Nada más publiqué mi columna sobre “El beso en tiempos virales”, y el subsecretario de salud, el mismísimo Hugo López-Gatell, decidió contestarme con un beso que salpicó y humedeció las redes sociales (provocando escupitajos de quienes lo detestan, y otras secreciones entre quienes lo admiran).
No, no se crea que exagero, en las supuestas fotos el subsecretario dejaba a un lado el traje de funcionario y me contestaba con su versión de una historia personal y privada: la pasión y el beso según San Gatell.
En una secuencia de tres imágenes, la paparazza que aparentemente captó la escena, nos muestra al hombre que en su fase pública es subsecretario de Promoción de la Salud, en la terraza de un restaurante al aire libre, con una mujer cuyo perfil apenas se dibuja. En la primera imagen conversan, en la segunda hay un escarceo de juego y en la tercera, López-Gatell le planta un beso que ella recibe gustosa. Ni cubrebocas, ni sana distancia, ni beso furtivo en tiempos de pandemia.
Yo, que en mi columna anterior, hablaba del cuadro “Los amantes” de Magritte, de 1928, donde una pareja con los rostros cubiertos se besa a pesar de las telas, como una obra acaso premonitoria de los tiempos infecciosos que corren. Me preguntaba entonces: ¿cómo nos veríamos besándonos con cubrebocas?, ¿cómo sobrevivir a esta expulsión del edén implícito en un beso que hace nacer un mundo —“el mundo nace cuando dos se besan”, decía Paz—, si un simple intercambio de saliva puede ser letal, si besamos a la persona equivocada? Proponía yo entonces la imaginación y el juego para cumplir la sugerente divisa: “Bésame sin labios”.
Pero la realidad siempre nos rebasa, tanto si son imágenes reales, como si fueron trucadas como ha sugerido el portal InfodemiaMx. Sobre todo si hablamos del deseo y del instinto, más allá de la desinformación, la negación o la franca rebeldía. Como me decía mi amiga, la connotada socióloga de a pie, Soledad Aranda: “Yo veo en las calles y en las entradas y salidas o andenes del Metro, o en la Alameda, en plazas y lugares públicos, a muchas parejas de novios, novias, novio y novia, dándose tremendos besos y más. No les veo ni tantita preocupación por el coronavirus… ¡Dichosos!”
“Nada sabe tan dulce como su boca, tan sólo alguna cosa que no se nombra”, cantaba Víctor Manuel en una época en que besarse no nos creaba ningún conflicto existencial. “Besar o no besar. He ahí el gran dilema”, diría un Hamlet temeroso de contagio en nuestros días, conforme a las recomendaciones de salud pública actual.
Pero en la esfera de lo personal, ahí donde hasta las figuras públicas tienen derecho a tomar decisiones en su vida privada, ahí sí que opera la máxima del tambor o papalote para que lo jueguen a su gusto y voluntad —quien entendió, entendió—. Como señaló alguien en Twitter en respuesta a las fotos polémicas: “¿A estas alturas alguien besa a su pareja con cubrebocas puesto? Mucha hipocresía en las críticas a López Gatell. Que viva el amor”. Ahora que, ya puestos en la exigencia y la necesidad, incluso besarse con cubrebocas no impediría que la pasión humedeciera la tela —con la subsecuente filtración de saliva, que a estas alturas se antoja hasta seminal, pues como bien sabía el poeta Elías Nandino, “hay besos que valen mucho más que un coito completo / porque son tan carnales, de veras, / que nos dejan las bocas con dolor de caderas”.
Porque quien los probó lo sabe, Joaquín Sabina afirmaba en “Siete crisantemos”: “lo malo de los besos es que crean adicción”. En los tiempos que corren, también se me hace que producen mucho antojo y hasta envidia. Y es que con tanto encierro y tanto encono en la esfera pública virtual y real, todos andamos desquiciados. Va un ejemplo personal de muestra, pero sé que no soy un caso aislado. Ahora que empezaron a abrirse espacios públicos cerrados por la COVID-19, en vez de leer la noticia “Reabrir los museos”, me jugó una broma mi dislexia digital y al confundir una “e” por una “l”, entendí la frase incitadora: “Reabrir los muslos”. Se me dirá que es mi vena pornográfica usual, pero pienso que también es la pandemia del que hambre tiene, en bizcochos piensa.
Qué bien que haya quien decida cuidarse y hasta bese con cubrebocas y haga el amor con guantes y un supercondón que abarque todo el cuerpo. Pero también, bienaventurados quienes besan como dioses porque se creen eternos, porque están enamorados. Los trovadores —incluidos los del amor cortés o los cancioneros de hoy— siempre han sabido de las bodas de Eros y Thanatos, como cuando Agustín Lara decía en un afamado tango: “Arráncame la vida con un último beso de amor”.
No les gustará a aquéllos de las dictaduras de la salud con medidas draconianas, pero la libertad propia para elegir es a final de cuentas un asunto personal. Respetarla significa tanto como considerar la vida. Y creo sinceramente que sólo así venceremos, cuidándonos, pero también reafirmando la vida y respetando las decisiones de cada cual.
Fuente.-Ana V. Clavel
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