2010-2020. La llegada a la Casa Blanca de un populista, megalómano y vengativo —y con su salud mental en deterioro, como alertaron 350 psiquiatras de EU— ha sido tan tóxica en tres años de mandato que el daño que hace al mundo sólo podrá revertirse si se evita que vuelva a ganar las elecciones en noviembre.
Donald Trump es el villano de la década… valga la redundancia.
Nadie lo esperaba ese 1 de enero del 2010, cuando el mundo se sumergía en una segunda gran recesión, tras el estallido de la crisis financiera en 2008; pero, pasados estos diez convulsos años, cada vez es más evidente que el rencor de la clase media por haber pagado los excesos del capitalismo salvaje de banqueros, empresarios y políticos —millones de empleos perdidos y drásticos recortes en sanidad y educación— fue la semilla del populismo que triunfó en el último lustro de la década y parió engendros políticos como Trump.
La derecha conspiranoica estadunidense, con Steve Bannon al frente, olfateó el malestar de esa clase trabajadora blanca, golpeada por la crisis en los estados industriales y rurales, y convirtió ese rencor en odio y en votos contra esa izquierda progresista, multicultural y tecnológica, que prosperaba en los estados de las dos costas… y lo peor, que se atrevió a poner en la Casa Blanca a un negro.
Difama y ganarás
No se sabe muy bien si fueron los conspiranoicos los que encontraron al candidato ideal, o si Trump los encontró a ellos. Lo cierto es que diseñaron un plan maquiavélico para asaltar el poder y expulsar a los progresistas liberales, recurriendo a la misma estrategia siniestra de Hitler en Alemania: buscar un enemigo y señalarlo como un peligro para la nación.
Si el nazi lo logró con los judíos, el republicano lo logró con los inmigrantes. En el momento en el que Trump entró en campaña, en un lejanísimo julio de 2015, diciendo que “los mexicanos son violadores y criminales, y convierten en drogadictos a nuestros jóvenes”, y no sólo nadie frenó sus insultos, sino que subía en las encuestas, todo estaba perdido.
El 8 de noviembre de 2016, el magnate ganó las elecciones y el 20 de enero de 2017 juró como presidente de Estados Unidos. Pocos imaginaron que su agresividad en campaña y su juego sucio serían constante de su mandato.
Muerte a “los invasores” en El Paso
En estos tres (eternos) años con Trump de presidente de EU ha quedado claro que no sólo es xenófobo, sino también racista y clasista, como cuando confesó, molesto por las trabas de jueces y legisladores demócratas a su política migratoria y de asilo, que para qué tenía él que dar refugio a ciudadanos de “países de mierda como El Salvador, Haití o de países africanos”, en vez de permitir la entrada a europeos, “de Noruega, por ejemplo”.
Bajo el gobierno de Trump, cualquier ciudadano con rasgos hispanos o aspecto musulmán ha pasado a convertirse en sujeto criminal e incluso sospechoso de terrorismo. No sólo prohibió la entrada de ciudadanos de algunos países musulmanes, se empeña en un muro en la frontera e insiste en expulsar a los más de 600 mil “soñadores”, cuyo único delito fue haber llegado de bebés a EU junto a sus padres indocumentados, sino que hizo lo que ningún otro presidente se hubiera atrevido: separar a menores de edad de sus padres indocumentados en la frontera y encerrarlos en jaulas en centros de detención.
Presidente de los supremacistas
Fue el propio Trump quien reveló al mundo, en agosto de 2017, la causa de su comportamiento cruel con esos niños enjaulados que lloraban de miedo. Ocurrió tras el asesinato de una manifestante antifascista durante una manifestación de extrema derecha en Virginia, cuando se negó a llamar terrorista al neonazi que cometió el crimen y declaró que “la violencia viene de todos lados, también de la extrema izquierda”.
El problema con Trump no es con los extranjeros en sí —su mujer es una Barbie blanca de Eslovenia—, ni con los extranjeros ricos de otras razas, como el siniestro príncipe heredero de Arabia Saudí, el problema es con los extranjeros de otras razas y pobres. El problema de Trump es que es un supremacista blanco.
Dos años después, ocho mexicanos sufrirían las consecuencias fatales de su supremacismo y su amor por las armas y su libre venta. El 3 de agosto de 2019, un seguidor de Texas descargó su fusil sobre los clientes de un WalMart de El Paso, matando a 22 personas, ocho de ellas de nacionalidad mexicana. Cuando fue interrogado por la policía, Patrick Crusius ni se inmutó: “Porque los hispanos están invadiendo Texas”, como días antes alertó Trump durante un mitin.
Chantajista en jefe y negacionista
Otra característica del comportamiento gangsteril del presidente de EU la heredó de cuando hizo fortuna como especulador inmobiliario sin escrúpulos: el chantaje.
Chantajeó a México con aranceles, si no sellaba la frontera a las caravanas de migrantes y aceptaba un nuevo TLC, y abrió una guerra comercial con China, sin importarle las consecuencias de poner en grave riesgo la recuperación económica mundial.
Cuando la prensa reveló que este verano pasado Trump intentó chantajear al presidente de Ucrania, cortándole la ayuda militar de EU, si no investigaba los negocios en ese país del hijo del expresidente Joe Biden, su adversario electoral más peligroso, se abrió la esperanza de destituirlo mediante un impeachment en el Senado, que comenzará en enero.
Sin embargo, el tiro podría salirles a los demócratas por la culata, si convierte su juicio político en un “ataque de los renegados socialistas contra el presidente patriota”. Si logra que la estrategia del victimismo domine su campaña y sea finalmente reelegido en noviembre de 2020, no sólo los demócratas y la prensa liberal sufrirán el castigo del presidente, sino que la batalla planetaria contra el cambio climático estaría casi perdida, ya que el negacionismo de Trump sacará definitivamente a EU del Acuerdo de París, para alegría de los partidarios de seguir quemando carbón.
El pasado 5 de diciembre lo advirtieron 350 expertos en psiquiatría que han analizado el estado mental del presidente. Todos los síntomas que padece Trump —megalomanía, egocentrismo exacerbado— se están agravando peligrosamente desde que se vio acorralado por la amenaza de impeachment y sólo está esperando volver a ganar las elecciones para descargar toda su furia contra sus enemigos.
Si esto ocurre, que Dios nos agarre confesados, porque su venganza será bíblica.
Fuente.-fransink@outlook.com