“Cuando mi esposo y mi hijo estaban desaparecidos yo los soñaba mucho. Sí. Soñaba que llegaban sucios y los veía y no pensaba si llevaban hambre o sed. Yo les decía ´báñense, dejen que les ponga algo limpio’. Yo pensaba en que se bañaran, que se cambiaran, no les ofrecía de comer, porque a todos los viajes que se iban nunca me tocó verlos desaseados. Mucho tiempo duré así soñándolos y ahora ya no los he soñado, como que ellos ya están descansando, porque ahora no los sueño ya”.
Ahora, es decir, ahora que ella, Rosa Emma Gámez Soto, ya supo de ellos, ya los sepultó, ya les dio descanso. Han pasado poco más de ocho años de que su esposo Álvaro Soto y su hijo Adán Soto fueron sacados de su casa y desaparecidos. Y ha pasado un año desde que Rosa Emma los recuperó. Aunque eso es un decir, pues lo que en realidad pasó fue que Rosa Emma supo que sus hombres fueron asesinados y sus cuerpos calcinados –no sabe cómo ni en qué orden– y los fragmentos de sus cuerpos le fueron entregados para darles sepultura.
“Yo mientras no sabía de ellos no tenía paz, ni tranquilidad, nada. Y ahorita, ya de perdida, una ya sabe. De perdida. Ahorita ya me enfoco en estar bien para mis hijas y mis nietos, antes no pensaba en ellos, les decía ‘ya déjenme, ustedes tienen que continuar sin mí’ y ellos me decían ‘no mamá, tu también nos haces falta’ y pues ahora ya me enfoco en estar bien para ellos”.
Rosa Emma tiene 59 años y en diciembre pasado, por primera vez desde la desaparición de sus hombres, acudió a una fiesta. Sabiendo que ellos ya están descansando se animó a celebrar la posada con sus compañeros del ISSSTE, donde trabaja como cocinera hospitalaria. Ahí todos conocen su historia y su pérdida, pues durante 22 años su esposo fue guardia de seguridad y su hijo era coordinador de Servicios Generales.
Rosa Emma recuperó los restos de su esposo y su hijo como resultado del convenio que el
Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM), el
Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y el
gobierno de Chihuahua firmaron a finales del 2016 para identificar los restos calcinados encontrados en
tres ranchos alrededor del municipio de Cuauhtémoc, restos que llenaron poco más de cuarenta cajas de cartón y de las que se logró extraer el
ADN de 29 personas [1].
También ahí encontraron a Amir Gutiérrez, el hijo de Idalia Gutiérrez que fue desaparecido el primero de julio del 2011. A Amir le sobreviven sus hijos Victoria de 11 y Kevin de 12 años. Idalia es una mujer de 68 años de cabellos rizados y largos a quien le gusta conversar y en esas conversaciones desbordan imágenes y recuerdos de su hijo.
“Ahorita estoy tranquila, porque ya sé que está ahí, ya tengo a dónde ir, pero pues no creas. Siempre que a tal compañera de lucha le entregan sus reminentes, me da vuelta toda la cabeza”, dice Idalia y con “reminentes” se refiere a los remanentes, los fragmentos de hueso que quedan después de que se les realizaron las pruebas genéticas para obtener ADN. Son esos remanentes los que les entregan a las familias una vez pasadas las pruebas en los laboratorios. A Idalia le dieron 14 o 15 remanentes del cuerpo de su hijo Amir, no recuerda bien.
“Cuando me notificaron que habían encontrado unos huesitos de mi hijo yo le dije a Mimi (Mercedes Doretti, directora del EAAF para México y Centroamérica) ‘búscale, búscale, yo los quiero todos juntos, porque no quiero tener que volver a abrir la tumba’. Y les decía ‘ayúdenme a buscar los dientes de mi hijo, porque él tenía muy buenas muelas, igual y no se quemaron, ayúdame a encontrarlas’, pero no las encontraron”.
“Me siento bien y a la vez no. Me siento bien porque tanto que lo pedí… fueron más de ocho años que le decía a Dios ‘devuélveme a mi hijo, vivo o muerto, como sea, pero yo ya quiero saber de él’ porque fue mucho tiempo de no saber, de preguntarme si está vivo, ¿por qué no me busca a mí?”, recuerda Idalia.
Hortencia Gutiérrez encontró entre esos restos a su único hijo Ramón Delgado, a quien le sobreviven cinco hijos.
