinado la balanza hacia el otro, contar con fuerzas limitadas por la ley. Lograr el equilibrio es un acto que demanda un alto grado de precisión: si se transfieren demasiados poderes a las fuerzas armadas, la democracia puede caer herida de muerte; por el contrario, demasiados límites al ejército pueden exponer a la democracia a una serie de riesgos en términos de seguridad. En resumen, encontrar un equilibrio entre los límites democráticos y la autonomía de las fuerzas militares es una tarea difícil pero fundamental para las democracias.
El dilema constitucional de la construcción de fuerzas armadas eficaces y limitadas por la ley, y la tensión que genera entre los gobiernos civiles y democráticos con sus fuerzas armadas, en gran parte se debe a la existencia de una zona gris, unos límites ambiguos, entre las esferas “civil” y “militar”. Al respecto, Huntington argumentó que “el problema no es la revuelta armada, sino la relación entre el experto y el político”:2 los militares demandan la deferencia, a veces total, de los que no conocen el mundo de la fuerza, mientras que los políticos democráticos reclaman la subordinación de todos, sin excepción, a las leyes y los principios constitucionales. La línea que separa los asuntos militares de los políticos se hace aún más delgada, y sus consecuencias son más trascendentales en las democracias contemporáneas con precedentes históricos de intervención castrense en la política, así como en aquellas donde el papel de las fuerzas armadas no se limita a la defensa externa sino que se enfoca en la seguridad interna.
Las porosas fronteras entre las esferas militares y las civiles generan tensión en su relación en parte debido a la incertidumbre que producen. En particular, hay tres tipos de incertidumbre en el centro del dilema: 1) la incertidumbre sobre las consecuencias legales de ciertas acciones de quienes ejercen la violencia por parte del Estado; 2) la incertidumbre sobre los límites de las excepciones y situaciones de emergencia permitidas por la constitución; 3) la incertidumbre sobre cómo equilibrar conflictos de principios o reglas constitucionales en situaciones particulares. Las cortes constitucionales, bajo ciertas condiciones institucionales, son un factor clave para reducir estos tipos de incertidumbre y, por tanto, para construir fuerzas armadas democráticas.3 Las tensiones no resueltas entre gobiernos civiles y fuerzas armadas pueden terminar por erosionar letalmente la democracia constitucional.
El primer tipo de incertidumbre se hace visible en aquellas democracias donde las fuerzas armadas están llamadas a hacer frente a una crisis de seguridad interna, y los miembros de las fuerzas armadas participan en combates que generan muertes. La cuestión sobre las consecuencias legales de la intervención militar se centra, entonces, en si estas bajas deben ser tratadas como homicidios a investigar y eventualmente castigar, o deben ser consideradas como muertes en combate, aceptables en los casos de conflicto armado, por lo que no deberían ser objeto de sanción. ¿Estamos, entonces, ante un potencial homicidio o ante una muerte en combate o un daño colateral?
La respuesta está condicionada a la existencia de un conflicto armado interno declarado de manera oficial, porque esto implica el uso del derecho internacional humanitario (DIH) que reconoce muertes en combate y daños colaterales.4 En ausencia de una declaratoria oficial de conflicto armado interno las bajas deben ser investigadas y procesadas a través de la legislación penal nacional y, por lo tanto, se consideran como potenciales homicidios. Hay resistencias para declarar la existencia de un conflicto armado interno y dudas sobre su pertinencia en situaciones concretas. Los gobiernos se resisten porque implica una mayor supervisión internacional y viabiliza el reconocimiento de la condición de combatientes a los grupos armados enemigos. Al mismo tiempo, los miembros de las fuerzas armadas instan a los gobiernos para que “no les aten las manos” con limitaciones legales inadecuadas.
El segundo tipo de incertidumbre se refiere al que resulta de los límites a las excepciones permitidas por la constitución. Muchas constituciones reconocen la jurisdicción militar como un cuerpo separado de leyes, fiscales y tribunales, creado para tomar en cuenta las particularidades de las funciones encomendadas a las fuerzas armadas, y que cumple con el propósito de proporcionar estabilidad a la institución y seguridad legal de sus miembros. Pero, ¿quién puede ser investigado y juzgado en los tribunales militares?, ¿bajo qué circunstancias? La jurisdicción militar puede ser amplia e incluir tanto a los oficiales como a los civiles y puede cubrir diversos tipos de delitos o, por el contrario, puede estar limitada a juzgar militares por delitos relacionados estrictamente con su función y durante un servicio militar. En un extremo, una jurisdicción castrense muy amplia puede servir como dispositivo de impunidad para cubrir delitos no relacionados con el servicio o la seguridad del país. En el otro extremo, la justicia militar puede ser abolida y reemplazada por un sistema de justicia unitario bajo el argumento de que la existencia de este cuerpo excepcional de leyes y funcionarios viola derechos y principios del debido proceso en materia penal.5
Por último, el tercer tipo de incertidumbre gira alrededor de la pregunta: ¿cómo balancear conflictos entre derechos o principios constitucionales en circunstancias particulares? Por ejemplo, la disciplina es mencionada a menudo como una condición necesaria para el funcionamiento eficaz de las fuerzas armadas. Lo anterior tiene importantes consecuencias en el juicio de militares por cuanto la disciplina se basa en la obediencia. En este plano, el principio de la disciplina entra en conflicto con el derecho individual a objetar una orden por motivos de conciencia, y con la obligación de no violar los derechos humanos. Otro ejemplo que nos regresa a la justicia militar: si se acepta que los juicios necesitan ser expeditos —en particular en situaciones de combate— ¿cuándo y qué tanto se pueden limitar aspectos básicos del derecho al debido proceso, tales como el derecho a conocer los cargos en su contra y el derecho a ser juzgado por un juez independiente?.
En suma, ¿cómo lograr que las fuerzas armadas no se sientan sometidas al Estado de derecho sino que más bien lo entiendan como el marco necesario de acción y el objetivo último de defensa y misión? ¿Cómo lograr que las autoridades civiles comprendan la especificidad de las fuerzas armadas y logren una mejor coordinación para que éstas cumplan sus misiones con eficacia? Estas preguntas se hacen más relevantes en el contexto actual de las democracias latinoamericanas que están marcadas por lo que Rut Diamint ha llamado el “nuevo militarismo”: una nueva intervención de las fuerzas armadas en los gobiernos y en la toma de decisiones políticas, principal pero no exclusivamente en temas de seguridad pública, ya no por la fuerza sino esta vez por invitación de los gobernantes democráticamente electos.6
Para evaluar el impacto potencial impacto de este “nuevo militarismo” en las democracias constitucionales latinoamericanas no sobra recordar la historia de intervencionismo militar e inestabilidad institucional desde el momento mismo de las independencias en nuestra región.7 En efecto, la relativamente prolongada fase democrática contemporánea en la que se encuentran la mayoría de los países de la región desde fines de los setenta es una anomalía históricamente hablando. Nuestra región latinoamericana sufre de una crónica inestabilidad institucional. Un dato relevante es que el 37% de transiciones hacia y desde la democracia han ocurrido en la región a pesar de que ésta incluye menos del 10% del total de los países del mundo.
La última ronda de autoritarismo e intervenciones militares en la mayor parte de países de la región tuvo lugar durante la Guerra Fría. De hecho, en 1970 todos los países latinoamericanos (con la excepción de Colombia, Costa Rica y Venezuela) eran regímenes autoritarios, muchos liderados por los militares. Esto comenzó a cambiar en 1978 con la transición a la democracia en República Dominicana, que fue seguida por Ecuador al año siguiente, Perú en 1980 y a partir de entonces prácticamente todos los países en la región (excepto Cuba).
En suma, uno de los legados de las intervenciones militares en América Latina es que las fuerzas armadas se acostumbraron a la falta de rendición de cuentas, debido a una malentendida y excesiva autonomía militar, e incluso en muchos casos simple y llana impunidad. Este legado es inaceptable en democracia y, en consecuencia, los países latinoamericanos desde las transiciones que comenzaron en 1978 han tratado de actualizarse y adaptarse a las exigencias del Estado de derecho.
¿Qué tanto el legado de las intervenciones militares está presente en el “nuevo militarismo”? ¿Qué tanto el “nuevo militarismo” puede convertirse en un factor desestabilizador de las democracias latinoamericanas contemporáneas?

