Un periodista se encuentra con una historia que, si bien podría ser ficción, es la punta del iceberg para conocer las entrañas de una cruenta guerra contra el crimen organizado en la que por momentos los involucrados parecen confundirse de bando, ya que, gracias a la escandalosa corrupción, se mueven entre la seguridad oficial y la delincuencia.
El periodista Ricardo Raphael entrevistó durante año y medio a Galindo Mellado Cruz en una cárcel estatal, uno de los fundadores de la poderosa banda criminal que floreció al amparo del capo Osiel Cárdenas Guillén. “Hubo varios factores para que se convirtiera en el personaje que es. Quizá por su origen socioeconómico, quizá porque era hijo de un secuestrador, quizá porque el ejército se convirtió en la escalera de ascenso. Quizá porque el Estado intervino y lo convirtió de un militar a un sicario y lo entrenó para esto, pero luego se les salió de las manos y él acabó apoyando al Cártel del Golfo…”, explica el periodista.
De el nuevo Gobierno aseguró que “está lejísimos de la comprensión del funcionamiento de estas empresas criminales y sobre todo de sus integrantes. Presumir que darle 2 mil 500 pesos mensuales a un joven de escasos recursos y meterlo al programa Jóvenes Construyendo el Futuro, lo podría apartar de sumarse a la empresa criminal, es una ingenuidad mayúscula”.
Un periodista se encuentra con una historia que, si bien podría ser ficción, es la punta del iceberg para conocer las entrañas de una cruenta guerra contra el crimen organizado en la que por momentos los involucrados parecen confundirse de bando, ya que, gracias a la escandalosa corrupción, se mueven entre la seguridad oficial y la delincuencia.
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“Hubo varios factores para que se convirtiera en el personaje que es. Quizá por su origen socioeconómico, quizá porque era hijo de un secuestrador, quizá porque el ejército se convirtió en la escalera de ascenso. Quizá porque el Estado intervino y lo convirtió de un militar a un sicario y lo entrenó para esto; pensó que iba a ser propio, pero luego se les salió de las manos y Galindo acabó apoyando la fuerza de choque del Cártel del Golfo…”, explica el periodista.
Agrega que el Estado preparó a un grupo de hombres y los “entregó al crimen organizado, invertimos con nuestros impuestos en prepararlos, y luego los entregaron. Y ese pequeño grupo de 20 individuos formó un ejercito que para 2001 ya era de 400. Para mí, ese es el momento en que empezó la guerra”.
Un preso en una cárcel estatal que tiene distintas identidades y dice ser el Z9, quien también es uno de los fundadores de la poderosa banda criminal que floreció al amparo del capo Osiel Cárdenas Guillén, será el reto del periodista protagonista por averiguar si es una fuente fidedigna, lo que lo llevará a conocer historias a través de las cloacas de la política donde Los Zetas actuaron con total impunidad, además de las razones por las que el recluso prefirió permanecer oculto en una prisión a seguir en libertad.
Hijo de la guerra, publicada bajo el sello editorial Seix Barral, de Ricardo Raphael, es una historia lograda tras una investigación que el autor y periodista realizó sobre Los Zetas, el sanguinario cártel que puso en jaque no solo a las autoridades mexicanas sino también a la población, principalmente en cinco estados de la República que fueron trofeos y rehenes de ese grupo integrado por ex militares de élite. Aquí la entrevista con Puntos y Comas.
—¿Cómo fue el proceso de investigación para construir esta novela?
—Tuve año y medio de visitas en la cárcel, donde entrevisté a esta persona, lo grabé, transcribí las entrevistas, él mismo llevaba una suerte de diario que también me estuvo entregando y luego ese material lo fui acompasando con una investigación muy larga de expedientes judiciales, notas periodísticas y entrevistas. Todo eso junto me tomó un par de años. Las carpetas de investigación son muchas. Hubo un momento en que me pareció que estaba listo para escribir y que seguramente en tres o cuatro meses estaría listo. Pero me tomó dos años y seis borradores. Esta es la séptima versión.