“Lo busqué y lo encontré. Pero no de la forma en que yo quería. Ya sé qué pasó, ya tengo una verdad, pero no la puedo aceptar, creo que nunca estaré tranquila hasta que esté allá con él, allá a donde vamos a parar todos. Y aunque voy a su tumba, siento como si no fuera mi hijo… era el único, aún no puedo con este dolor”, dice Hortencia.
Amir, Ramón, don Álvaro y Adán fueron desaparecidos a lo largo del 2011 en los alrededores de Cuauhtémoc, Chihuahua. Amir se fue a una carne asada con un amigo y no volvió; Ramón salió camino a casa y nunca volvió; don Álvaro y Adán, el padre e hijo, fueron sacados de su casa por un grupo de hombres armados.
Aunque Idalia, Hortencia y Rosa Emma pusieron denuncia ante la Fiscalía General del Estado por las desapariciones de sus hombres, las autoridades no los buscaron. “A mí me decían si sabía en qué andaba metida mi familia, como para echarnos la culpa de la desaparición, de que eran delincuentes y no buscar. Y yo les decía ‘claro que sé en qué anda metida mi familia, pero si ustedes quieren saber, hagan su trabajo, investiguen’. Yo aprendí a defender mis derechos con ayuda de las compañeras de CEDEHM”, dice Rosa Emma.
El camino para traerlos de vuelta a casa comenzó en la desaparición de los Muñoz Veleta, ocho hombres de una familia que fueron extraídos de la casa durante un convivio familiar del Día del Padre, en el año 2011, por policías municipales.
Gabino Gómez, encargado del área de desapariciones de CEDEHM, explica que los medios de comunicación de la región publicaron en ese mismo 2011 el hallazgo del rancho Dolores y ellos como CEDEHM y representantes de víctimas de desaparición, pidieron a la Fiscalía del Estado mirar lo que se había encontrado en ese lugar: fueron cientos de restos óseos calcinados y evidencia no biológica, entre lo que se encontró la hebilla de uno de los ocho hombres de la familia Muñoz Veleta. Eran tantos los restos que se pensó que entre los restos de ese rancho podría haber otras personas.
Gabino Gómez, encargado del área de desapariciones de CEDEHM.
En el 2015 CEDEHM acudió al rancho y aún encontró restos.
“Los restos estaban en el lecho de un arroyo al que se baja con dificultad, encontramos restos, huesitos, monedas, esposas y les llamamos a servicios periciales para que fueran a hacer otro barrido y encontraron otros restos. No sabemos si no buscaron bien la primera vez o fueron las lluvias que los descubrieron al deslavar la tierra”, recuerda Gabino.
El 3 de diciembre del 2016 el Equipo Argentino de Antropología Forense firmó un convenio con CEDEHM y el gobierno de Chihuahua para analizar los restos encontrados en ese rancho Dolores y en otros dos: el Porvenir, en Carichí y el Mortero, en Cusihuiriachi.
CEDEHM, como representante de las familias de personas desaparecidas en Chihuahua, había intentado este convenio desde el gobierno de César Duarte, pero la Fiscalía se negó afirmando que ella procesaría esos restos calcinados y fragmentados. CEDEHM y las familias insistían que fuera el EAAF pues temían que la Fiscalía echara a perder las evidencias y, debido al estado de destrucción en el que se encontraban, se perdiera para siempre la posibilidad de obtener material genético. “A diferencia de cuando trabajas con cuerpos completos, cuando uno tiene estos casos de muestras únicas, si uno se equivoca para extraer ADN, no tienes otra posibilidad de otra muestra. Entonces se solicitó al estado que hubiera peritajes independientes”, explica Mercedes Doretti, coordinadora del EAAF para México y Centroamérica.
“Nosotros teníamos preocupación que quisieran crear una ‘verdad histórica’ y decir que todos los desaparecidos de Chihuahua habían sido identificados por pruebas genéticas en esos ranchos y dar carpetazo al problema de los desaparecidos del estado”, dice Gabino Gómez. La lucha por preservar esos restos y lograr identificaciones confiables fue tal que las familias apoyadas por CEDEHM interpusieron amparos para evitar que la Fiscalía procesara los restos.
Con “verdad histórica” Gabino se refiere al antecedente de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y la versión que creó la Fiscalía General de la República para cerrar judicial y políticamente el caso: se fabricó la versión de que los 43 estudiantes habían sido asesinados y sus cuerpos quemados en un basurero, para luego –algunos de ellos– ser esparcidos en la rivera de un río.
