Las decisiones y los caprichos presidenciales solían pasar por encima de los diplomáticos de carrera, cuyo futuro se veía truncado por la inserción de quienes nunca buscaron la diplomacia en el servicio público.
Panamá rechaza a Pedro Salmerón como embajador; AMLO propone a Jesusa Rodríguez...
Sin darle una embajada de por medio, el presidente Lázaro Cárdenas acabó exiliando a su antecesor, Plutarco Elías Calles, en su intento por ponerle fin al llamado Maximato.
Al fundador del Partido Nacional Revolucionario -luego refundado como PRI- Tata Lázaro lo envió al exilio en los Estados Unidos. Y a una docena de los callistas incondicionales se les dieron embajadas y consulados para tenerlos lejos.
Para operar sin las poderosas sombras de sus antecesores, el presidente José López Portillo designó a Gustavo Díaz Ordaz embajador en España y a Luis Echeverría, embajador en Australia, Nueva Zelanda y las Islas Fiji. Era claro que para los dos se trataba de un castigo. Un Gulag hecho a su medida.
Y ni qué decir del presidente Ernesto Zedillo, quien distanciado de su antecesor y buscando romper con su jetatura, acabó negociando el exilio para Carlos Salinas de Gortari bajo la presión ejercida ante el encarcelamiento de su hermano Raúl.
Pero hoy, la diplomacia dentro del gobierno de la Cuarta Transformación ya no es como antes. Sin duda es peor.
Está claro que el presidente Andrés Manuel López Obrador simplemente no respeta la diplomacia de carrera y que su canciller Marcelo Ebrard se exhibe indefenso frente a las decisiones de Palacio Nacional.
Cuatro casos tipifican recientemente el burdo manejo político y de cuates con el que se pretende premiar a políticos o amigos del presidente (en la repartición de embajadas), que carecen de cualquier experiencia diplomática.
Tres de esos casos tienen que ver con ex gobernadores priistas, que no solo perdieron para su partido las elecciones del pasado junio del 2021, sino que acabaron entregando sus gubernaturas a los candidatos ganadores de Morena.
El primer caso es el de Carlos Miguel Aysa, el gobernador de Campeche, quien fue el sucesor de Alejandro “Alito” Moreno, hoy presidente nacional del PRI.
Ni por ser el estado del PRI, ni por estar gobernado por el partido tricolor, pudo retener Campeche. La morenista Layda Sansores se alzó con la victoria.
Como premio de consolación, el presidente López Obrador designó al ex gobernador priista como embajador de México ante República Dominicana.
El segundo caso es el de la también ex gobernadora priista de Sonora, Claudia Pavlovich, quien perdió para su partido su elección sucesoria frente al morenista Alfonso Durazo. En retribución a sus servicios fue designada Cónsul de México en Barcelona.
Y el tercero, más cuestionable y diplomáticamente más indigno, es la designación de Quirino Ordaz como embajador de México en España.
El hombre que fuera gobernador en Sinaloa, la sede del cártel dominado por la familia de “El Chapo” Guzmán, también perdió la elección en su estado. Y ahí también la ganó Morena con su candidato Rubén Rocha Moya.
Pero el más patético de todos los nombramientos es el de Pedro Salmerón, como nuevo embajador de México ante Panamá.
Para los que ya lo olvidaron, Salmerón es el académico del ITAM que fue suspendido de su cátedra bajo acusaciones e investigaciones de presunto acoso sexual a alumnas de ese centro de educación superior.
Nadie sabe, nadie supo de qué manera el catedrático logró salir del sepulcro al que se le confinó. Pero como émulo de Lázaro -y no precisamente Cárdenas- el inquilino de Palacio Nacional le decretó el “levántate y anda” a Panamá.
¿De verdad el presidente López Obrador cree tan ingenuos a los mexicanos como para comprar que los premios a los gobernadores salientes del PRI son por su amor al tricolor y que la reivindicación de Salmerón es porque las feministas y los conservadores le crearon un complot?
El colmo de la anti-diplomacia es que ayer miércoles, el mandatario dejó en claro en su Mañanera, que pésele a quien le pese él mandará a Quirino Ordaz a España. Aunque no le acepten las cartas credenciales.
¿Tiene idea el presidente López Obrador lo que significa que, burlando todos los protocolos diplomáticos que exigen el beneplácito del país al que irán, él se empeñe en imponer con calzador a un político cuestionado y rechazado con la segunda nación con la que más comerciamos y con la que tenemos también la segunda mayor inversión extranjera?
Lo dicho. Confirmamos, como dice el inquilino de Palacio Nacional, que con este gobierno ya no es lo mismo. Está peor. Y en materia diplomática vamos en-bajada.
Fuente.-
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