La definición y misión de las fuerzas armadas en las constituciones latinoamericanas.8 La definición y misión de las fuerzas armadas muchas veces se encuentran en las constituciones y, por lo general, es una lista de las tres instituciones típicas que se consideran parte de ellas: el ejército (fuerza de tierra), la armada (fuerza de agua) y la fuerza aérea. El tema más sensible respecto a la definición de las fuerzas armadas es cuando la lista de instituciones que las componen se amplía e incorpora otras fuerzas generalmente encargadas de la seguridad interna. Este punto es sensible porque la finalidad o misión tradicional de las fuerzas armadas es por lo general la defensa de la soberanía y el territorio ante las amenazas externas, mientras que la finalidad de la policía, fuerza civil, fuerza de seguridad pública o gendarmería es la defensa ante las amenazas internas y el mantenimiento del orden y la estabilidad. Pero cuando ambas instituciones pertenecen a las “fuerzas armadas” son más probables las confusiones jurisdiccionales o de misión.
La misión de las fuerzas armadas según se establece en la constitución es clave y refleja en gran medida la concepción que el país tiene de las mismas y de su papel. La misión tradicional de las fuerzas armadas es la defensa de la soberanía y el territorio ante amenazas externas. Sin embargo, algunas constituciones ya incluyen entre las misiones de las fuerzas armadas también la participación en la seguridad interna. Por supuesto, incluir entre las misiones constitucionales de las fuerzas armadas la participación en labores de seguridad interna puede tener consecuencias muy importantes y no siempre deseables para la democracia y las relaciones entre los gobiernos civiles y los militares.9
En América Latina algunas constituciones añadían como parte de la misión de las fuerzas armadas la defensa de la soberanía o el territorio; o bien, la defensa de algo mucho más subjetivo y difuso como “la patria” o incluso del “honor u orgullo” nacionales. En términos del constitucionalismo contemporáneo se puede argumentar que la principal misión de las fuerzas armadas (además de la defensa de la soberanía y el territorio ante amenazas externas) es la defensa de la propia constitución a la que se deben tanto ellas como las autoridades electas por el pueblo.
En suma, una revisión de los países latinoamericanos revela que al menos en términos constitucionales no existe un claro consenso normativo que limite los potenciales efectos negativos del “nuevo militarismo”, como la desestabilización de las democracias de la región.

