El año pasado, Gregg Marcantel,
secretario del Departamento de Correccionales de Nuevo México, Estados Unidos,
voluntariamente se puso en régimen de aislamiento durante 48 horas. Él es uno
de los pocos que puede optar por hacer algo así, y esto es algo que no nos
sorprende de Gregg: algo histriónico, físicamente exigente, bueno para una
historia. Desde que asumió su puesto de trabajo, Marcantel ha trabajado para
reducir el número de presos aislados en sus celdas 23 horas al día, y quería
entender lo que estos prisioneros experimentan en realidad. Le dijo a un
periodista: "A veces hay algunas cosas que tienes que sentir, saborear,
oír y oler".
El video de sus dos días en una celda de
cuatro por dos metros muestra una intimidad inquietante. Se observa en la celda
a Marcantel, un ex policía con pinta de fisicoculturista, con un traje
amarillo y gorro naranja. Éste escucha los gritos y el estruendo que viene del
otro lado de la puerta, escribe en un cuaderno y come un poco de la carne de
goma para su desayuno. Su semblante alterna entre el aburrimiento y la
curiosidad. Lee La noche, memoria del holocausto de Elie Wiesel, y un libro de
negocios llamado Límites para líderes.
Este no es el único esfuerzo de Marcantel
para abordar el aislamiento, aunque sí es el más público. En colaboración
con el Instituto Vera de Justicia, una organización sin fines de lucro en
Nueva York, su personal implimentó un programa denominado Restabelceimiento en
la Población, que le permitirá a los presos que pertenecen a pandillas
carcelarias renunciar a éstas y salir del aislamiento a través de buen
comportamiento. Otro programa permitirá a los reclusos que han estado en
aislamiento por su propia protección —a informantes, así como a los jóvenes
y débiles— vivir juntos en una vivienda normal. El número de presos de Nuevo
México en aislamiento se redujo de 10.1 por ciento, a finales de 2013, a 6.9
por ciento en junio de 2015.
Esta fue una victoria modesta y nada
arriesgada en términos políticos: Es menos probable que el frenar el
aislamiento moleste a los ciudadanos que, por ejemplo, el gastar dinero para
ayudar a los reclusos a obtener títulos universitarios. Aun así, los
progresistas criticaron a Marcantel por oponerse a la prohibición en todo el
estado del aislamiento para las personas con enfermedad mental. Sin embargo,
ante la prensa —ABC News lo llamó el "último jefe encubierto"—
Marcantel se mostró dispuesto a llevar a cabo una reforma, pero lo
suficientemente conservador para evitar que consideren que no tiene mano dura
con los delincuentes.
Marcantel tiene una forma inteligente de
vender su plan para reducir el régimen de aislamiento: en lugar de centrarse
en los derechos humanos, habla de la seguridad pública. Le dijo al diario
Albuquerque Journal que cuando el aislamiento se usa en exceso, "lo único
que estamos creando son seres humanos socialmente aislados que van a regresar a
su vecinario" y cometer más delitos. (Un estudio encontró que estos
prisioneros tienen el doble de probabilidades de reincidir). "Tenemos que
hacer todo lo posible para que la gente salga mejor de como llegó".
La implicación más relevante del punto
de Marcantel, que afirma que las cárceles deben tomar en serio la
rehabilitación a fin de aliviar la delincuencia y proteger a los ciudadanos,
se ha convertido en un debate importante hoy en día con la reforma del sistema
de justicia penal. Es un momento en el que periodistas, políticos y analistas
pregonan un nivel de cooperación entre la política de izquierda y derecha sin
precedentes. En febrero de 2015, las asociaciones American Civil Liberties
Union, Center for American Progress, FreedomWorks y Koch Industries anunciaron
que colaborarán para apoyar la Coalición para la Seguridad Pública y ejercer
presión para reducir las sentencias mínimas obligatorias, respaldar las
alternativas al encarcelamiento y reducir la población carcelaria.
