Matar y morir es demasiado fácil en México. Por la violencia o por la COVID-19. Y son tantos los muertos que, de pronto, parece algo normal que alguien sea asesinado o que fallezca luego de contraer el coronavirus.
La triste realidad es que algo se pudo hacer para evitar tantas muertes y no se hizo.
Empecemos con la violencia que azota a México. “Este año van a haber resultados”, me había dicho el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia de prensa del 15 de enero de 2020. Y los hubo. Pero no como él ni muchos mexicanos esperaban.
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En 2020 hubo 969 feminicidios, según las cifras oficiales del gobierno y reportadas por la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Uno más que los 968 feminicidios reportados en 2019. También en 2020 se reportaron 34.515 homicidios dolosos. Esto es un poquito menos que los 34.648 que hubo en 2019. Claro, hay que celebrar cada vida humana que se salva. Pero la cifra de asesinatos el año pasado sigue siendo brutal. Altísima. Aunque haya disminuido, no puede ser considerada un éxito. Y de ninguna manera podemos normalizarla. Menos en lugares como Guanajuato, donde los homicidios dolosos subieron (en ese estado, aumentaron de 3540 en 2019 a 4490 en 2020).
Estos son los datos. No hay otros. México es un país sumamente violento, y la crisis se hace más urgente cuando la justicia no está a la altura. Alrededor de nueve de cada diez homicidios dolosos quedaron impunes en 2019, de acuerdo con la organización Impunidad Cero. El mensaje para los criminales es inequívoco: si tú matas en México no te va a pasar nada.
A pesar de lo anterior, AMLO cree que las cosas están mejorando. “Mi balance objetivo, honesto, es que se ha avanzado”, dijo en un reporte de fin de año. “Nos faltan todavía muchas cosas, pero ha habido avances muy significativos. […] Desde las 6 de la mañana tenemos reuniones de seguridad con todo el gabinete”.
No es la primera vez que AMLO enfatiza lo duro que trabaja en el tema. “No hay en el mundo un presidente o primer ministro que atienda el problema de la inseguridad y violencia como lo hacemos nosotros”, dijo en diciembre de 2019. “De lunes a viernes de 6 a 7 de la mañana”.
El problema es que dedicarle muchas horas a un tema no es garantía de que va a haber soluciones efectivas. No ha sido así en México. Ningún presidente o primer ministro del planeta puede considerar un éxito que se asesinen a más de 34.000 personas al año. Quizás más que horas invertidas en conversar, lo que se necesita es implementar una estrategia que considere los errores sistemáticos del pasado y del presente.
El mismo fracaso está de manifiesto en otra crisis que ha matado a demasiados mexicanos: la pandemia del coronavirus. Es imposible decir que México tomó las decisiones correctas cuando tienes más de 155.000 muertos por la COVID-19. México ahora es el tercer país con más muertes en el mundo, superando a los más de 154.000 muertes en la India, una nación que tiene una población diez veces mayor a la de México.
Además, México ocupa el lugar número 18 en el mundo entre los países con el mayor número de muertos de coronavirus por cada 100.000 habitantes, según el conteo de la Universidad Johns Hopkins. Y la pregunta obligada es: ¿Cuántas muertes se podrían haber evitado en México si se hubieran tomado otras medidas preventivas hace meses?
La Organización Mundial de la Salud recomendó desde junio de 2020 el uso de mascarillas para reducir la transmisión del virus entre la gente. Se pudo haber pedido o incluso recomendado su uso a nivel federal en México. Pero no sucedió. El ejemplo de usar cubrebocas en lugares públicos debió venir desde el mismo presidente. Eso tampoco ha ocurrido hasta ahora.
Hace unos días, López Obrador anunció que había dado positivo por coronavirus. Le deseo una pronta y completa recuperación. Pero es imposible no ver su enfermedad como un reflejo de lo que ha pasado en el resto del país. Una vez que se reestablezca, el presidente haría bien en no solo usar tapabocas como ejemplo a la población, sino también buscar las rutas para rectificar el rumbo de las estrategia de su gobierno para enfrentar la crisis de salud y la crisis de violencia.
Los muertos nos persiguen en México y, en algunas ocasiones, nunca nos dejan en paz. “No morirás sin regresar”, amenaza Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz.
Octavio Paz también escribió sobre esto. “Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan”, dijo en El laberinto de la soledad. La muerte “está presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros amores y en nuestros pensamientos”. Y ahora también, con maldita intensidad, en nuestras calles y en las unidades de cuidados intensivos.
Normalizar la muerte por la violencia o el coronavirus es lo peor que se puede hacer en México. Debemos rebelarnos ante la idea de que eso es normal y de que no hay nada que podamos hacer.
Déjenme ser brutalmente claro: no es normal tener en un año más de 34.000 muertos por la violencia y más de 155.000 por el coronavirus. No lo es. De lo que se trata es de complicarle las cosas a la muerte. Alejarla. No abrirle espacios. Ponerle un basta.
Y el primer paso para encontrar una verdadera solución es tomar absoluta responsabilidad del asunto y asumir los muertos. El gobierno de López Obrador —ya en su tercer año al mando del país— no puede seguir culpando a los gobernantes de otros sexenios por lo ocurrido en el suyo.
Estos son sus muertos. Ambas crisis exigen soluciones. Ya.
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