En Chihuahua, con el cambio de gobierno y la llegada de Javier Corral, la Fiscalía accedió a firmar el convenio para trabajar de la mano de CEDEHM y el EAAF.
“Por un lado nos dedicamos a buscar a todas las familias que tuvieran desaparecidos en Cuauhtémoc y sus alrededores para hacer entrevistas, tomar muestras. Por otro lado, era analizar los fragmentos que habían recogido de los ranchos. A partir de ese momento (de que se firma el Convenio) los restos que están en custodia de la Fiscalía, los trabajamos nosotros con presencia del MP de Chihuahua”, agrega Doretti.
Había un promedio de 500 personas desaparecidas en esa región del estado, el EAAF se concentró en casos de 2010 para adelante, con énfasis en 2011. Tomó muestras de ADN a 143 familias de 162 desaparecidos que respondieron el llamado.
En total, continúa Doretti, de los tres ranchos se recuperaron restos que llenaron 43 cajas de cartón tamaño archivo. Durante casi un año el EAAF seleccionó las muestras, fragmento por fragmento, las pesó y revisó la superficie quemada para ver si podía ser procesada. De esas cajas seleccionaron 233 fragmentos que se enviaron al laboratorio del EAAF en Córdoba, Argentina, en el laboratorio se determinó que sólo 163 podían ser procesadas, de ellos sólo se obtuvo perfil genético de 117 fragmentos que correspondían a 29 personas.
Una de las muestras se obtuvo de un diente solo, sin relación a ningún resto. Si bien se puede presumir que la persona esté muerta por el contexto de cómo y dónde fue encontrado, en rigor de la verdad no se podía descartar la posibilidad de que la persona estuviera viva y eso se le explicó a la familia, dice Doretti. Este ejemplo muestra la complejidad del trabajo de análisis y su aporte para la verdad. Y de la necesidad de que se investiguen los hechos judicialmente, no se cierren en la identificación de las personas.
A cada familia se le notificó que su desaparecido fue identificado a partir de las pruebas genéticas y, en otra sesión, se les entregó de manera individual los remanentes de su familiar.
Cada familia lo vivió de manera diferente. Cada familia decidió si quería ver los huesos de su familiar, si quería tocarlos o no. En lo que sí coincidieron fue en que de la mano de CEDEHM y el EAAF conocieron sus derechos y aprendieron a exigirlos ante las autoridades.
Álvaro y Adán fueron identificados de entre los restos del rancho el Mortero, en Cusihuiriachi. Amir y Ramón, de los restos encontrados en el rancho Dolores, en Cuauhtémoc. Del rancho El Porvenir, en Carichí, sólo se logró obtener un perfil de una persona que a la fecha no se ha identificado.
Desde que arrancó el convenio a diciembre del 2019 se ha identificado a 24 personas (de los 29 perfiles genéticos obtenidos). Se han entregado 21 restos de cuerpos a familiares. El EAAF y CEDEHM siguen buscando el nombre de aquellos cuya identidad está en los datos genéticos.
El enorme trabajo que realizó el EAAF, CEDEHM y Fiscalía en Chihuahua –más de dos años de análisis de restos y búsqueda de familiares de desaparecidos– representa una posibilidad para dar nombre a los cientos de miles de restos óseos calcinados que han sido encontrados en distintos estados del país, como Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz. “Estos casos complejos necesitan un tratamiento especial, pero hay una enorme cantidad de restos en el país que no están en esa situación y eso tendría que permitir muchos más resultados en términos de identificación”, dice Doretti en entrevista. “Por lo menos la idea nuestra es que hay que hacer una división de personas que trabajen casos complejos y otra que avance con la enorme cantidad de restos con complejidad baja o media”.
En su reflexión Doretti plantea una duda: ¿por qué no hay más personas identificadas? “Es difícil encontrar a una familia que no haya sido testeada (es decir, que no se le hayan hecho pruebas de ADN). Casi todos están testeados, con genética y con huellas. ¿Cómo puede haber 60 mil desaparecidos y 30 mil cuerpos sin identificar? –en números redondos– ¿No puede ser que esos 30 mil no sean de algunos de esos desaparecidos? Algo está pasando con los cruces de bases de datos que no está funcionando. La información está en el sistema, pero no fluye para producir identificaciones”.