Consideremos ahora la participación de los militares en el gobierno. Puede haber uno o más ministerios o secretarías dedicadas a la defensa y los temas de seguridad. Cuando hay un ministerio para cada rama de las fuerzas armadas (ejército, marina y fuerza aérea) es más probable que los oficiales militares ejerzan influencia en áreas que son consideradas regularmente más “civiles”, como por ejemplo el transporte marítimo y los puertos o los viajes aéreos y los aeropuertos.10 Adicionalmente, cuando hay un solo ministerio de defensa se facilita la coordinación entre las distintas ramas de las fuerzas armadas, entre éstas y el gobierno civil, e incluso entre esos actores y las organizaciones civiles especializadas en temas de defensa. La creación de un solo ministerio de defensa es clave en el proceso de establecer vínculos democráticos entre los ámbitos civil y el militar. Ahora bien, la persona encargada de encabezar el ministerio de defensa puede ser un civil o un militar. Es más, un único ministerio de defensa liderado por un civil ayuda a enfocar los ideales y las metas de las fuerzas armadas, en tanto instituciones, dentro de un marco incuestionablemente democrático.11
Las democracias latinoamericanas también exhiben una interesante variación respecto del número de ministerios dedicados a las fuerzas armadas y a la identidad de las personas que los encabezan (es decir, militares o civiles). La gráfica 1 muestra los valores promedio de un índice de participación de militares en el gobierno para 18 países latinoamericanos durante el periodo 1978-2013. Los valores más altos del índice corresponden a una mayor participación de los militares en el gobierno, y por lo tanto a una mayor probabilidad de que los intereses de las fuerzas armadas intervengan en asuntos propiamente civiles.12
La gráfica 1 (panel izquierdo) muestra que Brasil es el país con el mayor valor promedio del índice y que Costa Rica y Panamá, donde no hay fuerzas armadas, tienen el menor valor promedio. Por supuesto, hay cambios en el tiempo en los niveles del índice (panel derecho). En Brasil, por ejemplo, desde 1999 hay un único ministerio de defensa encabezado por un político civil. En Perú, en contraste, un único ministerio de defensa fue creado en 1985 pero usualmente fue encabezado por un militar hasta 2003.13 Finalmente, en países como Argentina o Chile incluso se ha nombrado a civiles mujeres al frente del ministerio de defensa. El “nuevo militarismo” supone una subida en este índice (que por cierto no incluye militares en otros ministerios del gabinete presidencial), algo que por ejemplo se confirmaría en el caso de Brasil después de la elección del ex comandante Jair Bolsonaro como presidente de la república quien ha incluido a varios miembros de las fuerzas armadas en su equipo de trabajo.

La jurisdicción y la justicia militares son un componente clave de la autonomía militar y frecuentemente una fuente de tensión entre gobiernos civiles y fuerzas armadas. La jurisdicción militar refuerza la institucionalidad de las fuerzas armadas y sirve, entre otras cosas, para salvaguardar sus valores y principios específicos. Esta es una de las razones por las que las fuerzas armadas están tentadas a usar la justicia militar como una fuente de privilegios indebidos, incluso en democracias consolidadas, promoviendo valores o criterios que en ocasiones están en tensión o incluso son opuestos a los valores de la sociedad democrática. La pregunta relevante es qué tanta autónoma y qué tan amplia debe ser la jurisdicción militar.
La gráfica 2 muestra la amplitud de la jurisdicción militar en 18 países de América Latina según lo establece la propia constitución de cada país (desde 1978 hasta 2013). La amplitud de la jurisdicción militar se basa en un índice dependiendo de la respuesta constitucional a la pregunta ¿quién, y bajo qué circunstancias, puede ser investigado o juzgado en la jurisdicción militar? En esta gráfica las respuestas son obtenidas a partir de los artículos constitucionales que regulan la jurisdicción y la justicia militar.
Según esta gráfica, el promedio de la amplitud de jure de la jurisdicción militar es más alto en Paraguay, seguido muy de cerca por Perú, El Salvador, Guatemala y Chile. En contraste, los países con valores más bajos en el promedio de este índice son Venezuela, Costa Rica, Panamá, Bolivia y hasta abajo la República Dominicana. La distancia en el promedio de amplitud de la jurisdicción militar entre los países en el primer grupo y los del segundo es bastante grande. Sin embargo, como también lo muestra la gráfica, hay poca variación en la amplitud de la jurisdicción militar dentro de un mismo país a través del tiempo. Por supuesto, una cosa es la extensión de la justicia militar en la constitución y otra (a veces muy distinta) es cómo interpreta la Corte Constitucional los artículos constitucionales donde se regula dicha extensión. En términos del “nuevo militarismo” lo que resalta es que todavía en muchos países la constitución misma establece una jurisdicción militar que puede ser considerada demasiado amplia, en particular si tomamos como estándar la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre el tema.

