¿Por qué no mejora la seguridad en México? ¿Por qué seguimos saliendo con miedo a las calles? ¿Por qué, a pesar de reformas y miles de millones invertidos, la violencia sigue? Hay muchas razones, pero una de las principales es clara: la policía.
Hay tantos problemas con nuestras policías que es difícil reducir el asunto a un solo tema. Está la infiltración de grupos criminales en todos los niveles de los cuerpos de seguridad, ya sean nacionales, estatales o municipales, lo que fomenta la impunidad. La capacidad del crimen organizado de intimidar o comprar la voluntad de agentes policiacos es amplia, pero no solo por sus recursos.
También hay un problema sistémico y profundo en el esquema mexicano de seguridad. Nuestras policías enfrentan muchos más desafíos que una delincuencia motivada y fuertemente armada. Lidian con condiciones de trabajo que les tienen sumergidos en la precariedad, falta de equipo, falta de capacitación y malos salarios.
Uno de los temas que hemos documentado en Cuestione, por ejemplo, es el total fracaso de los controles de confianza para ser contratados. Estos se inventaron en los años de Felipe Calderón para tratar de impedir que personas vinculadas al crimen organizado se integraran a las filas de las agencias policiacas. Sin embargo, muy pronto demostraron ser inviables.
Lo que demandan estos controles hace imposible que se logre tener suficientes elementos. Ya sea porque han consumido drogas, tienen tatuajes, tienen sobrepeso, conocen a criminales, o muchas razones más. De cumplirse los requisitos nos quedaríamos sin policías. Para compensar este problema, las agencias han encontrado formas de evadir los controles para contratar agentes.
Así, una gran cantidad de las personas que deben protegernos no cuentan con los requisitos legales para hacerlo.
El problema es grave en un país en que, según expertos, existe un déficit de oficiales. Hay distintas opiniones sobre cuántos policías debiese haber por cada 1000 habitantes, ya que depende mucho de la situación geográfica, delincuencial o política. Pero lo que sí sabemos es que no solo no tenemos suficientes policías, sino que están trabajando en la precariedad.
Eso genera agentes frustrados. Policías vulnerables a la corrupción. Y sobre todo, policías que descargan su enojo en la gente. Lo hemos vivido todas las personas.
Ya sea porque nos detienen o porque les pedimos ayuda, una y otra vez vemos que no tienen facultades para protegernos o nos exigen dinero porque su cadena de mando se los demanda. A pesar de las supuestas capacitaciones no tienen perspectiva de género, y las denuncias de maltrato a mujeres abundan. También las violaciones a los derechos humanos.
En muchos casos, en su frustración, quienes deberían protegernos nos violentan, coaccionan e incluso nos matan.
Se han documentado casos de muchas personas que son torturadas, golpeadas y hasta asesinadas en manos de agentes de seguridad, con un altísimo nivel de impunidad. Lo que esto nos dice es que quienes deben cuidarnos con demasiada frecuencia no saben hacerlo o simplemente no les importa.
Ni las reformas ni la creación de la Guardia Nacional, ni los millones invertidos han servido. Y no sirven porque simplemente no hay la voluntad política de los gobiernos, ni el federal ni los locales, de entrar a fondo a hacer que las policías sepan realmente hacer su trabajo.
Las fuerzas de seguridad le fallan a la ciudadanía. Pero el gobierno y el sistema le fallan a las policías.
Y sí, es cierto que estas personas se juegan la vida. Es cierto que lo hacen en condiciones lamentables. Pero también es cierto que hoy, en México, ser detenido es un riesgo mortal.
Esto tiene que cambiar.
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