“Tener a un desaparecido es lo más horrible que se pueda vivir porque no sé que estén viviendo ellos. Para empezar mi hijo vivía con tratamiento para la sangre y yo pensaba ¿qué va a hacer sin sus medicamentos? Luego comencé a oír comentarios de que se lo llevaron y decían que no iba a regresar. Y así supuestamente empecé a prepararme para eso, encontrarlos muertos. Pero cuando me avisaron (que sí estaban muertos) me di cuenta que no estaba lista”, relata Rosa Emma.
El 18 de julio le informaron que los restos de su hijo habían sido identificados genéticamente, dos meses después, los de su esposo.
“Yo al principio decía ‘esos que hablan pueden decir lo que quieran, pero mientras yo no tenga nada de sus cuerpos, tengo la esperanza y la fe de que estén bien’. Yo pensaba que ya estaba preparada para esos momentos pero ahí se da uno cuenta que no, que ahí iba a empezar otra vez con aquel duelo. Ahora ya no tengo duda de si estarán bien, si los estarán tratando mal o sufrirán hambre o frío, no. Ya no”.
A su hijo Adán le gustaba el estudio. “Adán tenía el vicio del estudio, acabó su carrera y estaba haciendo la maestría. Su trabajo, su estudio y su gimnasio”, recuerda Rosa Emma. A su esposo le gustaban los animales. “Mi señor de su trabajo a sus nietos y a sus animales, le gustaban mucho los animales que tenía en el rancho de sus papás”.
A Rosa Emma le entregaron los remanentes hasta enero del 2019 porque ella, al igual que Idalia, pidió a las expertas argentinas que lo hicieran hasta que terminaran de analizar todos los restos. No quería abrir la tumba una y otra vez.
“Eran dos cajitas, en sus bolsas, con sus códigos. Yo no quise abrirlas, les dije que no iba a soportar ver lo que me iban a entregar. Ahí estaban los psicólogos de CEDEHM acompañándonos por si necesitábamos, pero yo sólo quería llegar a la casa. Yo decía que no quería meterlos en ataúdes, porque son más imponentes para las partes chiquitas de ellos que nos dieron… les dije que mejor en urnas. Fue muy duro cargar la cajita, sentía que ahí estaban ellos”.
Junto con los huesos a Rosa Emma le entregaron un anillo de metal, que pertenecía a su esposo, en forma de herradura con una cabecita de caballo en medio. Se lo dio su hija en su cumpleaños. “Cuando vi el anillo ahí y me lo entregaron con los restos, yo me quedé más que sí, que sí eran ellos porque ahí estaba el anillo de él. El anillo me confirmo que sí, que sí era él”.
***
Aunque científicamente se comprobó que los restos encontrados pertenecían a sus familiares, Rosa Emma e Idalia experimentaron algo, quizá no una duda, pero sí una inquietud que nace en la imposibilidad de ver el cuerpo, abrazar el cuerpo, sentirlo al tacto. La confirmación del cuerpo entre los brazos.
Aunque Idalia sabe que su hijo fue encontrado muerto y va al cementerio a platicar con él, todavía dice: “Hay algo raro en mí porque ahora que mi hijo está en el cementerio le digo ‘ay hijo, si estás aquí dame una señal que me diga que sí eres tú’. Mis vecinas las costureras se ríen de mi porque ¿cómo me va a decir si está muerto? Y yo pienso que pues salga como en las películas y nos reímos… Ha pasado un año y todavía bien seguido tengo dudas de si es él”.
Idalia Gutiérrez, madre de Amir, desaparecido en 2019.
A Idalia le avisaron en marzo del 2018 que su hijo había sido identificado y diez meses después, el 17 de enero de 2019, le entregaron los fragmentos de hueso, tal como ella lo pidió a las expertas argentinas: hasta que hayan terminado de revisar todos los restos para no abrir y cerrar la tumba una y otra vez.
“Cuando me los dieron yo quería llorar, pero me acordé que mi hija me dijo que no llorara, que pusiera atención en lo que me explicaban. Me entregaron cada pedacito en un sobre sellado, el perito me dio unos guantes de látex. Todo estaba perfecto. Me preguntó si quería verlos, ‘sí señor’, le dije. Yo estaba temblando y él me ayudó a abrirlos. Saqué uno, el más grande. Mimi (Mercedes Doretti) me preguntó que por qué el más grande y fue porque los vi en la fotografía de la notificación y quería confirmar que era el mismo”.