La CIDH ha producido una buena línea jurisprudencial sobre la extensión de la jurisdicción militar, pero también lo ha hecho sobre su funcionamiento interno.14 Esta dimensión interna puede ser entendida como la forma en que el proceso judicial se lleva a cabo dentro del fuero militar. En esta dimensión se puede también hablar de un continuo donde en un extremo encontraríamos una jurisdicción militar cuyos procedimientos son iguales a los de un proceso en un tribunal ordinario, y en el otro extremo encontraríamos una jurisdicción militar totalmente autónoma con procedimientos y garantías distintas a las de la jurisdicción ordinaria y no sujetos a revisión por parte del poder judicial ordinario.
Desde su creación y hasta 2015 la CIDH ha decidido 140 casos relacionados con la materia penal y, de éstos, aproximadamente 12% tratan directamente el tema de la jurisdicción militar.15 En un desarrollo jurisprudencial notable desde la primera sentencia sobre este tema la CIDH ha dejado claro que: “En un Estado democrático de derecho la jurisdicción penal militar ha de tener un alcance restrictivo y excepcional y estar encaminada a la protección de intereses jurídicos especiales, vinculados a las funciones propias de las fuerzas militares. Por ello, el Tribunal ha señalado que en el fuero militar sólo se debe juzgar a militares activos por la comisión de delitos o faltas que por su propia naturaleza atenten contra bienes jurídicos propios del orden militar”.16 Asimismo, la CIDH ha establecido que “la jurisdicción militar no es el fuero competente para investigar a los autores de violaciones de derechos humanos, sino que el procesamiento de los responsables corresponde siempre a la justicia ordinaria”.17
Es decir, la CIDH ha establecido tres criterios claros para determinar el alcance o la extensión de la jurisdicción militar: 1) solamente los miembros activos de las fuerzas armadas, y nunca los civiles, pueden ser investigados y juzgados en el fuero militar; 2) solamente por los delitos que tienen una estrecha relación con el ejercicio de la función militar (i.e. delitos castrenses o de función) y que tengan lugar durante el desempeño de un servicio o misión específica; 3) nunca los delitos de lesa humanidad y aquellos en los que ha habido violaciones graves de derechos humanos.18
En cuanto a los procedimientos internos la CIDH ha señalado problemas respecto a la independencia e imparcialidad de los jueces militares. En específico, la CIDH ha establecido que cuando los juzgadores o fiscales en la jurisdicción militar son miembros en activo de las fuerzas armadas se compromete su imparcialidad ya que es probable que “tengan un interés directo, una posición tomada, una preferencia por alguna de las partes y que se encuentren involucrados en la controversia”19 debido a que las fuerzas armadas tienen la doble función de combatir militarmente a ciertos grupos y de juzgar e imponer penas a miembros de dichas organizaciones (que pueden ser los civiles implicados).20
A pesar del desarrollo jurisprudencial notable de la CIDH es importante notar que en cada país las regulaciones y jurisprudencia al respecto están ya sea por debajo o por encima de los estándares establecidos por la CIDH. Por otro lado, los tiempos, la velocidad y los patrones históricos que definen la existencia y los límites de la jurisdicción militar también exhiben una variación notable entre países. En otras palabras, al igual que con la presencia de militares en el gobierno y con la extensión de la jurisdicción militar, también se observa gran variación entre países de la región en términos del acatamiento a nivel nacional de sentencias de la CIDH o de la adaptación a sus estándares en materia de jurisdicción militar.
La regulación del uso de la fuerza letal no ha sido directamente analizada por la CIDH como parte de la jurisdicción militar. Sin embargo, esta Corte sí ha establecido algunos criterios relevantes al respecto. Por ejemplo, ha sentenciado que: “en tiempos de paz los agentes del Estado deben distinguir entre las personas que, por sus acciones, constituyen una amenaza inminente de muerte o lesión grave y aquellas personas que no presentan esa amenaza, y usar la fuerza sólo contra las primeras”.21 De igual modo, ha decretado que “el uso de la fuerza letal y las armas de fuego contra las personas debe estar prohibido como regla general, y su uso excepcional deberá estar formulado por ley y ser interpretado restrictivamente, no siendo más que el ‘absolutamente necesario’ en relación con la fuerza o amenaza que se pretende repeler”.22 Cuando los miembros de las fuerzas armadas participan en labores de seguridad interna es imperativo que tengan en cuenta estos principios del uso letal de la fuerza pues en general su formación y preparación difiere de aquellas de las fuerzas de policía que originalmente fueron pensadas para ese fin.
La participación de las fuerzas armadas en la seguridad pública es una tendencia creciente en América Latina, donde los militares influyen cada vez más en los gobiernos ya no por una intervención forzosa sino por invitación de los propios líderes electos. No debemos olvidar la historia de inestabilidad política del siglo XX latinoamericano, en particular en lo que se debe a los ciclos de intervenciones militares, gobiernos autoritarios, y debilidad consecuente de los gobiernos democráticos. El “nuevo militarismo” tiene formas más sutiles que los golpes de Estado y las intervenciones forzosas, pero puede ser igualmente desestabilizador. Sigue pendiente en nuestra región la construcción de “fuerzas armadas democráticas”, es decir, fuerzas armadas cuya misión principal sea la protección de la democracia constitucional que les da legitimidad y que actúen siempre bajo los principios constitucionales de protección a los derechos humanos. 
Autor.-Julio Ríos Figueroa
Investigador de la División de Estudios Políticos del CIDE.

LUIS ECHEVERRIA el "REO SOLITARIO y EX-PRESIDENTE OTRORA PODEROSO"...exonerado por la justicia, pero no por la conciencia.

El expresidente Luis Echeverría, quien fuera todopoderoso en el régimen del partido de Estado, envejeció en su casa, cercado por las acusaciones de perpetrar la matanza de Tlatelolco en 1968 y orquestar el Halconazo de 1971, de las que fue exonerado “por falta de pruebas”. Hasta allá lo alcanzó una intriga, pero no de opositores o de víctimas del poder represivo que una vez encabezó; fueron sus propios hijos los que tomaron el control de su residencia, expulsaron a su personal de confianza y le quitaron la autonomía sobre su dinero. Todo se sabe por las revelaciones a Proceso de quien fue su asistente personal, María Modesta Gil Cedillo. 
Luis Echeverría Álvarez, el hombre fuerte que estuvo en el epicentro del régimen que masacró a cientos de estudiantes en 1968 y 1971, vive el exilio interior. Sin bienes ya a su nombre, con menguados recursos propios y despojado de querencias personales, vive confinado, casi en el abandono, en un rincón de lo que fue su residencia en San Jerónimo. 
Aunque lúcido, su cuerpo de 97 años requiere de asistencia desde que amanece hasta que se duerme. En silla de ruedas, se mueve con fuerzas ajenas. La prisión judicial que vivió ya anciano no se acabó con la resolución que lo exoneró de la acusación de genocidio por la matanza de
Tlatelolco. 


