Se necesita mucha sangre fría para decir que “logramos estabilizar el crecimiento desmesurado, progresivo de la violencia”, luego de publicarse las cifras oficiales que ubican a 2019 como el año más violento de la historia del país desde que hay estadísticas.
Esa sangre fría la mostró ayer Andrés Manuel López Obrador.
Inconcebible que el Presidente de la República se vanaglorie de una “estabilización” de cifras que nos ubican en el peor año en crímenes, feminicidios, extorsiones, secuestros y víctimas del delito en la historia nacional, desde la época de la Revolución.
En los diez meses de este año van 29 mil 574 homicidios dolosos. Esa cantidad de asesinatos no la conocíamos en México. Implican 2.1 por ciento más que en el año pasado (enero-octubre).
Pero como la ciudadanía aguanta todo tipo de atoles y similares, ahí va otra cucharada de mentiras: “logramos” estabilizar el alza de la violencia.
Cero autocrítica, nadie renuncia, no hay estrategia. Se presume un falso triunfo: “logramos estabilizar” la violencia, en el que ha sido el año más violento en un siglo entero.
De acuerdo con las cifras oficiales (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública) dadas a conocer la noche del miércoles, los secuestros aumentaron nueve por ciento en los diez primeros meses del año, en comparación con 2018.
El alza en las extorsiones fue de 35 por ciento a nivel nacional.
¿Cuál es el avance? ¿Dónde está el “logro” de la estabilización que presume el Presidente?
Las víctimas de delitos aumentaron en nueve por ciento. Se dispararon las cifras, que son personas.
Capítulo aparte merece el incremento de los feminicidios, que fue mayor en 12 por ciento a los diez primeros meses del año anterior. Sí, aumentaron doce por ciento. Una barbaridad.
En el pasado reciente se organizaron marchas nocturnas con antorchas en protesta por los feminicidios –asesinatos de mujeres por el hecho de ser mujeres.
Ahora, los promotores de esas protestas, por disciplina de partido o por “no hacerle el caldo gordo a los conservadores”, callan y no alzan la voz.
Ya sabemos, con su silencio, que no protestaban contra la ineficacia gubernamental ante los feminicidios, sino que marchaban para favorecer la causa de un líder opositor. Solalinde es el mejor ejemplo de esa abyección.
Llegó al poder el personaje que querían, y ellos con él, y guardan silencio ante la explosión de asesinatos de mujeres.
Con los hechos nos demuestran que no les importaban las víctimas, sino allanar el camino a su dirigente para que tomara posesión de la silla en Palacio Nacional.
Llegaron al poder indignados por la criminalidad y violencia que ciertamente azotaba al país, y prometieron bajarla al día siguiente de asumir la Presidencia porque era producto de la corrupción y ellos eran diferentes. Luego pidieron seis meses.
Ahora, casi al cumplir un año en el gobierno, tienen a México hundido en el peor escenario de violencia en un siglo.
Y falta lo peor, porque no hay estrategia, ni interés ni idea.
Los sicarios del narcotráfico siembran el terror para advertirle al gobierno que no se meta con ellos, que son muy violentos y que correrá más sangre si se atreven a tocarlos.
Y lo consiguen. El gobierno empequeñece ante ellos. No quiere el ruido político que provoca someter a criminales.
Con su violencia logran lo que buscan: sembrar el terror entre la población, y a las autoridades paralizarlas por la vía del miedo.
De esa manera conquistan territorios, rutas, barrios, colonias y ciudades para traficar droga, personas, secuestrar y extorsionar a ciudadanos.
Claro, aumentan las cifras de muertos, decapitados, feminicidios, extorsiones, secuestros. Hay nueve por ciento más de víctimas que el año pasado. Una locura.
El Presidente tiene mucho valor para descalificar a sus críticos y es prepotente con el pasado: el de hace seis, doce, treinta, ciento veinte, ciento cincuenta y 500 años.
Ah, pero se echa para atrás cuando aquí y ahora, en su gobierno, los ciudadanos son extorsionados, asaltados o asesinados por pandillas criminales que toman ciudades completas.
La población también es presa del miedo. Han disminuido las denuncias anónimas porque los grandes capos no son un objetivo del gobierno, y el ciudadano no sabe de qué lado está la autoridad.
Bueno, sí lo sabemos: con su omisión favorece a los grupos criminales.
Mientras más violentos, más clara es la genuflexión de la autoridad ante los que se atreven a todo para replegar a un presidente al que ya le tomaron la medida.
Denuncias contra sus adversarios políticos, todas, vengan. Ante los enemigos de la ciudadanía, nada. Retirada. Abrazos.
Vamos mal, muy mal en seguridad. Y ante ello nos dan cucharadas rebosantes de mentiras.
fuente.-Pablo Hiriart/
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