Idalia recuerda que abrió cada sobre, uno por uno. Que sacaba cada remanente, lo veía minuciosamente, lo echaba de nuevo al sobre, el perito lo cerraba y lo volvía a firmar. Y que mientras lo veía minuciosamente entre sus manos cubiertas de látex, lo acariciaba tranquila porque, si se quebraban, ya no pasaba nada. Esos fragmentos ya no eran evidencia jurídica, ya le pertenecían, ya eran su hijo.
Cuando Idalia tomó el remanente más grande que medía unos 5 centímetros de largo recordó una anécdota de cuando Amir era niño. “Vivíamos cerca de un hospital y él ponía la bicicleta y se subía encima de ella y se asomaba por la ventana a ver los muertos y yo pensaba pues que vaya conociendo. Un día llegaron unos quemados y él los vio y me dijo ‘¿sabe qué mamá? jamás vuelvo a comer chuletas, viera esos pobres olían a chuletas’ y eso se me vino a la mente. Entonces creo que eso fue lo que me calmó que no llorara, me calmó que me acordé vivo de él”.
Los remanentes de su hijo fueron colocados en una cajita de niño recién nacido, así lo decidió ella. Uno tenía forma de cuerno, el más chiquitito era apenas del tamaño de la uña del dedo meñique. “Mi hija me decía ‘oiga madre, esos huesitos que usted vio de mi hermano, ¿se acomodaban en algún lado?’ Y no, no embonaban, no era posible reconocer de qué parte eran”. Idalia se acordó que a su hijo le gustaba mucho regalarle rompecabezas, como aquél de la Casa Blanca en tercera dimensión. Hoy su hobby favorito es sentarse y ensamblarlos pieza por pieza, le gusta el silencio y la calma que le exige terminarlo.
Idalia veló a Amir una tarde y la acompañaron algunos de sus familiares, las compañeras de CEDEHM y sus vecinas las costureras. Las costureras se acercaron a Idalia cuando su hijo desapareció –se dieron cuenta que la vecina desconocida comenzó a salir más de costumbre y se veía desmejorada, así que le preguntaron qué sucedió– y desde entonces no la dejan sola, cada mañana acuden a su casa a tomarse un café con pan o burritos para tantearle el ánimo. Luego cruzan la calle para abrir su negocio.
Amir, el hijo de Idalia.
En este año que ha pasado desde que Idalia sepultó a su hijo algunas cosas se han acomodado. Cuando estaba desaparecido no quería salir de viaje porque pensaba que Amir podía volver a casa y ella debía estar ahí para recibirlo, ahora se fue a pasear con su hermana a Aguascalientes; antes miraba inquisidora el rostro de todos los muchachos con los que se cruzaba en la calle para ver si alguno de ellos era su hijo, ahora camina y disfruta sentir el aire en su cara.
***
A Ramón lo identificaron seis años después de haber sido desaparecido. Primero la Fiscalía le tomó pruebas de ADN sin respuesta; posteriormente el Equipo Argentino lo hizo de nuevo y fue éste quien le notificó.
“Después de eso ya me dieron la noticia que de restos que se habían llevado del rancho de Cuauhtémoc habían salido positivos de mi hijo. Yo quería tenerlos ya, rápido, para darles sepultura, pero estaban en Argentina (en el laboratorio genético) y había que esperar trámites”. Al final, Hortencia recibió los restos de su hijo Ramón en enero del 2019, con sus otras compañeras de CEDEHM.
“Me entregaron dos huesitos, los tuve en mis manos. Fue terrible ver los dos huesitos, ¿dónde iba yo a aceptar que sólo eso había quedado de mi hijo? Yo quise un funeral como si mi hijo estuviera completo, puse sus dos huesitos en un féretro y lo sepulté. Lo acepté porque según hay 100 por ciento de legalidad, no hay de que se equivocaron, pero su papá no lo acepta, él lo sigue esperando, aunque lo hayamos sepultado. Uno qué más desea que se hayan equivocado”.
Ramón era baterista en un conjunto de música grupera.
IV. ACOMODAR
Marta Dillon es escritora argentina. Su madre fue desaparecida por la dictadura de ese país y muchos años después sus restos fueron encontrados e identificados por el EAAF, como en el caso de Rosa Emma e Idalia. Marta escribió el libro Aparecida, en el que narra el proceso de búsqueda y de encuentro con su madre.
“Huesos descarnados sin nada que sostener, ni un dolor que albergar (…) Como si me debieran un abrazo”.
“No quería saber lo que le había pasado, para qué revivir esa parte. Los huesos no me trajeron alivio. Me trajeron un montón de preguntas, un dolor de muertes reciente (…) Yo ya había aprendido a convivir con la presencia constante de la ausencia sin nombre cuando mamá se convirtió en una aparecida”.
