La violencia criminal en Michoacán alcanzó nuevos niveles de impunidad brutal, cortesía del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y sus alegres compinches, Los Viagras. Primero, un comando de más de cien sicarios se dio un tour de destrucción y muerte: asesinaron a balazos a tres jornaleros en El Ahijadero, prendieron fuego a un autobús de pasajeros para calentar la carretera y se lanzaron con drones armados y rifles Barrett contra bases militares y poblaciones civiles, porque la narco-innovación no se detiene ni respeta horarios de oficina.
Matanza, drones y destrucción: el menú criminal
En simultáneo, el CJNG desató ataques en por lo menos tres municipios: Apatzingán fue escenario de una emboscada que dejó a un elemento del Ejército Mexicano muerto y a dos más heridos, mientras los agresores disparaban fusiles de asalto y lanzaban explosivos desde drones. Si los militares respondieron por aire y tierra, fue porque les lanzaron la guerra en modo frontal, todo bajo la sombra de una impunidad que sigue dejando huellas de sangre en la región.
Por si fuera poco, en Tepalcatepec, una pista aérea fue bombardeada con drones armados, destruyendo tres avionetas. En Coahuayana, además de las ejecuciones, colocaron “ponchallantas” por si algún osado quería escapar por carretera. Y claro, hubo suspensión de clases y un toque de queda social ante las amenazas y el terror.
La ley, ausente; la comunidad, sitiada
Mientras las autoridades federales desplegaban operativos por tierra y aire con ganas –aunque siempre tarde–, lo único que quedó claro fue que la coordinación criminal puede superar a la supuesta “estrategia de seguridad”. No sorprende, entonces, que la Guardia Comunitaria y los mismos habitantes intentaran repeler la ofensiva, ante la insuficiencia y demora gubernamental.
Esta jornada sangrienta es un insulto directo al concepto de gobernabilidad: la narco-guerra avanza con drones, barrets y autobuses calcinados, mientras la población queda atrapada entre mensajes intimidatorios y ráfagas de alto calibre. En Michoacán, el narco poder está vivo, armado, y no tiene límites. La lógica es clara: el Estado es un actor más –y muchas veces, el último en enterarse–.
Bienvenidos a la guerra no declarada que cada vez se parece más a una distopía con cárteles de artillería pesada y ciudadanos como rehenes perpetuos.
Con informacion: LA SILLA ROTA/




No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: