Las últimas dos o tres semanas, a partir del fallido operativo de Culiacán, los que están más cerca del inquilino del Palacio Nacional confirman un cambio notorio e inocultable en el ánimo presidencial que se siente crispado.
A las crisis de seguridad que se han sucedido una tras otra desde el 17 de octubre, empezando con la vergonzosa liberación de Ovidio Guzmán, la masacre en Sonora de 9 mormones, niños y mujeres de nacionalidad estadounidense junto con otros hechos graves de violencia como los 10 ejecutados en Ciudad Juárez, se añaden los jaloneos y confrontaciones por la discusión del presupuesto federal 2020 al interior de las bancadas de Morena en el Congreso y el duro impacto del crecimiento 0 reportado por el Inegi y el estancamiento de la economía nacional; todo eso ha afectado y alterado el estado de ánimo del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Hay incluso quien comenta que, con sus gentes de más confianza, el mismo Presidente que públicamente repite como mantra “Vamos muy bien”, ha aceptado que se acerca al primer año de su gobierno con una situación y un panorama que nunca visualizó en su proyecto de la Cuarta Transformación. “No imaginé nunca que el primer año fuera a ser así”, ha dicho en corto el mandatario. Y aunque públicamente López Obrador explica y justifica la turbulencia que está marcando los primeros doce meses de su administración, como el efecto de “un cambio de régimen, no de gobierno” y una transformación —la cuarta en vida de la República, según el discurso oficial— que busca erradicar la corrupción y la impunidad y que trastoca intereses y privilegios de grupos y provoca inconformidades, en privado el Jefe del Ejecutivo se reconoce insatisfecho con la forma en que camina su proyecto.
Un reflejo de ese ánimo alterado que por estos días trae el Presidente, se observa en las varias confrontaciones y diferencias que ha tenido con distintos sectores dentro y fuera de su gobierno. Desde el enfrentamiento con un sector cupular del Ejército que lo desafió públicamente, al grado que lo hicieron hablar de un posible “golpe de Estado” que después intentó corregir y alejar, hasta la confrontación abierta y sin sentido contra la prensa y los medios de comunicación a los que cuestionó y descalificó por criticar y cuestionar la actuación de su gabinete de seguridad, reprochándoles que “muerden la mano de el que les quitó el bozal”, pasando también por una ríspida reunión el jueves pasado con los diputados de la bancada oficialista en San Lázaro, a los que López Obrador llamó “corruptos” en una reunión en la que el Presidente salió en medio de rechiflas de legisladores del PES, cuando los diputados de la mayoría de Morena y sus aliados le reprocharon la eliminación de rubros del presupuesto 2020 que dejan a los legisladores federales sin recursos para “bajar a sus distritos” mientras que a su pupilo y operador Gabriel García le da “manga ancha” para mover los recursos federales en todo el país.
Y si a todo eso sumamos la presión real que ha comenzado a ejercer la Casa Blanca y la mayoría republicana del Senado de los Estados Unidos para que le violencia criminal de los cárteles de la droga en México sea clasificada como “terrorismo” y con ello se abra la puerta a la intervención legal de las agencias de seguridad estadounidenses para combatir al narcotráfico y a sus violentos capos y sicarios en el territorio mexicano, es claro que aún en el político que muchos consideran el más astuto, completo y hasta taimado, el efecto de tanta presión terminará teniendo un efecto como el que por estos días se ve en el presidente mexicano.
EL CHOQUE CON DIPUTADOS OFICIALISTAS
El último episodio en el que afloró el ánimo molesto del Presidente ocurrió apenas el jueves por la tarde en Palacio Nacional. El Presidente recibía a las bancadas de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados para escuchar sus posiciones sobre la discusión del Presupuesto de Egresos federal de 2020. Los legisladores llegaron encabezados por el coordinador Mario Delgado y lo que se planeó como un encuentro de diálogo y entendimiento, terminó con una imagen que confirma el ambiente de crispación que se vive en estos momentos en la 4T: López Obrador abandonando el salón sin despedirse, enojado, mientras un grupo de legisladores del PT y del PES, dos bancadas aliadas, le lanzaban chiflidos de rechazo desde el Salón Tesorería de la sede presidencial.
Versiones de varios diputados asistentes proporcionadas a esta columna, afirman que el encuentro, que no duró ni una hora, se tensó cuando los diputados oficialistas, en su mayoría petistas y de Encuentro Social, pero también algunos de Morena, comenzaron a quejarse de que se hubieran eliminado del paquete presupuestal todos los conceptos y partidas que permitían a los diputados federales hacer labor de gestión y “bajar recursos y programas federales” en sus distritos, porque todos esos conceptos fueron erróneamente considerados como “moches”, cuando se trataba de presupuesto que terminaba beneficiando a los ciudadanos por la vía de sus diputados. Al Presidente no le gustó el tono del reclamo, que se agudizó cuando algunos legisladores se quejaron de que mientras a los congresistas se les escamoteaban y negaban los recursos para hacer trabajo social, al coordinador de los Programas Federales de la Presidencia, Gabriel García, se le daba “manga ancha” en el manejo del presupuesto con sus “súper delegados” y sus coordinadores regionales de los “servidores de la Nación”.
Lo que más irritó al Presidente fue cuando un par de legisladores del PES lo interrumpieron en su mensaje para reclamarle a voz en cuello que lo que imperaba en el presupuesto federal del próximo año eran criterios de “clientelismo” a través de los programas sociales, le reprochó uno, mientras el otro diputado de plano aseguró que los apoyos para el campo nacional eran una “mentira”. Fue entonces cuando López Obrador perdió la calma y lanzó la primer pregunta a los diputados del oficialismo: “¿Será que aquí hay corruptos?”, preguntó el mandatario, ante lo cual surgieron los primeros chiflidos. Y entonces el Presidente arremetió: “Hay algunos que se están volviendo conservadores, y créanme, no les conviene”.
Para ese momento, el coordinador morenista, Mario Delgado, intentaba acallar las expresiones de inconformidad en las bancadas oficiales, pero los reclamos se habían desatado. López Obrador insistía en que la 4T debe estar a la altura de otras transformaciones que le antecedieron en el país y hablaba de establecer en la Constitución los derechos a los apoyos sociales de los sectores más vulnerables del país. Pero hubo un momento en que la tensión entre el Presidente y varios diputados se volvió evidente en el murmullo que se escuchaba cada vez más fuerte mientras el mandatario trataba de explicarles a los legisladores. Hasta que de plano AMLO perdió la paciencia y se levantó del presidium para retirarse sin una despedida, mientras atrás sonaban las rechiflas de algunos grupos petistas y del PES, en algo que deja claro que los ánimos están alterados no sólo en la casa presidencial sino también entre sus aliados.
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