¿Cómo se asume una verdad? ¿Cómo se acomoda la evidencia de esa verdad que es, también, la evidencia del horror? ¿En qué parte del cuerpo cabe eso?
***
“A mí me duele mucho pensar que estaban ahí juntos”, dice Rosa Emma refiriéndose a su esposo Álvaro y su hijo Adán. “Pensar a quién le quitaron la vida primero, si a mi hijo delante de su papá o a su papá delante de mi hijo, con quién empezaron. Qué duro ha de haber sido para los dos aquel momento, pensar si les estaban haciendo daño para hacer sufrir al otro, si están martirizando a uno para que el otro esté viendo. Yo no sentí paz, que dijera se van a proteger porque están ahí juntos… Y luego saber que los quemaron fue algo muy duro pues me pregunto ¿los quemarían vivos?, ¿los calcinarían ya muertos?”.
–Si su esposo y su hijo le pudieran decir algo porque los encontró, ¿qué cree que le dirían?
–Yo digo que me agradecieran mucho el que no los dejé, que no los abandoné, que luché para saber de ellos. No porque la gente dijera que ya no vivían y no los vas a encontrar, no. Los busqué hasta encontrarlos. Mi hijo me diría ‘madre, gracias por haber luchado’ y yo sé que él en sus momentos que sabía lo que les iba a pasar, él ha de haber pensado en mí. Y mi esposo también me diría ‘gracias’. Duramos 32 años de casados, una vez que estuve enferma en el hospital él me cuidó y me dijo ‘te prometo que nunca te voy a dejar sola, tú me necesitas, siempre voy a estar contigo’ y no se despegó de mí. Y pues él no se alejó, lo alejaron de mí.
***
Días después de la desaparición de Amir, Idalia recibió una llamada de un amigo de su hijo. Él le contó que a Amir lo golpearon, lo atrofiaron mucho, pero no le afirmó que lo hubieran matado. Entonces Idalia lo pensó vivo, hasta que pasaron cinco años de su desaparición y ella dejó ir esa esperanza.
Las palabras del amigo le rondan en la cabeza de manera constante. “Yo pensaba: mi hijo tenía el pie quebrado, ¿cómo se defendía? ¿qué tal si le quitaron las muletas y le empezaron a golpear? Mi hija me dice que no me maltrate, que no me lastime pensando eso”.
A Idalia le entregaron el certificado de defunción y lo primero que hizo fue leer la causa y la hora de muerte: ahí dice que murió el 2 de julio a las 12 de la noche. Idalia hace cuentas: a Amir se lo llevaron el día primero a las 13:30 horas. “Pasó toda una tarde, toda una noche, todo un día, otra tarde y toda la noche para morirse… todo ese tiempo mi hijo estuvo vivo y lo estuvieron martirizando nomás porque yo denuncié…”.
No hay elementos para determinar la causa y la hora de muerte, por las condiciones en las que fueron encontrados los restos. En términos forenses las autoridades no debieron dar una hora y fecha exacta, sino manejar un rango de “tiempo de muerte”. Ese error de la Fiscalía le causa dolor a Idalia.
Idalia vive en su casa sola, su hija vive en otra ciudad. En las noches Idalia deja un foquito prendido porque desde que su hijo fue desaparecido, no le gusta la oscuridad. A veces, antes de dormir, Idalia piensa en el tiempo que su hijo duró vivo y que nadie lo ayudó. Piensa en esa tarde, esa noche, ese día y esa noche. Las preguntas la visitan como fantasmas: ¿y nadie lo ayudaría? ¿ni llevarlo al médico o algo? ¿alguien lo estaba cuidando? ¿lo dejarían solo?
Amir era mecánico y desde niño le gustó armar piezas. Cuando salió de sexto de primaria le pidió a Idalia que le comprara un carro destartalado que estaban malbaratando. Con ese aprendió a manejar y a reparar. “Él hacía maravillas componiéndolo, por eso le empecé a decir Chiripas de cariño, hacer algo imposible es hacer una chiripa”, recuerda Idalia.
“No se te olvide ponerle que quiero mucho a mi hijo, que lo quiero, lo quiero y lo quiero”, pide Idalia cuando termina la entrevista.
Hortencia y Rosa Emma pedirán lo mismo. Que se sepa que los aman. Que el suyo no sólo sea un testimonio del dolor.
fuente.-@DanielareaRea/