Armando se sostiene de la puerta de un cajero en la Calzada de Tlalpan. Entra y sale constantemente: del cajero automático a la entrada, del piso a la entrada. Toma aire. Respira con dificultad. Son poco más de la media noche del miércoles. Tose un poco. Se le ve mal. Tiene 81 años, el 27 de mayo cumplirá 82.
Entre sus cosas, el hombre, que dice no tener familia, guarda un papel fechado el 21 de abril pasado: es el resultado de un servicio de triage realizado en el área de urgencias del Hospital General Dr. Manuel Gea González, en el que le realizaron un estudio de biometría hemática. “Neumonía atípica por probable COVID-19” es el diagnóstico.
En el interrogatorio del hospital, don Armando dice que está diagnosticado con esquizofrenia paranoide desde enero de este año, que toma una pastilla de haloperidol –un fármaco antipsicótico– de 5 mg cada día, que es hipertenso y que también toma una pastilla de amlodipino. No sabe si padece de alguna otra enfermedad crónica.
Diagnóstico de neumonía atípica por probable COVID-19.
Hace 12 días salió del psiquiátrico Fray Bernardino y, ante la falta de una red de apoyo, estuvo pasando las noches en distintos cajeros de la ciudad. Seis días más tarde, empezó con tos seca, dificultad para respirar y sintió que la temperatura de su cuerpo se elevaba, por eso buscó ayuda médica.
Armando es sólo uno más de los adultos mayores que viven solos y que enfrentan sin apoyo la pandemia de coronavirus. En total, un millón 700 mil mexicanas y mexicanos de más de 60 años están en esta situación, de acuerdo con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID 2018).
Según las estadísticas, siete de cada 10 ancianos tienen alguna discapacidad o limitación, lo que los pone en una situación de mayor vulnerabilidad ante el contexto actual.
“En 2009, con la influenza, los más afectados fueron los adultos jóvenes, en esta ocasión son las personas adultas mayores quienes tienen mayor posibilidad de tener complicaciones, de ser hospitalizadas y de morir, según se ha visto en otros países. Lo mismo está ocurriendo aquí. Se agrava cuando no hay redes de apoyo”, dice en entrevista el Dr. José Alberto Ávila-Funes, jefe de Geriatría en el Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán (INNSZ).
“SÓLO QUIERO QUE ME ATIENDAN”
Antonio, Naomi y Karla encontraron el caso del señor Armando por un video en una página de Facebook y decidieron salir a buscarlo. En el video, Armando dice “me cansé, ya eran las dos de la mañana y me fui a dormir a un cajero (...) me siento bien mal, traigo mi papel aquí, pero que no hay camas”.
Lo encontraron tras cinco minutos de búsqueda recostado e intranquilo en un cajero Santander sobre Tlalpan, casi esquina con San Fernando.
Armando les cuenta que los médicos le pidieron llamar a un familiar, pero que no tiene a nadie. Pasó tres noches en el hospital en espera de una cama, hasta que una mujer con síntomas similares murió a su lado esperando la atención. Él entró en pánico y comenzó a decir que no se quería morir. Los doctores le explicaron que no había camas, pero que a la vuelta otros hospitales estaban abriendo espacios. Decidió ir a buscar ayuda y le dieron el alta.
En el papel que trae consigo, señalaron que durante la exploración física, Armando se tornó agresivo, y que encontraron en la exploración torácica patrones típicos de COVID. “Paciente refiere retirarse de la unidad”, escribieron. Luego volvió y lo rechazaron porque dijeron que él firmó el alta voluntaria, en los otros hospitales de la zona no lo recibieron porque no llegó a bordo de una ambulancia.
–Si yo fuera un hada madrina, ¿qué me pedirías en este momento? –le preguntaron los jóvenes cuando le encontraron.
–Lo único que quiero es que me atiendan. No me quiero morir en la calle –contestó, recuerda Antonio.
Consiguieron que llegara una ambulancia que le revisó. Tenía 39 de temperatura y su respiración superaba los niveles normales. Con el documento en mano y los síntomas, era apto para recibir apoyo por COVID-19, pero en varios hospitales de la ciudad le dijeron que no había camas para recibirlo.
Una ambulancia llegó por él.
“No hay camas disponibles para COVID. Repito: no hay camas para COVID”, escuchaban por la radio. Habían pasado ya cuatro horas y Armando se notaba cada vez peor. La desesperación crecía.
La historia se viralizó y fue retomada por medios como La Prensa y Milenio, que lograron acudir al sitio. En un video transmitido en Milenio, se escucha como don Armando le dice a Karla que al cruzar la calle ya no puede caminar, porque se siente muy cansado.
Un golpe de suerte surgió: una cama se liberó en el Hospital General Ajusco Medio. Esperaron 40 minutos más a otra ambulancia especializada que se llevó consigo a Armando. Una de las activistas monitorea a distancia su situación, pero no hay información suficiente porque no hay una línea directa familiar.
Hasta el momento no se sabe si Armando está estable, grave o peor.
Don Armando estuvo pasando las noches en distintos cajeros de la ciudad.