Condenado por los suyos, ahora vive el destierro familiar en un espacio que se reduce conforme sus hijos venden, pedazo a pedazo, la residencia en la que hasta hace algún tiempo, cuando aún se podía mover, recibía a sus amigos, viejos priistas y algunos de sus funcionarios sobrevivientes, como Ignacio Ovalle, ahora responsable de la nueva oficina de Seguridad Alimentaria Mexicana del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Eran los años en que todavía obtenía ingresos por sus negocios inmobiliarios y gozaba de una pensión como expresidente. Recibía cerca de 200 mil pesos mensuales, entre los 100 mil de sus inmobiliarias, sus 64 mil pesos de la Presidencia de la República y 22 mil de la pensión del ISSSTE.
Cuando no en su casa de Cuernavaca, era en la residencia de Magnolia 131, en San Jerónimo, donde organizaba fiestas y comidas; acompañadas, sin falta, del ballet regional que contrataba en su exaltación del nacionalismo que su esposa, María Esther Zuno Arce, cultivó durante su sexenio.
Casi medio siglo después de haber salido de la Presidencia de la República, sólo le queda la memoria del hombre poderoso que fue en el régimen autoritario del PRI. Junto a su recámara aún dispone de un pequeño invernadero que vivió su esplendor de la mano de su esposa. También de una biblioteca y un espacio que llama el Salón del Sexenio, donde conserva los testimonios de las memorias que nunca quiso escribir. 
Pero esos espacios ya no los frecuenta. Desde su recámara se ve hacia el gran jardín con pinos, fresnos y macadamias que llegó a llamarle “el bosque” y que ahora evita siquiera tocarlos con la mirada para que el abandono en que se encuentran no lo deprima más. Muy de vez en vez se anima a comer en una pequeña mesa dispuesta en el invernadero. Sus días los pasa en la recámara que habilitó como oficina.
Sábados y domingos se acicala para recibir a sus escasos amigos, entre otros, el abogado Juan Velásquez, Augusto Gómez Villanueva, que fue su secretario de la Reforma Agraria, y Alfredo Ríos Camarena (estos dos últimos aparecen retratados en la foto de portada de esta edición). 
El control de la información, el gran recurso que explotó durante su carrera política, siguió siendo su preocupación. Desde que entregó el poder, no dejó de hacer el seguimiento de la prensa. Aun en sus cada vez más frecuentes hospitalizaciones por sus crónicos problemas respiratorios, disponía diario de un resumen de prensa que en el último cuarto de siglo le hizo su asistente personal, María Modesta Gil Cedillo. Así fue hasta la última semana de 2018, cuando fue despedida, violentamente, por Benito y María Esther Echeverría Zuno, ante la impotencia y casi llanto del expresidente.
La familia entró, una vez más, en los laberintos judiciales. No sólo por despido injustificado, sino por discriminación, lesiones y amenazas de muerte contra la persona más cercana al expresidente en los últimos 25 años.
El principal acusado es Benito Echeverría, quien desde su divorcio, hace más de tres años, vive en la casa del expresidente. Su hermana, María Esther, administradora de los negocios de la familia, fue acusada de despido injustificado porque a través de la inmobiliaria Administradora de Inmuebles Citlali le pagaba a María Modesta Gil como ayudante general, aunque su sueldo lo completaba con compensaciones fuera de nómina. La asistente también recibía un pago mínimo como empleada de la Presidencia.
Golpe de estado… doméstico
La llegada del fin de año de 2018 se convirtió en un infierno en Magnolia 131. El personal al servicio de la casa estaba inconforme porque al 18 de diciembre no habían cobrado ni la quincena ni el aguinaldo ni otras prestaciones de fin de año. Desde que Echeverría cedió sus bienes a su familia, en 2002, empezó a perder su peculio, empezando por los ingresos de las inmobiliarias. Su hija María Esther consideró que ya no los necesitaba, a pesar de que él pagaba sus hospitalizaciones, y comenzaron las restricciones en la casa.
La asistente refiere a Proceso un testimonio de Echeverría: “Vino La Chiquis (María Esther) y me dijo que le costaba mucho dinero mantenerme en esta casa, que si ya no estuviera yo aquí, esto ya se hubiera vendido en millones”.
Las limitaciones económicas alcanzaron al sueldo de los empleados, quienes se quejaban cada vez más de malos tratos.
Dispuestas a renunciar por la acumulación de agravios, alrededor de las 12 horas del 18 de diciembre, las cocineras se dirigieron a la recámara de Echeverría para quejarse y reclamarle directamente. Su asistente las detuvo, al tiempo que la secretaria de su hija María Esther le informaba al expresidente que no tenía dinero para pagar nada. Afuera de la recámara comenzó un barullo. Echeverría le pidió a su asistente que fuera a ver qué pasaba.
Era su hijo Benito, quien, enérgico, les advertía a las cocineras que si entraban a decirle algo a su padre iban a tener problemas con él. Cuando María Gil Cedillo abrió la puerta, se metieron las quejosas. Colérico, el hijo de Echeverría le dijo: “No sabes con quién te has metido. Te acabas de meter con un Zuno”, le dijo a la asistente personal del expresidente.
Dijo un Zuno, no un Echeverría, “tal vez por el desapego de sus hijos al licenciado. Tal vez porque no convivieron tanto. Nunca han tenido una buena relación”, relata Gil Cedillo.
Echeverría le pidió a su asistente que acompañara a las cocineras. En el camino, ellas insistían en que querían renunciar y demandar por falta de pago. “Es una opción, pero tranquilas. Tengan en cuenta que somos todo el personal y esto se tiene que arreglar”, les respondió Gil Cedillo.
Benito Echeverría, quien había permanecido cerca, en el invernadero, a un lado de la habitación, se acercó y acusó a la asistente de azuzar al personal para demandar a la familia. De acuerdo al relato, a partir de ahí, iracundo, ya nada lo detuvo. Se encaminó hacia la recámara de su padre y al advertir que María iba detrás suyo, “me agarró de los brazos, me zangoloteó y me arrojó contra el piso. Volé lo que es la rampa que lleva a la recámara del licenciado”, dice la menuda mujer de 56 años.
Asistida por las cocineras, se levantó y logró entrar con Echeverría. El hijo del expresidente gritaba: “Acabo de oír a esta pinche vieja que está azuzando al personal para que te denuncie a ti, padre, y todos tus hijos”. 
–Yo de inmediato le dije: No es cierto, señor. Estaba llorando de impotencia.
–Tranquilízate; y tú cálmate, Benito –clamaba Echeverría.
“No hubo poder humano que lo detuviera. Siguió insultándome y pidió hablar con él a solas. Pidió que me largara de ahí y el señor no atinaba a decirme que me saliera, hasta que finalmente me dijo: ‘Hija, espérame en el invernadero’”. Salió. Todo el personal atestiguaba.
María Modesta Gil dice que, después de unos 40 minutos, el hijo del expresidente le pidió a una enfermera que entrara con su padre. Enseguida se acercó a la asistente. “Y poniendo su cara frente a mí, me dijo: ‘Te va a cargar la chingada. Yo no amenazo por amenazar, yo mismo te lo cumplo. Te va a cargar la chingada. Te voy a desaparecer no tan sólo de aquí; te voy a desaparecer de la faz de la tierra’. Cuando se dirigía a su recámara me dijo: ‘Y si no sabes qué significa, búscatelo en el diccionario’”.
María fue con el expresidente para decirle de la amenaza y él le respondió: 
–No le hagas caso, hija. Benito está loco. Tú has visto cómo es conmigo. Él y La Chiquis son iguales, tienen el mismo carácter. Has visto cómo vienen. Me gritan, me dicen de cosas y yo solamente los escucho. Pero no les hago caso. Tú no les hagas caso. Tú estás aquí conmigo; no te pasa nada y pongámonos a trabajar. 
Por la tarde, cuando ella salió de la recámara del expresidente, Benito Echeverría la encontró: “Ya te dije que te va a cargar la chingada”. 
Antes de ir a su casa, la asistente de Echeverría fue al Ministerio Público. Un médico legista certificó las lesiones que tenía por la sacudida y la caída. En ese momento se resistió a denunciar las amenazas de muerte. “Finalmente es hijo de mi jefe y no quiero que en un momento el licenciado lo sienta”, pensó.
Gil Cedillo continúa: “A la mañana siguiente, el hijo del licenciado me estaba esperando. Ya había amenazado a las niñas (las cocineras) para que no me apoyaran. Las sacó de la cocina y me dijo: ‘¿Ya lo buscaste en el diccionario?, porque no te queda mucho tiempo’. El asedio continuó hasta el sábado siguiente. Ese día decidió denunciarlo penalmente.
Dos días antes, la asistente se había presentado en la Presidencia de la República para dar a conocer lo sucedido. Como empleada de esa oficina quería evitar más problemas. En Recursos Humanos le dijeron que el personal que tenía Echeverría, 17 empleados, iban a causar baja el 31 de diciembre. Así es que le pidieron que llevara las renuncias de todos.
El mismo día que puso la denuncia penal, se lo hizo saber a María Esther Echeverría Zuno. “Algo sé”, le dijo. Y añadió justificando a su hermano: “Su carácter siempre ha sido explosivo y una vez enojado nadie lo puede controlar”. Le reprochó que hubiera ido a la Presidencia a dar a conocer lo que pasaba.
María se presentó a trabajar el 25, resfriada. Echeverría le pidió que se fuera a descansar y regresara al siguiente día. 
–Sí, nomás que lo acabe de preparar –le respondió. Le dio de desayunar. Lo aseó y lo dejó en su sillón. 
Al siguiente día regresó y vio que el expresidente seguía dormido. Decidió entonces recoger las renuncias que le habían pedido en la Presidencia. Fue hacia el jefe de guardia, quien las tenía. Pero éste le dijo que no le podía dar nada por órdenes del hijo del expresidente. 
María Modesta se fue hacia la recámara de Echeverría, quien le dijo: “Hijita, ya me voy a parar”. 
Entre la enfermera y la asistente lo levantaron. “Lo rasuré. Le lavé los dientes y le limpié su cara. Le estaba lavando las manos cuando entró su hija y me ordenó que le diera todos los papeles”. 
–Yo no tengo nada. Sólo mi renuncia y la de Óscar (uno de los ayudantes).
–Dame todo –le ordenó.