La reforma tiene muchos seguidores,
incluyendo fiscales conservadores que consideran que encarcelar por actos no
violentos es una fuga de dinero; evangélicos que consideran que las sentencias
demasiado largas le quitan a la gente la oportunidad de redimirse; libertarios
que ven un sistema de justicia penal inflado como ejemplo de la
extralimitación del gobierno, y progresistas que ven la delincuencia como el
producto de la injusticia racial y la destrucción de los programas de
bienestar para los pobres y los enfermos mentales. Con todas estas diferentes
ideologías, encontrar un lenguaje común puede ser difícil, así que la
terminología tiende a ser vaga —"mejores prácticas",
"políticas basadas en la evidencia"— a pesar de que los objetivos
giran alrededor de la reducción de la población carcelaria y de ayudar a que
las personas que han salido de la cárcel no regresen a ésta.
Recluso limpiando uno de los patios en Heidering. |
En Europa Occidental se han mantenido las
tasas bajas tanto de encarcelamiento como de criminalidad. En 2013, el
Instituto Vera de Justicia (una ong especializada en derecho) llevó a un grupo
de funcionarios de penales a visitar las prisiones en los Países Bajos y en
Alemania. Encontraron que las sentencias en Europa son significativamente más
cortas que en EU, y toda la atención se centra en la rehabilitación de los
presos para que puedan volver a la sociedad. Los encargados de las cárceles a
menudo son psicólogos profesionales y hacen hincapié en la terapia más que
en la seguridad. Hay menos de cien presos por cada cien mil alemanes, y más de
600 presos por cada cien mil estadunidenses. Y pocos alemanes pasan más de 15
años en prisión.
A pesar de que las bajas tasas de
criminalidad en Alemania no se pueden relacionar directamente con su sistema de
terapias en las cárceles, los investigadores del Instituto Vera creen que
aprender cómo funcionan estas prisiones podría ayudar a los estadunidenses a
mejorar su sistema. En otras palabras, Alemania podría ofrecer nuevas formas
de abordar los problemas que Marcantel resaltó con su asilamiento voluntario:
¿Cómo tratar diferente a los prisioneros podría asegurar que no cometan
crímenes al salir?
Al planear el recorrido por las prisiones
alemanas, para junio de 2015, Vera invitó a Marcantel y a otros críticos de
la justicia penal que habían mostrado interés en la reforma. Nicholas Turner,
presidente del instituto, prevé que la excursión podría funcionar como un
"campamento de verano", en el que se podrían crear vínculos para la
colaboración política en EU.
Tras aceptar la invitación, Marcantel
admitió que no tenía un "juicio muy claro de Alemania". Pero que
había viajado a Europa y le había sorprendido "cuánto saben ellos de
nosotros [EU] en comparación a lo que yo sé de ellos". Él reprendió a
sus compatriotas por esto. "¿Por qué necesitaría saber de
ustedes?", dijo con una sonrisa. "¡Todo gira en torno a EU!"
Un domingo del pasado mes de junio,
miembros de la Organización International Sentencing and Corrections Exchange
estaban trasnochados debido a su vuelo nocturno a Berlín. Además de
Marcantel, Vera había invitado a los jefes de los sistemas penitenciarios de
Connecticut, Tennessee y Washington, así como a dos fiscales de distrito, un
ex preso, un historiador, un profesor de derecho, varios analistas políticos y
activistas influyentes de izquierda y derecha.
Marcantel estuvo animado durante las
presentaciones, que se llevaron a cabo en un restaurante del centro de la
ciudad. Todo el mundo nombró la universidad, agencia, grupo o fundación que
representaba. Los académicos utilizaban palabras como "carcelario".
Craig DeRoche, de la organización evangélica Justicie Fellowship, habló
sobre dónde "está el corazón" de la gente. Marcantel fue el
primero en romper el hielo, iniciando tímidamente con la frase: "Hola, mi
nombre es Gregg y soy alcohólico".
Jeremy Travis, el presidente del Colegio
John Jay de Justicia Penal, explicó cómo el enfoque alemán del
encarcelamiento puede diferir radicalmente del estadunidense hoy en día, pero
no siempre había sido así. En la década de 1960, las tasas de encarcelamiento
en Europa y EU eran comparables, pero luego la estadunidense comenzó a subir.
Desde la década de 1970 hasta la década de 1990, mientras que Alemania,
Suecia, Francia, Inglaterra y algunos de sus vecinos nunca vieron sus tasas de
encarcelamiento aumentar o disminuir más de 50 por ciento, la tasa de EU
aumentó casi 300 por ciento.
