Los volcanes Popocatépetl y de Colima no han pasado de echar fumarolas y vomitar ceniza,
pero siguen amenazantes. Empero, tenemos un tercer volcán, aquel con el que
Alexis de Tocqueville (Recuerdos de la Revolución de 1848), y no
metafóricamente, vislumbró cuando decía que “la lucha política se entablará
entre los que poseen y los que no poseen” entonces ¡volveremos a ver las
grandes agitaciones públicas!
Impunidad y corrupción privada y pública han
pervertido las funciones de las instituciones. “Aquellos vicios se debían a los
instintos naturales de la clase dominante, a su poder absoluto, al relajamiento
y a la propia corrupción de su época […]. La clase gubernamental, tras haberse
acantonado en su poder e inmediatamente después en su egoísmo, adquirió un aire
de industria privada, en la que cada uno de sus miembros no pensaba ya en los
asuntos públicos, si no era para canalizarlos en beneficio de sus asuntos
privados, olvidando fácilmente en su pequeño bienestar a las gentes del pueblo.
En ese mundo político, así compuesto y así dirigido, lo que más faltaba, sobre
todo al final, era la vida política propiamente dicha, porque la lucha es
querella de palabras.
“El país parece que se está habituando, insensiblemente, a ver en
las luchas de las Cámaras unos ejercicios de ingenio más que unas discusiones
serias, y, en todo caso, lo que se refería a los diferentes partidos
parlamentarios –mayoría, centro, izquierda o derecha–, querellas interiores
entre los hijos de una misma familia que tratan de engañarse los unos a los
otros en el reparto de la herencia común.
Algunos hechos resonantes de
corrupción, descubiertos por azar, hacían sospechar que por todas partes hay
otros ocultos que han persuadido de que toda la clase que gobernaba está
corrompida, de modo que el país ha concebido por ella un desprecio
aparentemente tranquilo que se interpreta como una sumisión confiada y
satisfecha.
El país estaba entonces dividido en dos partes, o, mejor dicho, en
dos zonas desiguales. En la de arriba, que era la única que debía contener toda
la vida política de la nación, no reinaba más que la languidez, la impotencia,
la inmovilidad, el tedio. En la de abajo, la vida política, por lo contrario,
comienza a manifestarse en síntomas febriles e irregulares que el observador
atento podía captar fácilmente […]. Muy pronto, la lucha política se entablará
entre los que poseen y los que no poseen.
“Se dice que no hay peligro, porque no hay agitación […]. En
verdad que el desorden no está en los hechos, pero ha penetrado muy
profundamente en los espíritus […] pero ¿no ven ustedes que las pasiones
políticas se han convertido, de políticas, en sociales? ¿No ven ustedes que,
poco a poco, se extienden unas opiniones, unas ideas que no aspiran sólo a
derribar tales leyes, tal ministerio, incluso tal gobierno, sino la sociedad
misma, quebrantándola en las propias bases sobre las cuales descansa hoy? ¿No
oyen ustedes lo que se repite sin cesar que todo lo que se encuentra por encima
de ella es incapaz e indigno de gobernarlas, que la división de los bienes,
hecha hasta ahora, en su mundo es injusta? […]. ¿Y no creen ustedes que, cuando
tales opiniones echan raíces cuando se extienden de una manera casi general,
cuando penetran profundamente en las masas, tienen que traer, antes o después
las revoluciones? Ésta es, señores, mi convicción profunda: creo que estamos durmiéndonos
sobre un volcán, estoy profundamente convencido.
Y cuando trato de ver […] la
causa eficiente que hace que los hombres pierdan el poder es que se han hecho
indignos de ejercerlo. Y hay otra causa. Es que la clase que gobierna se ha
convertido, por su indiferencia, por su egoísmo, por sus vicios, en incapaz e
indigna de gobernar. Vosotros lo ignoráis, pero lo que no sabéis es que la
tempestad está en el horizonte y que avanza sobre vosotros.
“Señores, yo os suplico que no lo hagáis. No os lo pido: os lo
suplico. Me pondría de rodillas, gustosamente, ante vosotros: hasta ese punto creo
que el peligro es real y grave, hasta ese punto creo que el hecho de señalarlo
no es recurrir a una vana forma retórica. ¡Si el peligro es grande, conjuradlo,
cuando aún es tiempo! Corregid el mal con medios eficaces, no atacándolo en sus
síntomas, sino en sí mismo […]. Se ha hablado de cambios en la legislación. Yo
me siento muy inclinado a creer que esos cambios no sólo son muy útiles, sino
necesarios: así, creo en la utilidad de las reformas, en la urgencia de la
reforma parlamentaria. Pero no soy suficientemente insensato señores, para no
saber que no son las leyes las que hacen, por sí solas, el destino de los
pueblos. No, no es el mecanismo de las leyes las que producen los grandes
acontecimientos, señores, sino que es el espíritu mismo del gobierno. Mantened
las mismas leyes, si queréis, aunque yo crea que cometeréis un grave error de
hacerlo. Mantened a los mismos hombres, si eso os agrada; por mi parte, yo no
pongo ningún obstáculo. Pero, por Dios, cambiad el espíritu del gobierno,
porque –os lo repito– ese espíritu os conduce al abismo.”
El discurso de Tocqueville está hecho a la medida de lo
que es hoy una crítica al peñismo que subestima, con apenas una complaciente
autocrítica: “Hay desconfianza e incredulidad […] existe el estigma de considerar
ladrones a los políticos”. Pero insiste en aumentar las sospechas de corrupción
con los nombramientos de Arely Gómez [en la Procuraduría General de la
República] y Eduardo Medina Mora [en la Suprema Corte], para poner a Televisa
por delante del poder presidencial, cuando ya era el poder tras el trono. Las
palabras de Tocqueville son fulminantes: “Los que gobiernan se han convertido,
por su indiferencia, por su egoísmo, por sus vicios, en incapaces e indignos de
gobernar”.
Fuente.-Álvaro Cepeda Neri*/contralinea