La asistente dejó al expresidente con las manos mojadas. Sacó la renuncia del ayudante y la hija del expresidente se la arrebató. 
–Sólo quiero que me diga si yo voy a llevar las renuncias –le dijo María.
–Benito y yo lo estamos decidiendo. 
–Le recuerdo que yo soy la encargada con Presidencia.
–Tú y tu pinche nombramiento. 
Luis Echeverría le preguntó a su asistente: “Oye, hija, ¿qué te dijo La Chiquis?”
–Quiere las renuncias del personal
–¿Y para qué las quiere?
–No lo sé. Tal vez quieren que ya no intervenga en nada. 
Continúa la asistente: “En ese momento se acercó ella y le gritó al expresidente: ‘Padre, es que en esta casa todo se ha hecho mal desde hace muchos años, y en este momento Benito y yo estamos tomando control de la situación. A partir de ahora los dos decidimos lo que se hace en esta casa’”.
–Tranquilízate, Chiquis, ¿qué pasa?, le dijo el expresidente. 
–Te estoy diciendo que Benito y yo vamos a controlar todo.
María Esther Echeverría Zuno se dirigió hacia la asistente personal del expresidente: “¡Y tú, lárgate de aquí!”.
“No me moví porque le estaba lavando las manos a su papá”, cuenta María. 
–¿No me oíste? ¡Quiero que te largues de mi casa!
Echeverría Álvarez seguía tratando de calmarla.
Ante la insistencia de su hija para que la asistente se fuera, ésta se dirigió hacia el exmandatario: “En el momento en que usted me lo ordene, me salgo”.
–¡Quiero que te largues de aquí, no te quiero ver, esta es mi casa! –le volvió a gritar María Esther.
–Señor, ordéneme que me salga y me salgo. 
Ante la persistencia de la asistente, la hija de Echeverría gritó al personal: “Ayúdenme a sacar a María de aquí. No se quiere salir”. 
Llegó Benito Echeverría con dos guardias. Al verlos, el expresidente se sorprendió y le dijo a María: “Hijita, espérame en el pasillo, pero no te vayas”.
Ella tomó su bolsa y salió de la recámara. 
“Ya nomás faltaba que esta pinche vieja no nos dejara entrar”, dijo el hijo del exmandatario, y dispuso que el personal de Presidencia vigilara la entrada de la recámara y en la puerta que da al invernadero.
En ese momento la asistente de Echeverría pensó: “Se acabó”. Cuando salió la hija del exmandatario, María le dijo: “Sólo voy a entrar por mi renuncia”. 
–Entra por tu pinche renuncia –le contestó. 
“Me metí. Agarré mi fólder, que era lo único que me quedaba. Me acerqué a licenciado y le dije: ‘Señor, me voy’.”
–No te vayas, hija.
–Es que ya no es posible trabajar en esta situación.
–No te vayas. ¿Qué vas a hacer ahorita?
–No lo sé, pero me voy.
Luis Echeverría Álvarez volteó “y me ve con los ojos llorosos y me dice: ‘Hijita, por favor no te vayas’”. 
–Lo siento mucho señor, por favor discúlpeme.
“Me acerqué, le di un beso en la cabeza. Le dije que lo quería y me fui.” 
Cuando salió de la recámara, tomó su bolsa y de inmediato Benito Echeverría les dijo a los muchachos: “Ábranle la puerta, que ya se vaya”. 
Al siguiente día la asistente regresó, pero ya no le abrieron la puerta.
Benito Echeverría se ha reservado su derecho a declarar, pero en el Ministerio Público se acumulan testimonios del maltrato familiar en contra del único presidente mexicano que ha sido acusado de genocidio, pero a quien los tribunales exoneraron por “falta de pruebas”. Por la intervención del personal de Presidencia, el caso también lo sigue la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
fuente.-