"Estamos aquí porque hemos elegido
estar aquí", dijo Travis. Las decisiones del Congreso —incluida la Ley de
control del crimen violento y cumplimiento de la ley de 1994, a menudo llamada
"ley contra el crimen"— alentan a los estados a aprobar sus propias
leyes para aumentar los encarcelamientos: la three-strikes law (una ley en la
que si alguien comete un crimen, incluso administrativo, y reincide dos veces,
puede recibir una condena muy larga), a penas mínimas, leyes más severas para
delitos relacionados con drogas, sentencias más largas y más restricciones a
la libertad condicional. El crimen ha ido en aumento, y después del escándalo
de Michael Dukakis en 1988 por la liberación de Willie Horton, quien estaba
acusado por violación y asesinato, los demócratas y republicanos estaban
ansiosos por promover leyes para tener sentencias severas. En aquel momento, el
entonces presidente de EU, Bill Clinton, puso a Travis al mando del Instituto
Nacional de Justicia, un grupo de análisis a nivel federal. "Los
financiamos", dijo Travis, mirando a los estadunidenses de diferentes
estados que estaban ahí reunidos, "para que cambien las leyes que buscan
encerrar a la gente en la cárcel por más tiempo".
Marcantel escuchaba con atencion,
encorvado en su silla. Su papel era más práctico que político. Después de
dedicarse a la soldadura en los campos petroleros de su natal Luisiana y de
pasar unos años con los marines, pasó la mayor parte de su carrera como
oficial de policía, persiguiendo asesinos y traficantes de drogas en todo
Nuevo México. Recurrió a los horrores de la prisión para conseguir que se
delataran mutuamente. Aún habla con nostalgia de esos días —alguna vez
atrapó a un capo de la droga en Alabama— pero admite que rara vez se preguntó
dónde terminaron esos criminales después de que los atrapó. Como la mayoría
de la gente, se imaginaba que en un infierno muy lejano.
Desde 2011, cuando fue nombrado secretario
de las Correccionales de Nuevo México, Marcantel ha llegado a conocer ese
infierno íntimamente. Las violaciones, una amenaza común entre policías y
prisioneros recalcitrantes, "ya no son algo chistoso". (En 2012, 14
por ciento de las mujeres en una prisión de Nuevo México informaron haber
sido abusadas sexualmente). Marcantel ve cómo el entorno de la mayoría de las
prisiones estadunidenses, con pocos programas educativos, falla al mantener a
los reclusos lejos de la cárcel. En 2012, su departamento encontró que en
Nuevo México, "más de la mitad de los reclusos que salieron de la
cárcel regresará en un plazo de cinco años".
Cada estado tiene su propio argumento
sobre el reciente crecimiento de la población carcelaria en EU, sus propios
crímenes conocidos, dinámicas y justificaciones políticas. En Nuevo México,
un motín en 1980 en la penitenciaría principal del estado, cerca de Santa Fe,
resultó en la muerte de 33 presos (lee "Preparándose para los
disturbios" en este número). Fue el motín carcelario más violento desde
el del centro correcional de Attica, en el norte de Nueva York, nueve años
antes. Marcantel le dijo a otros en el viaje que este disturbio alimentó la
creencia popular en su estado de que la rehabilitación era una farsa, porque
los presos siempre están listos para atacar.
Había ido al viaje en parte porque no
estaba de acuerdo. Sabía que las cárceles podían ayudar a cambiar a los
criminales, y que podían, mediante prisiones efectivas, "reducir la delincuencia
mucho más de lo que él logró persiguiendo [criminales] de un barrio a
otro".
A la mañana siguiente —antes de que
saliera el sol, tras un poco de cardio para combatir el jet lag, un poco de
queso y pescado— Marcantel subió al autobús para ir a la prisión de
Heidering, que tiene aproximadamente 650 hombres en las afueras de Berlín. El
grupo fue recibido por el director de la prisión, Anke Stein. Las prisiones
estadunidenses tienden a ser ruidosas, estar llenas de luz fluorescente y aire
viciado. Este edificio estaba en silencio y en calma, como una mezcla entre una
universidad de artes y un museo de arte moderno.
