Al igual que con los primeros dos años de Trump, en el gobierno de la 4T, todas las críticas se hacen detrás de la puerta, nadie confronta al presidente ni se le cuestiona. Por eso, López Obrador debe verse en el espejo del inquilino de la Casa Blanca
El presidente Donald Trump está frente a un pelotón de fusilamiento. No solo sus adversarios, sino sus -alguna vez- incondicionales le están exigiendo dejar la Casa Blanca, a 13 días de que concluya su mandato.
Ya es imposible ocultar, no su soberbia, su egocentrismo o su debilidad por mentir una y otra vez, sino su primitivismo político, su perversidad, su incapacidad para distinguir entre el bien y el mal, entre lo que salva o lo que destruye a una sociedad como la que gobierna.
Solo él se cree sus discursos, solo él compra sus mentiras, solo él tiene los datos correctos, los que demuestran un fraude electoral que nunca existió. Y se aferra a su verdad, aunque nadie en su gabinete lo secunde.
El asalto del miércoles al Capitolio finalmente lo exhibió de carne y hueso. Como un sedicioso en jefe, enviando a sus hordas de supremacistas blancos a amenazar el destino de toda una nación y sus consecuencias con el planeta.
Falló en su intento, se le revirtió el golpismo. Y ahora va por otorgarse a sí mismo el perdón, en un indulto político que lo blindaría de cualquier acusación posterior a su salida.
Desde el ‘Rusiagate’, hasta las amenazantes grabaciones a los funcionarios electorales de Georgia, alcanzando la profanación al corazón de la democracia norteamericana.
Pero las presiones para que renuncie de inmediato y ceda la silla presidencial a su vicepresidente, Mike Pence, crecen por horas.
Nancy Pelosi ya anunció que volverán a buscar el ‘impeachment’ de Trump, si su gabinete no invoca la Vigésimo Quinta Enmienda y le retiran el apoyo, e instalan al vicepresidente al frente del gobierno. Pence se resiste.
Para la líder del Congreso, “aunque faltan solo 13 días, cualquier día puede ser un show de horror para los Estados Unidos”. Pelosi calificó ayer las acciones presidenciales del miércoles como “sediciosas”.
El Departamento de Justicia ya dijo que no descarta investigar el involucramiento del presidente Trump en el asalto al Capitolio. El fiscal de Washington, Michael Sherwin, advirtió que están buscando “a todos los actores, no solo las personas que se introdujeron al edificio”.
Incluso, John Kelly, quien fuera jefe del gabinete de Trump en sus primeros dos años, dijo que si aún estuviera dentro del gobierno, él votaría porque se aplicara la Vigésimo Quinta Enmienda. Y fue tajante cuando dijo que “Trump está incapacitado para ejercer los poderes y las tareas de su oficina”.
La crisis del final del gobierno ‘trumpista’ alcanzó al gabinete, en donde Elaine Chao, la secretaria de Transporte, y media docena de funcionarios renunciaron como protesta por los hechos del Capitolio.
Pero la renuncia de Chao no es cualquiera. Ella es nada menos que la esposa de Mitch McConnell, el líder republicano en el Senado. Una condena más evidente, imposible.
La crisis política y el deterioro se aceleran por horas. Y quien arrancó su gobierno prometiendo que limpiaría el pantano, lo está dejando más inmundo, más pestilente, con una nación dividida y colapsada. Una burla global.
Es cierto, como lo dice el presidente Trump, que en esta última elección logró más votos que hace cuatro años.
Pero también es cierto que fueron más los norteamericanos que salieron a votar por el cambio, cansados de su autoritarismo y sus desplantes, y eligieron al demócrata Joe Biden.
Viene este recuento sobre la mesa para que aprendamos en cabeza ajena. Para que nuestros líderes -en especial el presidente Andrés Manuel López Obrador- se asomen a lo que puede suceder si insisten en ejercer con arrogancia y absolutismo el poder.
No se puede apoyar a un presidente saliente como Trump, ignorar y despreciar a un presidente entrante como Biden, decir que no se acudirá a la toma de posesión y de paso negarse a fijar postura sobre el asalto al Capitolio, sin que se paguen mañana consecuencias diplomáticas.
No se puede insultar a los mexicanos defendiendo las vacaciones del epidemiólogo Hugo López-Gatell, llamándolo “el mejor funcionario del mundo”, cuando las cifras de la pandemia hablan por sí mismas de su más absoluta negligencia, que raya en el genocidio.
Tampoco se puede salir a defender las flagrantes mentiras de Manuel Bartlett para justificar, con un inexistente incendio de pastizales, su incompetencia para evitar el gran apagón de la CFE. La corrupción en el sector eléctrico es rampante.
Ni qué decir de la inserción en el gabinete de personajes sin las capacidades para hacerle frente a dependencias como Educación, que exigirían expertos en la materia, no amigos, camaradas políticos o incondicionales.
No hablemos tampoco del discrecional acomodo de los organismos autónomos a los que se les quiere reubicar como subalternos de secretarías o dependencias del Ejecutivo. Adiós a la autonomía. Muy preocupante.
Pero al igual que sucedió con los primeros dos años de Trump, en el gobierno de la Cuarta Transformación, todas las críticas se hacen detrás de la puerta, nadie confronta al presidente ni se le cuestionan sus decisiones.
De nada sirven las reuniones, lo mismo con empresarios que con gobernadores, líderes sociales o activistas buscando algún acuerdo o concertación.
La última palabra se da en La Mañanera, la razón tiene un solo dueño y los responsables conocen de los planes, igual que el resto de los mortales.
Por eso decimos que el presidente López Obrador tiene que verse en el espejo del inquilino de la Casa Blanca.
Sería lamentable que hacia finales del sexenio -o incluso frente a las inminentes elecciones de medio término- acabáramos haciendo de nuestra política otro asalto a la democracia. Lo último que México necesita es un Andrés Trump.
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