En caso de que se niegue la información del proceso en contra del general retirado, las autoridades mexicanas podrían restringir, en represalia, la colaboración y el intercambio de información con la DEA en el combate al narcotráfico.
Y es que en un análisis interno que hicieron miembros del gabinete de seguridad federal, al menos un parde secretarios que participaron en esas reuniones, barajaron que la detención del general Cienfuegos podría ser una represalia de la DEA por el caso del fallido operativo para detener y extraditar a Ovidio Guzmán, hijo del Chapo, ocurrido el 17 de octubre de 2019 en la ciudad de Culiacán. Aquella detención se planeó y ejecutó con información de inteligencia que entregó directamente la agencia antidrogas estadounidense, que fue la que tramitó también la orden que envió por la vía diplomática el gobierno de EU para detener a Ovidio con fines de extradición por acusaciones de narcotráfico. Al no haber obtenido el resultado esperado en aquella operación, se dijo en el gabinete lopezobradorista, pudieron haberse cobrado el error del gobierno mexicano con la sorpresiva captura de un extitular de la Defensa Nacional.
Para la DEA, según los análisis internos del gabinete de seguridad, el Ejército mexicano siempre ha estado vinculado al Cártel de Sinaloa y a sus distintas derivaciones. El intercambio de protección y un supuesto “padrinaje” hacia los narcos sinaloenses son parte del argumento histórico con el que la agencia antidrogas del país vecino ha justificado su animadversión hacia los militares mexicanos, una desconfianza además mutua porque tampoco en el Ejército confían en la DEA ni aceptaban su intervención y operaciones en territorio de México.
Fueron esos argumentos en contra de las fuerzas castrenses mexicanas, los que llevaron a varios directores de la poderosa agencia antinarcóticos a intentar, en su momento, acusar y detener a otros exsecretarios de la Defensa a los que señalaron de presuntos vínculos con el narcotráfico como a los generales Juan Arévalo Gardoqui, secretario de 1982 a 1988 con Miguel de la Madrid; y a Antonio Riviello Bazán, titular de la Defensa entre 1988 y 1994 en el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Lo que llevó al presidente López Obrador a rectificar su posición original en torno a la presunta culpabilidad del general Cienfuegos, cuya detención en un principio mencionó como “muestra inequívoca de la descomposición del régimen”, fue la enorme presión que se generó en las Fuerzas Armadas, en donde generales retirados y algunos en activo, cuestionaron que el gobierno de México validara, sin conocer pruebas ni la investigación, las acusaciones estadounidenses en contra de un exsecretario de la Defensa del país. Las expresiones de descontento y desánimo entre las cúpulas militares, por la posición inicial del Presidente, hicieron que López Obrador replanteara el tratamiento del asunto y decidiera primero exigir pruebas al gobierno de Estados Unidos, antes de validar un proceso judicial que aún genera dudas sobre su solidez y veracidad en México.
Para presionar que tanto el departamento de Justicia como la DEA se tomen en serio la petición de México y entregue las pruebas contenidas en su expediente contra Cienfuegos y demuestren que hay sustento en sus acusaciones contra un general de cuatro estrellas mexicano, es que se decidió condicionar a que si no se entregan esas pruebas, el gobierno mexicano revisará sus acuerdos de cooperación y de intercambio de información e incluso la entrega de narcotraficantes detenidos, particularmente con la DEA, de cuyas razones para detener y acusar al militar mexicano no se tiene plena certeza ni confianza en la administración lopezobradorista. ¿Mandarán desde Washington las pruebas que exigen en Palacio Nacional?.
fuente.-Salvador Garcia Soto/(Imagen/Milenio)
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