El centro abrió en 2013, y aunque estaba
más limpio y era más elegante que otros en el país, su atmósfera ilustra
algo más profundo en el enfoque alemán al encarcelamiento. Gero Meinen,
titular del Ministerio de Justicia de Berlín, explicó al grupo que el
"único objetivo" de su sistema es "habilitar a los reclusos
para llevar una vida de responsabilidad social después de su liberación".
Es más caro encarcelar a una persona en
Alemania —como unos 120 euros (unos 2,160 pesos) diarios por preso, de acuerdo
con Meinen, y alrededor de 85 dólares en EU (1,450pesos)— pero tienen muchos
menos presos (la gran mayoría de las condenas son de dos años o menos), hay
más recursos para capacitar a los oficiales en psicología y contratar
terapeutas para que trabajen con los presos.
Los presos en Heidering hacen diferentes
trabajos —muchos son empleados de una fábrica de autopartes— y están
obligados a ahorrar parte de sus ganancias para cuando sean liberados. Se les
permite utilizar su propia ropa, y los que no tienen permiso de salida para
visitar a sus familiares pueden tener visitas de sus parejas e hijos. Un
trabajador social puede aprobar visitas familiares sin supervisión en una
habitación acogedora con cocina, cuna y sofá-cama. "¿Conyugal?"
Marcantel le preguntó a Stein, la encargada. "Por supuesto",
respondió.
Marcantel notó la falta de cámaras de
seguridad. "Traté de encontrar una", dijo. "¡No hay
ninguna!" Y lo comentó con Bernie Warner, jefe del sistema penitenciario
del estado de Washington, quien notó el olor a cigarro, algo raro en las
cárceles de EU, donde por lo general se prohíbe fumar. Se turnaba con Scott
Semple, su homólogo en Connecticut, para ver dentro de las celdas. Cada
prisionero tenía su propia celda —la palabra "habitación" quedaría
mejor— con un teléfono y una cama individual. El cuarto de baño tenía un
inodoro de cerámica blanca, muy diferente al inodoro de acero inoxidable
atornillado a la pared junto a la cama en las instituciones estadunidenses.
Marcantel no pudo dejar este asombro
durante los próximos cuatro días, y se maravillaba de todos los objetos que
estaban a disposición de los prisioneros alemanes, desde dardos ("¡Están
por todas partes!") hasta fruta, cuchillos (no se necesitó hacer ningún
comentario, bastaba con observar). Sin embargo, en otros momentos, Marcantel
suspiraba y decía: "Creo que obtienes de la gente lo que esperas de
ellos".
Después de la caminata por Heidering, los
estadunidenses se sentaron a almorzar lo que prepararon algunos prisioneros:
pollo asado sobre una cama de verduras salteadas. Todo estaba jugoso y sabroso.
La conversación en la mesa era caótica: "¿Confían en los presos
dándoles cuchillos?", "¡Esas celdas se parecen a mi habitación de
la universidad!"
Dentro de un grupo pequeño, Marcantel
dirigió la conversación hacia la seguridad pública; todavía no estaba
seguro de que se les pudieran dar tantas libertades a los prisioneros
estadunidenses, pero ciertos detalles pequeños, como dejar que los presos
utilicen su propia ropa, podría ayudarlos a mantener un sentido de conexión
con la sociedad. Tal vez se podrían vender como "servicios" al
público en general, dijo Marcantel, como herramientas para ayudar a que los
presos se sientan menos aislados de la sociedad, evitando, al menos en teoría,
que sean más propensos a cometer crímenes tras su liberación. Después de
todo, dijo, estos ex presos iban a "estar detrás de nosotros en la línea
de la tiendita, nos guste o no".
Sentado cerca de Marcantel estaba Khalil
Gibran Muhammad, un historiador que escribió La condena de la negrura, un
libro que habla sobre los inicios en los que la sociedad estadunidense comenzó
a asociar la piel oscura con la criminalidad. Éste frunció el ceño al
escuchar el comentario de la tienda; pensó que Marcantel estaba dando a
entender que todo delito es cometido por un monstruo aterrador que tenemos que
mantener lejos de la opinión pública hasta que se "arregle". Habló
de cómo la desigualdad y los crímenes financieros en Wall Street crearon una
situación en la que "es más probable que la gente, por una serie de
razones, esté más desesperada y llegue a hacer cosas malas".
