Margarito y Pedro Flores miden lo mismo, hablan igual. Ambos tienen ligeramente inclinada la ceja izquierda y los orificios de la nariz como si inhalaran aire profundamente. Son tan iguales que sólo se pueden distinguir por las huellas digitales.
Por eso aquella tarde de 2008, cuando Pedro habló con Joaquín El Chapo Guzmán, tuvo que aclararle que no fue él con quien se había reunido unas semanas antes en la sierra sinaloense. Ése era su gemelo, Margarito. El narcotraficante más buscado del mundo soltó un largo “¡oh!” de asombro.
La confusión creció cuando ambos decidieron cortarse el cabello casi a rape, cuando se perforaron el lóbulo izquierdo y se colgaron un diamante en la misma oreja. O cuando Margarito se rasuró el incipiente bigote que lo hacía diferenciarse un poco de Pedro.
Autoridades del Departamento de Justicia consideraron que el éxito de los hermanos Flores radicó en su ADN idéntico. En declaraciones, los mismos agentes de la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) reconocieron no diferenciarlos con exactitud.
Pedro y Margarito tenían 33 años cuando contribuyeron a que El Chapo desbancara al mítico gángster de la época de la ley seca, Al Capone, como “el enemigo público número uno de Chicago”, de acuerdo con la agencia antidrogas de Estados Unidos, gracias a que se convirtieron en los responsables de acomodar al Cártel de Sinaloa en esta urbe. No en vano son considerados por el gobierno estadounidense como la empresa más grande de tráfico de drogas que ha existido en la historia de esa ciudad.
Gran parte de la vida de los hermanos Flores aún es un misterio: las autoridades estadounidenses decidieron clasificar cualquier archivo que hable de su pasado.
Pero EL UNIVERSAL tuvo acceso a más de 500 documentos judiciales que permiten conocer algunos pasajes sobre cómo los gemelos introdujeron al Cártel de Sinaloa a Chicago y cómo más tarde contribuyeron a la captura de 54 narcotraficantes en EU asociados a ese grupo criminal, además de convertirse en pieza clave para la captura de El Chapo en México, transformados en agentes encubiertos para la DEA.
“Los hermanos Flores fueron capaces de lograr este resultado que de otra manera hubiera sido imposible: son las conversaciones grabadas que sostuvieron con El ChapoGuzmán; en ese momento él era el hombre más buscado de la Tierra”, se lee en una de las páginas de los documentos de la Fiscalía Federal del Distrito Norte de Illinois.
Desde su incursión en el negocio, inundaron de drogas las calles de Chicago, Columbus, Cincinnati, Filadelfia, Nueva York y Washington. En sólo siete años lograron introducir a EU más de 60 mil kilogramos de cocaína y amasar una fortuna que las autoridades calificaron de irreal: mil millones de dólares.
Pero a los hermanos Flores se les atribuyen efectos más devastadores que una sobredosis de cocaína: lograron que el Cártel de Sinaloa permeara en las calles de Chicago. Se convirtieron en los principales distribuidores de la organización delictiva. Culturalmente, popularizaron la idolatría a los narcotraficantes mexicanos, de sus santos, pistolas enchapadas en oro, el gusto por las texanas de ala ancha y botas picudas: convirtieron a Chicago en la Pequeña Sinaloa.
El ascenso
Pedro y Margarito aprendieron a diferenciar un envoltorio de heroína, marihuana y cocaína desde pequeños. Su padre Margarito Flores —migrante mexicano— vendió en 1980 pequeños cargamentos de droga. Al parecer fue el propio Margarito quien les heredó el negocio y los conectó con gente de dos cárteles en México: el de Sinaloa y el de los Beltrán Leyva. Los gemelos se reunieron en la sierra en 2005 con el propio Guzmán Loera.
Lograron que el Cártel de Sinaloa les vendiera a crédito grandes cargamentos de heroína y de cocaína. Ellos recibían la droga en la frontera y la transportaban hasta Chicago, almacenándola en una casa de seguridad. En aquella ciudad un equipo de trabajadores descargaba y empaquetaba los envíos, listos para distribuirse en los barrios.
Testimonios proporcionados por la Fiscalía del Distrito Norte de Illinois detallan que sólo de 2005 a 2008 los gemelos colocaron en las calles de Chicago, Columbus, Cincinnati, Filadelfia, Nueva York y Washington mil 500 kilos de cocaína mensuales. Sus ganancias superaron los mil millones de dólares.
Encubiertos
En 2008, los gemelos Flores tomaron una decisión que cambiaría el rumbo de los narcotraficantes mexicanos en EU: voluntariamente pactaron con agentes antidrogas su entrega. A cambio de no pasar toda la vida en prisión, acordaron entregar evidencias que permitieran a las autoridades fincarles cargos a los líderes del cártel sinaloense; seis meses después se convertirían en agentes encubiertos.