MARINOS ASESINOS "SE QUEDAN SIN PARO",LEVANTARON y EJECUTARON a 4 en PUEBLA,ENFRENTARAN la JUSTICIA...reconocimiento al que cumpla y la "carcel" a que se sustraiga.


La Secretaría de Marina-Armada de México informó que brinda todos los apoyos a las autoridades, para el esclarecimiento de los hechos ocurridos en apoyo al Plan Conjunto de Atención a las Instalaciones Estratégicas de PEMEX 2019, donde presuntamente personal naval levantó y privó de la vida a cuatro hombres en Santa Rita Tlahuapan.

Los hechos sucedieron durante el desarrollo de dichas operaciones en atención a instalaciones de PEMEX y afirman que el personal naval sorprendió a un grupo de personas sustrayendo combustible de un ducto, pero, de acuerdo con información preliminar, la actuación del personal naval fue en contra de las disposiciones legales.

Detienen a marinos que mataron y enterraron a 4 supuestos huachicoleros de Tlahuapan...

"COHEN": EL ABOGADO de las 100 GRABACIONES que AMENAZAN a TRUMP...(in) fiel escudero de todas sus andanzas,en las transas.

Michael Cohen trabajó por primera vez para Donald Trump en 2006. El magnate inmobiliario tenía un conflicto con los residentes de uno de sus rascacielos en Nueva York, el Trump World Tower, que querían hacerse con la gestión del edificio y –algo especialmente doloroso para el empresario- quitar su nombre. El abogado, que entonces tenía 40 años, era propietario de uno de los apartamentos y no solo se puso del lado del constructor, sino que se hizo cargo del asunto y venció. 
Pero su llegada al universo Trump no tenía nada de casual. Para entonces, Cohen ya había comprado varios apartamentos en propiedades del hoy presidente de EE UU, además del de la disputa. Admiraba a ese hombre, revelaría años más tarde, desde que era un alumno de instituto, y había leído su famoso libro, The art of the deal, de 1987, dos veces de cabo a rabo. Tras aquella pelea de vecinos, Trump le dio un puesto de trabajo en su empresa y lo acabó convirtiendo en su hombre de confianza. Cohen tocó el cielo con las manos. Luego, las puso a trabajar en el fango.
El pasado miércoles, en el Congreso, quien fuera mano derecha de Trump durante una década ofreció una especie de tour por las cloacas de Manhattan. Durante siete horas televisadas y bajo juramento, relató cómo amenazó durante años a diestro y siniestro, a cualquiera que pudiera perjudicar los intereses de su jefe, ya fueran colegios para que no difundieran sus datos académicos o periodistas con informaciones dañinas. Contó cómo el constructor inflaba o reducía el valor de sus activos a placer, en función de si a su ego le convenía para entrar en la lista de más ricos de Forbes o si a su bolsillo le urgía pagar menos dinero al fisco. Aseguró que el hoy presidente, en su época de candidato a la presidencia, le ordenó comprar el silencio de dos examantes poco antes de las elecciones con el fin de no perjudicar la campaña, y que le reembolsó parte de ese gasto estando ya en la Casa Blanca (mostró un cheque firmado por él en agosto de 2017). También afirmó que Trump conocía los contactos de un asesor suyo con Wikileaks y que se iban a filtrar los correos robados al Partido Demócrata, uno de los grandes pilares de la trama de injerencia rusa.
Implicó al presidente de Estados Unidos, en resumen, en varios posibles delitos federales, de financiación electoral a irregularidades fiscales, pasando colaboración con potencia extranjera. Lo retrató como un racista, corrupto y casi mafioso. Si la relación de estos dos hombres sobrepasó con mucho la habitual entre abogado y cliente, su ruptura ha desatado las comparaciones con el caso Watergate.