Marcantel asintió como cuando tratas de
ocultar que estás nervioso. "Estoy de acuerdo contigo", dijo
finalmente, "pero fundamentalmente, tenemos ciertas cosas que se han
criminalizado. Cuando las vemos en ese nivel, y no desde tu gran argumento
filosófico".
Muhammad intervino: "No quiero decir
que no sea filosófico. Pero hay leyes que limitan el comportamiento de Wall
Street. Sólo que elegimos no procesar o enjuiciar".
"Tienes razón", dijo Marcantel.
"Lo que estoy diciendo es... cuando la gente viene [a la cárcel], se debe
a que tomaron desiciones egoístas".
Esta no era la primera vez Marcantel
describía la actividad delictiva como "egoísta". Ha llegado a
pensar de esta manera después de años de estar "contra una pared
blanca" como investigador de la policía en tantas salas de
interrogatorio.
Shaka Senghor, quien pasó 19 años en
distintas cárceles de Michigan por asesinato y varios de ellos en aislamiento,
estaba sentado cerca, terminándose un plato de pollo. El primer día, le
recordó a los miembros del grupo que no olvidaran la importancia de la raza
(ver al hombre negro como el hombre malo) en la historia de cómo EU justificó
su expansión de encarcelamiento. Ahora le pregunta a Marcantel: "¿Qué me
dices del abuso?". Muchos niños que sufren abusos suelen crecer y cometer
delitos, y esto difícilmente se puede explicar con la palabra "egoísta".
"No estoy diciendo que no se pueda
deber al abuso", dijo Marcantel rápidamente. "Pero debido a la libre
voluntad, estás tomando decisiones egoístas..." "¿Diría usted que
la mayoría de las personas que llegan a prisión no lo hacen debido a
desiciones egoístas?" "Creo que han tomado malas decisiones",
dijo Senghor. "Casi todos los reclusos con los que he hablado me han dicho
que tomaron decisiones egoístas", respondió Marcantel.
"Debido a que usted es el encargado
de la correcional", dijo Senghor, "le van a decir lo que usted quiere
oír". Marc Levin, analista político que dirige una coalición llamada
Right on Crime, una iniciativa para la reforma penal, saltó en la
conversación y reformuló todo diciendo que el verdadero problema en EU es "el
hecho de asumir que al hacer miserable a la gente en la cárcel, se le disuade
de cometer crímenes".
Después de todo, estaban sentados en una
prisión donde los reclusos no eran miserables, en un país donde los índices
de criminalidad son bajos. Los hombres en Heidering son tratados en parte como
pacientes que necesitan terapia, y en parte como niños necios que necesitan
ser corregidos de manera educada. Un administrador de la prisión dijo que
hacen un "registro individual de las causas de la delincuencia" de
cada prisionero. El individuo todavía tiene la culpa por haber cometido un
crimen —lo que podría cuadrar con la opinión de Marcantel sobre le egoismo—,
pero eso no quiere decir que, como pasa en EU, debe ser despojado de sus
derechos y expulsado del contrato social.
Pero, ¿qué pensarían en EU de esto? En
todas sus conversaciones en Alemania, los estadunidenses a menudo se
preguntaban si la mejora de las condiciones de sus prisiones daría lugar a una
protesta con repercusiones políticas. En un momento, Jeff Rosen, el fiscal de
distrito de Santa Clara, California, dijo: "Es difícil para mí imaginar
quiénes son los que quieren que los reclusos sean tratados de una manera
digna".
Los estadunidenses continuaron
reflexionando sobre las políticas de la reforma al día siguiente, durante su
visita a la cárcel de Tegel, en Berlín, una antigua constitución de piedra y
ladrillo, donde los nazis encarcelaron al teólogo y escritor Dietrich
Bonhoeffer. Los alemanes hablaron poco de su pasado, pero al inicio de la
semana, los estadunidenses habían ido al Memorial de los Judíos Asesinados de
Europa,una serie de losas de concreto en medio de la ciudad. Más tarde,
Marcantel describiría Alemania con un sentido de reverencia como "una
sociedad que, después del Holocausto, ha dado gran valor a lo que hicieron
para dignificar la existencia humana".
Luego, Marcantel visitó un edificio en
Tegel que alberga un programa llamado Detención Preventiva. Estaba
increíblemente limpio, con paredes blancas y fotos de gatitos en la entrada.