Así, el gobierno de EU conoció la voz de Joaquín Guzmán e Ismael Zambada —y de su hijo Vicente Zambada—. Grabaron conversaciones con los jefes del cártel. El acuerdo culminó con la captura de 54 narcotraficantes asociados al Cártel de Sinaloa. En total, registraron 70 grabaciones y sus testimonios fueron presentados al gobierno de México para solicitar la extradición de Vicente Zambada y Joaquín Guzmán.
Venganza
El 27 de junio de 2015 los gemelos se pararon frente al banquillo del juez Rubén Castillo a escuchar su sentencia.
Castillo, uno de los magistrados más emblemáticos de Chicago, quien ha sentenciado desde hace dos décadas a narcotraficantes de alto perfil, inició su discurso señalando que los gemelos Flores eran su caso más devastador y sin precedentes: “¿Cómo un par de jóvenes se convierten en los traficantes de droga más importantes desde la fundación de Chicago? Ustedes crearon una carretera de drogas”.
Esa tarde los sentenció a 14 años de prisión, ya que debido al pacto previo con el gobierno estadounidense el juez no podía condenarlos a cadena perpetua. Pero su discurso final provocaría que a los hermanos Flores se les pusieran los ojos húmedos:
“Yo no voy a dejarlos en la cárcel de por vida, pero ustedes realmente ya están condenados a cadena perpetua. Ustedes y sus familias por el resto de sus vidas van a tener que mirar por encima del hombro, y se van a estar preguntado si el vehículo o la moto que esté a su lado viene por ustedes. Se preguntarán si alguno de ellos viene a matarlos. En cada momento, cuando ustedes enciendan su carro se preguntarán si el carro arrancará o va a explotar, y eso será por el resto de sus vidas”.
Los gemelos desmantelaron la base de operaciones del Cártel de Sinaloa en Chicago. En 2009, en pleno juicio, pagaron por su traición: el auto de Margarito, su padre, fue localizado en el desierto de Sinaloa, en el parabrisas les dejaron un mensaje: “Se callan o les enviamos su cabeza”. Su padre sigue desaparecido.
Little Sinaloa
Atinas que llegaste a La Villita cuando de un arco de concreto cuelga papel picado de colores verde, blanco y rojo. Pero lo sabes con exactitud cuando a tu paso encuentras bocinas recubiertas con bolsas de plástico y se escucha fuerte un popurrí de corridos.
En La Villita, más de 90 mil personas —88% mexicanas— no paran de trabajar. Es viernes y en los establecimientos de envío de dinero a México se aglomera la gente. Localizada en el centro sur de la ciudad, este lugar empezó a poblarse de mexicanos en 1970. Comienza en la calle 18 y termina en la 26. En los límites territoriales se han generado históricamente enfrentamientos entre pandillas.
Hasta hace un par de años, en La Villita se veían grupos de jóvenes afuera de las barberías. La etnicidad era diversa: afroamericanos, latinos, caribeños e italianos. Hoy los mexicanos son omnipresentes.
Héctor, oficial adscrito al Departamento de Policía de Chicago y comisionado a este sector, dice que desde 2008, cuando los hermanos Flores transitaban por La Villita en sus Jaguares, cambiaron los patrones de detención en la zona.
Recientemente abundan las camionetas de llanta grande, de doble cabina. Los jóvenes llevan ropa ajustada, botas picudas, camisas y bolsas de lujo, joyas costosas. “Se creen narcotraficantes. Antes imitaban a los mafiosos italianos, ahora su héroe es El Chapo”.
Cristina Juárez, una mexicana propietaria de un local de ropa sobre la calle 18, dice que la moda ha cambiado este año en la zona. “Antes me pedían las camisas aguadas, de cholos, los cintos con la letra cursiva. Ahora tuve que hacer un pedido grande a Los Ángeles para que me trajeran la novedad, porque me las están pidiendo mucho y no me doy abasto”.
Habla de las nuevas camisetas que llevan estampadas las figuras de Guzmán Loera y la actriz Kate del Castillo. Hay otros modelos arrebatados: Prision Brake El Chapo Guzmán, y la más reciente, con un estampado de plástico que muestra al narcotraficante con una camiseta de seda azul: la Chapo Style. Es la más cara de todas, cuesta 150 dólares y hay tallas para niño.
La manera de vestir, asegura el oficial Héctor, va ligada a una aspiración. Los jóvenes quieren camisas de más de 100 dólares, joyería, autos lujosos como los que conducían los hermanos Flores cuando vivían en La Villita y la hicieron el centro de operaciones del Cártel de Sinaloa en la costa Oeste.
La huella de los gemelos Flores quedó firme. De acuerdo con la Comisión del Crimen, en Chicago el Cártel de Sinaloa tiene actualmente más de 100 mil pandilleros a su servicio.
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