"Si escribes esa historia te arruinaré la vida"

“Soy alguien que arregla cosas”. “Haré lo que sea por proteger al presidente, soy el tipo que se llevaría una bala por protegerle”. “Si escribes una historia que tiene el nombre de Trump con la palabra violación te arruinaré la vida, todo el tiempo que estés en este planeta”. “Me voy a asegurar de que nos encontremos un día en un tribunal y te voy a quitar cada penique, incluso los que no tienes aún”. En los días de vino y rosas, Michael Cohen se jactaba de hacer cualquier cosa por su jefe, con quien le unía el amor por el dinero y el estilo de matón.
Hijo de un superviviente del Holocausto, como se encargó de recordar lacrimosamente en el Capitolio este miércoles, Michael Dean Cohen creció en Long Island, al este de la ciudad de Nueva York, en un ambiente acomodado. Su padre, un polaco que huyó a EE UU, era médico, al igual que su tío, Morton W. Levine, quien a falta de descendencia propia, tuvo algunos pacientes muy conocidos, como la familia mafiosa Lucchese. Cohen estudió Derecho en Michigan y pronto entró a trabajar en un despacho especializado en indemnizaciones de heridos, pero no empezó a ganar dinero de verdad hasta que entró en el negocio de los taxis, en el que le introdujo su suegro ucraniano. El joven abogado se asoció con otro ucraniano, Symon Garber, y empezaron a comprar licencias. Entre finales de los 90 y principios del 2000, llegaron a gestionar 260 coches cuyos conductores les pagaban 100 dólares por turno.
Entonces llegó el ladrillo y una ristra de operaciones inmobiliarias muy peculiares, algunas de ellas, como publicó The New York Times el pasado mayo, con fabulosas plusvalías y pagadas en metálico a través de sociedades de responsabilidad limitada. En octubre de 2011, por ejemplo, una de estas sociedades, domiciliada en el apartamento del abogado, en el edificio Trump Park Avenue, compró un bloque en el sur de Manhattan por 2,1 millones de dólares. Tan solo tres años después, en 2014, lo vendió por cinco veces más (10 millones). Y el mismo día de esa transacción, vendió otros tres edificios por 32 millones también en efectivo (el triple de lo que le habían costado tres años atrás).

Del taxi, al ladrillo y al imperio de Trump

A Trump le cayó en gracia este pequeño tiburón inmobiliario que lo adoraba desde joven y que le había sofocado una revuelta de vecinos. Colaboraron durante 10 años.Cohen llegó a ser vicepresidente de la Trump Organization.  El asunto del pago a las mujeres fue una de las últimas misiones que cumplió para su jefe. A poco de las elecciones dio 130.000 dólares a la actriz de cine porno Stormy Daniels y 150.000 a la exmodelo de Playboy Karen McDougal para que callasen sus supuestas relaciones con Trump. Como fue en secreto, y con el objetivo de proteger su imagen, se considera un delito de financiación ilegal. El hoy mandatario admite que él acabó pagando de su bolsillo, pero que lo supo después.
Cohen le tapó –y se tapó a sí mismo- hasta este verano, cuando la justicia le echó el guante. El FBI había registrado en abril su oficina, así como su casa y la habitación de hotel en la que vivía temporalmente, e incautado cajas de documentos, más de una docena de teléfonos móviles, tabletas y ordenadores. También, alrededor de un centenar de grabaciones, entre ellas, las que recogían conversaciones con Trump. El abogado se acabó declarando culpable de evasión fiscal, de financiación opaca de campaña y de haber mentido al Congreso. Fue condenado a tres años de cárcel y señaló al presidente como instigador.
En su testimonio ante el Congreso hizo un retrato demoledor del presidente, pero también de sí mismo, fiel escudero de todas esas andanzas y con un sentido moral muy particular. “Me pidió pagar a una actriz de cine adulto con la que había tenido un idilio y mentirle a su esposa sobre ello, lo cual hice. Mentir a la primera dama es una de las cosas de las que más me arrepiento”, dijo. El abogado de las 100 grabaciones, el hombre que calcula haber amenazado 500 veces en 10 años, que ha evadido al fisco cuatro millones de dólares y admitido mentiras en las investigaciones sobre la injerencia rusa, asegura que haber cubierto a su jefe en un lío de faldas es de lo que más lamenta.
“No soy un hombre perfecto, he hecho cosas de las que no estoy orgulloso y viviré con las consecuencias el resto de mi vida”. Cohen, como aquel viejo comisario de Casablanca, contó al mundo entero entre lágrimas que en Nueva York, y en Washington, se juega.
fuente.-Diario Español/