Había una habitación enorme para hacer ejercicio, una sala de música con
guitarras y una batería, y un taller para armar y arreglar bicicletas. La
unidad, aunque suene sorprendente, es para los presos más violentos —hombres
que han cumplido con sus sentencias y, a pesar de todos los esfuerzos en la
rehabilitación, los administradores de las prisiones aún sienten que no
pueden ser puestos en libertad.
Kerstin Becker, quien dirige el programa,
explicó que debido a que estos hombres sólo están encerrados con el fin de
proteger a los demás ciudadanos —y no por su castigo— tienen derecho a tener
la mayor libertad posible.
La seguridad pública era la cuestión. ¿Qué
pasa si alguien es liberado de este tipo de programas y luego comete una
violación o un asesinato? Marcantel se planteaba este escenario en la cabeza;
era fácil imaginar la indignación de la sociedad si se juzaga que alguien ya
no es peligroso y luego termina violando o matando. Marcantel preguntó a
Becker a quemarropa: "¿Y si alguien viola la ley?"
"Va a suceder", respondió
Becker. (Varios hombres que ya habían sido liberados del programa en Tegel
terminaron robando o asaltando).
Marcantel preguntó si el programa
terminará en algún momento. —Por supuesto que no —dijo Becker. Se veía
confundida. Meinen, el director de prisiones de Berlín, intervino. "No
nos pueden despedir", dijo. "Estamos respaldados por el Tribunal
Constitucional, y eso nos pone en una posición fuerte".
Este momento marcó una gran diferencia
cultural y un gran impacto en los visitantes. El personal de la prisión
alemana estaba mucho menos preocupado por el sentimiento de la ciudadanía que
sus contrapartes estadunidenses. En un momento dado, durante una discusión
grupal, Michael Tonry, profesor de derecho de la Universidad de Minnesota y
quien ha vivido en Europa, trató de explicar el porqué de esto. En gran parte
de Europa Occidental, dijo, los jueces y fiscales no son elegidos y "yo
diría que es su responsabilidad aislar el proceso judicial de la influencia de
las emociones de la ciudadanía".
"Así que la protesta comunitaria
aún está presente en su comunidad", se dijo Marcantel a sí mimso.
"Todavía hay personas que se sienten agraviadas, que están enojadas, que
han sido víctimas. Pero el sistema está un poco más alejado de sus
influencias", agregó.
Esa noche, Marcantel se sentó en un
círculo con el resto de los estadunidenses alrededor de una fogata. Estaban en
un hotel en el estado de Mecklemburgo, cerca de dos horas al norte de Berlín,
donde el clima es frío y los gatos y los erizos vagan por las colinas que
rodean un pequeño lago. Todo el mundo estaba satisfecho por la parrillada que
habían tenido al aire libre.
Marcantel le dijo al grupo que aún se
pregunta cómo convencer a los legisladores y ciudadanos estadunidenses sobre
el valor que tiene la forma en que los alemanes se ocupan de los delincuentes.
Marcantel había estado pensando en recurrir a las estadísticas claras —prueba
indiscutible de que estos programas son exitosos— para venderle los beneficios
de estas prácticas a los estadunidenses. Si a los legisladores estatales se
les enseñan algunos datos duros que muestren las tasas de reincidencia en
alemanes, por ejemplo, se podría justificar el gasto de dinero público para
hacer cárceles más humanas.
Pero los alemanes no lo obligarían a
hacer esto. Aunque los académicos europeos miden las tasas de reincidencia en
todo el continente, tienden a advertir contra la comparación, ya que hay
muchas variables. "Al final, siempre habrá reincidencia", dijo Jörg
Jesse, director de prisiones en Mecklemburgo, quien estaba sentado frente a
Marcantel. "Pero si alguien violento roba una pizza o algo así, ¿es
reincidencia o sólo se considera reincidencia si comete el mismo delito por el
que se le encarceló? Ésta es una discusión que no tiene fin".
Aún así, las cifras de Alemania son
alentadoras. El Ministerio Federal de Justicia ha encontrado que casi 33 por
ciento de los liberados en 2007 fueron sentenciados por otro delito dentro de
los tres años siguientes (y de ellos, casi la mitad tuvieron que pagar una
multa en lugar de más tiempo en prisión). En EU, la Oficina Federal de
Estadísticas de Justicia encontró que casi 70 por ciento de las personas
liberadas en 2005 fueron arrestadas de nuevo dentro de los tres años
siguientes a su liberación.