El género es novela de no ficción: por un lado hay el esfuerzo periodístico por corroborar la información, pero cuando la voz es del Zeta 9, de Galindo Mellado Cruz, yo calculo que no hay forma de corroborar o contrastar lo que me está diciendo, me encuentro con material muy valioso que no puede ser periodístico, y entonces lo resuelvo con la novela. Entonces: cuando es novela, habla el Zeta 9, cuando es no ficción, habla el periodista. Por eso hay mitad y mitad en ese sentido.
—¿Qué te motivo a escribir este libro y por qué decidiste utilizar la narrativa? ¿Es el primer libro en el que haces está combinación?
—Más o menos, El otro México es una crónica literaria y tiene una textura mucho más artística. Pero sí, en efecto es la primera novela y te diría concretamente que este género es el que mejor permite contar la historia. Tenía comentarios, expresiones y material que no era posible corroborar, pero no lo iba a tirar todo por ello, pues sonaba verosímil e interesante. Por otro lado, si solamente lo hacía novela, lo que iba a tirar a la basura era toda la investigación periodística que hice.
Entonces este género de novela de no ficción es la mejor textura para atrapar un objeto de estudio tan complicado, que no son solamente las narraciones del Zeta 9, si no esta guerra tan terrible que estamos viviendo en México, que está cargada de mentiras. El objeto de estudio es un objeto muy mentido, inasible en más de un sentido. Por eso con este género me di cuenta de que podía, por un lado atrapar la parte no corroborable y al mismo tiempo añadir la parte sí confirmable y comprobable y ponerlas a jugar entre sí.
—¿Con esta forma de contar la historia los lectores conectarían más con el protagonista en un sentido emotivo?
—La ventaja de la literatura es que te obliga a la empatía. Desde luego que yo quería aproximarme a las razones íntimas de la violencia de este criminal, pero también me era importante compartirle a la audiencia la empatía que yo mismo tuve mientras lo estuve entrevistando (lo entrevisté año y medio durante 4 horas todos los miércoles). No sólo se produce el ejercicio del científico que observa al bicho debajo del microscopio, es una relación humana y el tema de la empatía se produce incluso con personajes de este tipo. Solamente con la literatura podía transmitir esa conexión.
Quizá por esa falta de empatía seguimos a oscuras. Está la idea de que allá, lejos de nosotros, hay unos personajes muy malos que están matando a otros igual de malos y todos nos abstraemos de esa locura. Y la verdad es que nos está golpeando muy cerca de casa, de nuestra realidad. Si queremos realmente ponerle un punto final a esta guerra, necesitado acudir a las razones más primarias de la violencia, en el átomo de la estructura criminal que es la persona. Cuando te acercas a la persona, también reduces la distancia emocional, pero al mismo tiempo debes construir distancia suficiente para ver con objetividad al personaje.
—¿Cómo es él, qué lo motiva, cuáles son sus móviles?
—Me aproximé lo suficiente para entender algunos de los resortes de su psique, de su espíritu y ambiciones. Entre él y yo hay pocos años de diferencia, en realidad pertenecimos a la misma generación, vimos las mismas telenovelas, escuchamos la misma música, tuvimos ambiciones muy parecidas. Nacimos en lugares distintos de la Ciudad de México, pero te das cuenta de que no es tan distinto a ti. Busca lo que los demás buscamos.
Pero en su caso hubo varios factores para que se convirtiera en el personaje que es. Quizá por su origen socioeconómico, quizá porque era hijo de un secuestrador, quizá porque el ejército se convirtió en la escalera de ascenso. Quizá porque el Estado intervino y lo convirtió de un militar a un sicario y lo entrenó para esto; pensó que iba a ser propio, pero luego se les salió de las manos y Galindo acabó apoyando la fuerza de choque del Cártel del Golfo. Ahí tienes explicaciones.
Imagina: hay un agente del tamaño del Estado interviniendo en la vida de un sujeto y convirtiéndolo en el Zeta 9, un tipo que según sus propias cuentas habría asesinado a más de 400 personas. Ahí hay una gran diferencia entre ambos: a mí el Estado no me hizo es barbaridad, no intervino en mi vida y la rompió como rompió la suya.
—¿El Estado utiliza este mecanismo de entrenar gente inocente para sus beneficio?
