La unión de los hermanos Ernesto y Román Pérez es algo que amigos presumen frente a sus féretros idénticos. "Los dos alegres y muy unidos, tanto que se van juntos", dicen. Ambos, uno dentista y el otro profesor, fueron asesinados por policías de Veracruz, en la puerta de su casa.
El padre, Román Pérez Martínez, recuerda que las primeras horas del 1 de noviembre, Ernesto -de 33 años de edad- salió alarmado y en ropa interior por disparos afuera de su vivienda. "Como mayor intentó proteger a su hermano de los policías, trató de cubrirse en otro carro pero ni así pudo evitar que fuera balaceado", se lamenta.
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De acuerdo con Gustavo Cárdenas Osorno, abogado de las víctimas, Ernesto y Román recibieron al menos siete disparos por la espalda de elementos de la policía municipal de Orizaba. Seis de ellos serán presentados ante un juez por homicidio calificado, abuso de autoridad e incumplimiento de un deber legal.
Han pasado 48 horas desde el crimen. Las fotografías de los hermanos son custodiadas por veladoras y arreglos florales. Al pie de un crucifijo de metal, se aprecian Ernesto y Román abrazados y sonrientes en un estadio futbol, uno de los pasatiempos que compartieron en vida, según comparten sus amistades.
A Ernesto Pérez González, una amiga que lo conoció desde la infancia como vecina lo describe como "un chico noble, pacífico y consejero, que trataba de arreglar la vida de todos y siempre se quitaba las cosas por darlas a los demás".
El joven, refiere, se graduó como cirujano dentista de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). En la planta baja de su domicilio instaló un consultorio que atendía de lunes a sábado, en un horario de 09:00 horas a 21:00 horas. "La mayor parte de su vida la pasaba ahí", cuenta la entrevistada. Hoy, el dispensario permanece acordonado por tratarse del lugar donde se consumó el doble asesinato.
El tiempo libre de Ernesto era dedicado a su hijo de ocho años con quien compartía la afición por el box. En su cuenta de Facebook publicaba fotografías de viajes al puerto de Veracruz con el menor de edad, a quien policías le arrebataron la figura paterna.
Sobre Román Pérez González, de 31 años de edad, un amigo que acudió al velatorio reconoce su afición por el futbol y su calidad para debatir sobre ese deporte. "Practicarlo casi no, de cariño le decíamos gordo. Aún así de vez en cuando se echaba una cascara en la canchita", comparte con ligera sonrisa.
El menor de los hermanos, confirma, se graduó como docente y realizó una maestría en Matemáticas en el Colegio La Salle. Con ese currículum encontró dos empleos de medio tiempo. Por las mañanas impartía clases en la escuela José Reyes Heroles, en el municipio de Rafael Delgado y en las tardes trabajaba en la secundaria Ignacio de la Llave, en Orizaba, donde su padre era director.
Román compartió a su amigo en una plática reciente que su plan era ganar más horas y afianzarse como un profesor de tiempo completo. "Llegaba un momento en la semana de que el miércoles no trabajaba, yo creo que por eso salió a convivir el martes -día del crimen- porque sabía que al día siguiente no tenía compromisos. Era muy responsable".
Ernesto y Román, también compartían la afición por el Club América y los postres. Los fines de semana visitaban con sus padres el municipio de Río Blanco -donde la familia vivió en años pasados- para comprar comida en la cocina "Doña Mary" y luego pasteles en un negocio de conocidos.
"Era una amistad carnal, nunca discutían. Se echaban bolita, se hacían cosquillas, Ernesto le hacía bromas pesadas a Román, pero hasta ahí. Los dos super alegres y muy unidos, tanto que se van juntos", agregan los conocidos.
Ante las versiones de que Román consumió bebidas alcohólicas el día de su muerte, su amigo responde con franqueza: "Sinceramente le gustaba echarse sus copitas. Pero Román no era de los que ya después se podía alebrestar y buscarse alguna bronca externa. Entre más copas tenía era cuando más tranquilo se volvía".
Los amigos de Ernesto y Román descartan que ellos estuvieron armados el día de los hechos, y que dispararan contra los policías municipales. "Siempre fueron chicos de bien, apegados a su familia. El ilógico que anduvieran en malos pasos. Necesidad no tienen, no eran vagos, ni andarían en malos pasos queriendo ganarse la vida quitándole algo a los demás", comparten.
"¡Justicia!, ¡Queremos justicia!"
Desde la primera fila frente a los féretros metálicos, la abuela de los jóvenes finados toma fuerza para apoyarse y ante las cámaras pide justicia por los suyos. "Mis hijos me los han quitado. Habiendo tanta maldad en el mundo. ¡No se vale!, ¡Justicia!, ¡Queremos justicia!".
El lamento de la mujer contagia a más de 10 en la capilla del velatorio. El padre, Román Pérez, se excusa ante los presentes y se afianza a los brazos de su suegra. "No manchen el nombre de mis hijos", pide a los presente. "Hoy nos tocó a nosotros. Los que tenemos hijos sabemos lo que representa y no se lo deseo a nadie".
"Desgraciadamente han tratado de ensuciar su imagen, diciendo que eran de la gente mala. En la casa de ustedes no hay armas, mis hijos no sabían disparar armas. El mismo Fiscal me dijo, profesor esto fue una masacre", abunda Román Pérez.
Familiares de los padres se acercan a ellos y les ruegan que coman, que tomen fuerzas. Han pasado 48 horas desde el crimen y son conscientes que en la sala donde hoy velan a los suyos solo hay luto y no justicia.
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