Bettina Muenster, quien creció en
Alemania y es investigadora en el John Jay College, argumentó que tenía que
haber más puntos a discutir que sólo la reincidencia. Sin considerar la
dignidad y los derechos humanos, dijo, la reforma de las prisiones
estadunidenses se estaría llevando a cabo "por las razones
equivocadas".
Marcantel refutó. "Los responsables
de estos sistemas están operando con restricciones", dijo. "Todos
tenemos intereses comunes aquí —sino no estaríamos aquí—, pero tenemos que
ser muy inteligentes para saber cómo involucrar a la ciudadanía".
Un joven, vestido con una camisa a
cuadros, se sentó en una mesa grande, traía un pequeño artefacto de metal en
sus manos. Su cabello estaba alborotado y cola de caballo en la parte superior.
Después del debate en la fogata, los estadunidenses fueron al taller de la
prisión de Neustrelitz. Marcantel se detuvo y observó en silencio cómo un
preso estudiaba unos planos y cogía las herramientas a las que se les había
grabado su apellido, Schulz.
Cinco años antes, Kai Schulz había
intentado matar a una mujer joven con un cuchillo en su ciudad natal en la isla
de Rügen, en la costa del norte de Alemania. Ahora, estaba a un poco más de
un mes de ser liberado. Cuando llegó a Neustrelitz, le dijo a los
estadunidenses que había tratado de demostrar su tenacidad y escaparse.
Con el tiempo se dio cuenta de que este
lugar, ubicado en las colinas con un pequeño ejército de conejos, caballos y
terapeutas, no era como las prisiones de EU que había visto en la televisión,
en las que los hombres están en aislamiento durante años. Este lugar
intentaba cambiarlo, y él lo aceptó. Les habló a los estadunidenses de una
carta de disculpa que había enviado a su víctima. Cuando se le preguntó si
ella respondió, él dijo que no. "Entiendo perfectamente por qué no
contestó y nunca hablaría conmigo", Schulz les dijo. "Pero sé que
nunca voy a olvidar lo que hice".
Marcantel parecía estar impresionado por
el autodominio de este joven e iba a decir que Schulz podría dirigir esta
prisión. También especuló que la economía alemana, con tantas fábricas de
automóviles, necesitaría una gran cantidad de soldadores —la ocupación para
la que Schulz se había estado preparando.
Se podría pensar que la historia de
redención de Schulz es una excepción. Pero durante todo el día, los
norteamericanos fueron testigos de un desfile constante de presos jóvenes que
hablaban de sí mismos en tono maduro y reflexivo. Uno de ellos les contó sus
planes de mudarse a una nueva ciudad con su novia y su hijo de dos años.
"Estoy trabajando en mis propias emociones", dijo otro. "Cómo
reconocerlas y tratarlas".
En el último día del viaje, los
estadunidenses se reunieron en una sala de conferencias para discutir sus
estrategias para la reforma de la justicia penal al regresar a casa. Marcantel
escuchó a Christine Herrman, investigador en el Instituto Vera, hablar de la
necesidad de contar con "historias personales con las que la gente común
se pueda relacionar": historias sobre aquellos que han cometido errores y
delitos, pero que merecen compasión. Escuchó a Michael Tonry, el profesor de
derecho, lamentarse sobre el hecho de que la justicia penal no cuenta con un
"humano empático ejemplar", a diferencia de otros movimientos
sociales para el cambio en EU, como el de derechos de los homosexuales o la
inmigración.
"Creo que el movimiento de derechos
civiles ganó en última instancia debido a la identificación con los seres
humanos que estaban sufriendo injustamente", dijo Tonry, "y nosotros
no tenemos más que criminales". Antes de que pudiera terminar, Marcantel
lo interrumpió. "La única gente que tienes es la receptora de la
realidad", dijo, refiriéndose a ciudadanos que estarían más seguros con
ex presos rehabilitados, al igual que los propios ex prisioneros. "Tienes
que tener una buena visión, y esa visión tiene que [demostrar] cómo [la
reforma] hace una diferencia en la vida de las personas".