—No estoy seguro que pudiera calificarla de “gente inocente”, pero sí te puedo decir que cuando lo reclutan como militar no revisaron cuáles eran sus antecedentes; al llevárselo a Estados Unidos para entrenarlo (tácticas de interrogatorios militares, formas de tortura), no revisaron su perfil psicológico. Y ahí viene la peor ingenuidad: cuando los traen de vuelta, no los mantienen dentro del ejército donde hay una disciplina, sino que los meten a la Procuraduría General de la República y los vuelven agentes en las zonas más conflictivas. Y luego su jefe, que es el delegado de la Procuraduría, se los entrega a Osiel Cárdenas Guillén para que sea su grupo de guardaespaldas.
No hay otra: el Estado los preparó y entregó al crimen organizado, invertimos con nuestros impuestos en prepararlos, y luego los entregaron. Y ese pequeño grupo de 20 individuos formó un ejercito que para 2001 ya era de 400. Para mí, ese es el momento en que empezó la guerra.
—¿El nuevo Gobierno quitará de raíz este tipo de estructura con la que ha venido operando el Estado?
—Tengo la impresión de que quienes han coordinado las estrategias para pacificar al país, han visto los problemas de muy lejos. El Gobierno está lejísimos de la comprensión del funcionamiento de estas empresas criminales y sobre todo de sus integrantes. Presumir que darle 2 mil 500 pesos mensuales a un joven de escasos recursos y meterlo al programa Jóvenes Construyendo el Futuro, lo podría apartar de sumarse a la empresa criminal, es una ingenuidad mayúscula. Lo que estos muchachos ganan diariamente es muy superior a lo que da cualquier programa.
—Estoy de acuerdo en que haya apoyos directos a los jóvenes, pero asumir que esa es la estrategia principal para desmantelar el crimen organizado es francamente ridículo.
Asumir que no hay que combatir a la estructura criminal que hoy controla el país (porque 40% del país está gobernado por estructuras criminales de este tipo, ya vimos lo que pasó en Sinaloa) también es ridículo. Yo no veo un ejercicio definido, potente, fuerte, para desmantelar esa estructura financiera, desmantelar las jerarquías y sus vínculos con el poder. Esta idea de que si el poder desde arriba deja de ser corrupto finalmente eliminará la corrupción a nivel local, me parece muy ingenuo.
Estoy muy lejos de creer que no hay ingenuidad en este Gobierno. Los gobiernos de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto fueron sobre todo muy ingenuos y por eso provocaron tanta muerte: los ingenuos provocan mucha muerte. Desde las alturas se imaginan soluciones llenas de prejuicios, imprecisas, se las creen, y a partir de eso dictan líneas de política general que no han dado resultado.
La solución sería aproximarse lo más posible al origen del problema, que son los individuos. En ese sentido creo que el libro, sin que tenga pretensiones de ser un manual de lucha contra la criminalidad, sí da elementos, ofrece experiencias y conciencia de cuán lejos hemos estado de atacar el problema de fondo.
—¿El periodista que se sumerge en la vida del recluso es un personaje distinto a ti?
—Fue la parte más difícil. Sí soy yo, pero soy yo visto por otros, visto por el Zeta 9, visto por los custodios. Soy yo pero visto en el espejo. Al principio cuando empecé a hablar en primera persona, había algo que no funcionaba muy bien porque hay muchos elementos de mí que no cabían en el libro. Tuve que sacar un poco el “yo” y y ese periodista es incluso alguien visto por mí. Creo que eso ayudó. Parte de los errores de las versiones anteriores es que sí estaban muy metidos elementos de mi vida y eso no funcionaba.
—¿Cambió algo en ti después de escribir este libro? ¿Aprendiste algo?
En mí estas visitas a Chiconautla son un antes y un después. El grado de temor, de aprendizaje, de la aproximación a cosas que no imaginaba, de información de la que me enteré , del terror que nunca había dimensionado. Sí me cambió: pagué el impuesto de la ingenuidad. Entré con mucha ingenuidad y no quiere decir que me haya curado de ese mal, pero soy menos ingenuo frente a la violencia, de lo que era antes de estas visitas.
—Entonces todos somos muy ingenuos…
Creo que justo eso es parte del problema. Y este es un libro que pretende eso: quitarnos la ingenuidad frente al mal que estamos viviendo porque a menos de que masivamente tomemos conciencia de lo que está pasando en el país esto no va a cambiar.
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