Sutilmente trajo de vuelta su argumento
favorito —tener cárceles más humanas resultaría en una comunidad más
segura—, pero en lugar de hablar de la reincidencia o el egoísmo, habló de
los dramas individuales de la redención humana. Tal vez no se tiene que poner
como objetivo reducir los índices de criminalidad. Tal vez se pueda convencer
a los estadunidenses de los beneficios de tener prisiones más humanas
presentándoles a Kai Schulz.
"Cuando llegué aquí", le dijo
Marcantel a sus colegas durante el almuerzo después de regresar a Nuevo
México, me pregunté: ¿Cuál es el retorno de inversión de este programa?
¿Cuáles son sus tasas de reincidencia? Pero de lo que me di cuenta es [que]
estaba tratando con una sociedad de personas" para quienes "se trata
sobre si estamos haciendo lo que dignifica la existencia humana".
El viaje puso muchos temas sobre la mesa,
pero en la fría luz de la política estadunidense, ¿tomaría riesgos reales,
como abogar por sentencias más cortas y más dinero para los programas
educativos? Khalil Gibran Muhammad, el historiador, se mostró optimista. Ha
escrito sobre cómo, en la década de 1930, el alcaide de una prisión de Nueva
York llamado George Kirchwey hizo campaña con un ex preso, Jack Negro, en
contra de una ley que ordenaba cadena perpetua para quienes hubieran reincidido
cuatro veces. "Pienso en esto cuando me imagino [a Marcantel] y lo que
podría hacer", dijo Muhammad.
A finales de julio de 2015, casi una
semana después de que el presidente Obama conmutó las sentencias de 46
delincuentes no violentos condenados por drogas, Marcantel anunció que su
departamento contrataría a un hombre de 40 años llamado David Van Horn como
supervisor del personal de la cocina en una de las prisiones. Van Horn había
sido puesto en libertad en mayo después de 20 años en la cárcel por
asesinato. Fue el primer paso de Marcantel en el desarrollo de un nuevo
programa de transición para ex prisioneros, y dijo que espera inspirar a las
empresas a tomar más riesgos y contratar a personas con este perfil.
En un segmento de cinco minutos en una
estación de radio de noticias locales, Van Horn hablaba de lo mucho que había
cambiado y Marcantel decía: "Él va a regresar a la comunidad, les guste
o no, y estamos tratando de trabajar en una mejor política de seguridad
pública".
El sindicato de correcionales señaló
airadamente que Van Horn ganaría 17 dólares (unos 290 pesos) por hora, más
de lo que ganan algunos guardias de la prisión. El hijo de las víctimas —una
pareja de ancianos casados a quien Van Horn les robó en 1995 antes de
incendiar su casa, matar a la mujer y dispararle al hombre al tratar de
escapar, como él dijo— le dijo a un reportero que deseaba que Van Horn se
quedara en la cárcel para siempre.
Éste fue un hecho en la dinámica
política que aún atormenta los esfuerzos por la reforma en EU. Pero por
ahora, las tareas de Marcantel son pequeñas: defender el trabajo de este ex
prisionero, encontrar una manera de reducir el número de presos en régimen de
aislamiento y revisar un programa que permita a algunos hombres trabajar afuera
de la prisión, después del caso en que un hombre se escapó de su trabajo y
desató una cacería humana.
Pero después de haber compartido una
visión radicalmente diferente de cómo un país puede tratar a quienes han
transgredido sus leyes, Marcantel ahora quiere que su propio país piense en lo
que está haciendo y por qué. Ha visto que, históricamente y comparativamente,
la anomalía no es Alemania sino EU. "La situaciónd de Estados
Unidos", dijo, "si vamos a ser brutalmente honestos, es que nos gusta
la idea de la rehabilitación. Pero lo que toca nuestros sentimientos y nuestro
enfoque de la gestión del sistema de justicia penal es realmente el castigo.
Lo sabemos".
Para Marcantel, los esfuerzos que se hacen
hoy en día por una reforma sólo puede llegar lejos si se hace un profundo
replanteamiento de para qué son las prisiones: "Tenemos que sentarnos como
país y preguntarnos ¿Cuáles son los objetivos? Tenemos que empezar a partir
de un punto auténtico"