RIESGO ALTO PARA EL ADULTO MAYOR
De acuerdo con datos oficiales, al 30 de abril, más de 2 mil 580 adultos de más de 60 años están hospitalizados por coronavirus en el país, mientras que sólo mil 300 son casos ambulatorios.
El propio Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción a la Salud, constantemente pide incrementar el cuidado a las personas adultas mayores, pues entre más edad, más riesgo de requerir hospitalización.
Los datos de mortalidad de COVID-19 indican que casi el 50% de las defunciones oficiales por la enfermedad han sido de personas de 60 años o más.
“En España e Italia, han mostrado que la proporción de personas que llegan a ser hospitalizadas por la gravedad del padecimiento son adultos mayores, lo mismo quienes requieren tratamiento de soporte vital y la mortalidad es de hasta el 80%”, detalla Ávila-Funes.
En Europa, a mediados de mes, organizaciones benéficas británicas hablaban de que las cifras de fallecimientos podrían ser mayores porque una gran parte de las muertes de personas de la tercera edad estaban siendo ignoradas al morir en sus casas o en residencias de ancianos. Según la BBC, esto se repite en España, Italia y Francia, donde también se contabilizaban sólo los casos que ocurrían en centros médicos.
Ávila-Funes dice que las recomendaciones son extremar el aislamiento de personas adultas mayores, evitar visitarlos para prevenir escenarios catastróficos, como ha ocurrido en otros países donde los mayores afectados son parte de este grupo poblacional. En España, por ejemplo, se estima que han fallecido 16 mil 510 personas con COVID-19 o que presentan síntomas parecidos; en Italia sólo el 7% de los muertos son menores de 65 años.
Pero en México, hay muchos que, por sus circunstancias personales, no pueden respetar el aislamiento.
EL MIEDO
María tiene 79 años y vive sola en un lugar llamado Tecómitl, en la alcaldía Tláhuac. Hace tres años su esposo murió y la casa de dos pisos que compartieron durante más de 50 años quedó habitada sólo por ella. No tuvieron hijos.
Por fortuna, doña María no tiene enfermedades crónicas, pero sabe que su edad la pone en estado de vulnerabilidad. A la pregunta de si le da miedo contagiarse de COVID-19 contesta que no, que lo que le da miedo es que su cuerpo no pueda pelear contra el virus y que, un día, sin darse cuenta, muera, sola.
La soledad, explica el Dr. Ignacio Orozco, uno de los fundadores de la geriatría en México, es un problema serio para la mayoría de las personas y en la tercera edad se agrava. “Tenemos un grupo muy grande de adultos mayores cuyos hijos no ven por ellos o que no tuvieron. Es un problema emocional severo, se sienten frágiles y abandonados, en este contexto es peor, porque no pueden ni salir a la esquina porque es un riesgo. Sufren una soledad tremenda que puede desembocar en una depresión seria”.
María se apoya en sus sobrinos para que la lleven al mercado, ella hace sus propias compras. También visita a sus hermanas que viven en un pueblo cercano. No usa cubrebocas, pero se “baña” las manos en gel antibacterial.
“Tengo que seguir haciendo mi vida, ¿qué voy a hacer encerrada todos los días?”, dice.
Datos de la ENADID señalan que la mayor cantidad de personas adultas mayores que viven solas son mujeres (65.3%), pues como explica Orozco, las mujeres en México y el mundo viven más años que los hombres, ellas viven en promedio 76.7 años, seis años más que ellos, según la Consejo Nacional de Población (CONAPO).
La situación conyugal de las mujeres adultas mayores que viven solas es que el 65.3% son viudas, como María, mientras que sólo el 42.6% de los hombres los son. Otros tantos están separados o divorciados (31.5% hombres y 19% mujeres), solteros (17.2% hombres y 13.9% mujeres) y el resto unidos o casados, que también enfrentan al mundo en pareja, pero sin una red de apoyo externa.
Orozco, el geriatra experto, explica que, sin pandemia, los riesgos para las personas mayores que viven solas, que se valen por sí mismas, que administran sus medicamentos, que van a ver al médico, se incrementan. “Ellos reducen su capacidad de una alimentación adecuada, se les complica cocinar o comprar alimentos y no adquieren los nutrientes adecuados, la gran mayoría –un 90%– no realizan ejercicio, solamente están en casa confinados, no se mueven y disminuyen su capacidad muscular y eso los debilita en general”, detalla.
Una epidemia, cuyo foco principal son los ancianos, agrava todo el panorama. “Ahora hay que sumarle el estrés que la soledad del confinamiento está causando y que, al término de esto, veremos las consecuencias. Muchos se van a descompensar por la cuestión económica, alimenticia y emocional. Se altera su presión, la diabetes empezará a dar tumbos, habrá infecciones en vías urinarias que no se notan pero que causan cansancio y luego apatía, dejan de comer y tomar líquidos”.
LAS LLAMADAS: ENTRE LA INFORMACIÓN
Un estudio del Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, denominado “Ventajas y peligros en una línea directa en tiempos de COVID-19”, retoma las preocupaciones que externaron adultos mayores que llamaron a la línea que instauró la institución para atenderlos exclusivamente a ellas y ellos.
En 10 días recibieron 64 llamadas y mensajes de texto de adultos mayores que hablaron sobre sus dudas sobre la logística de sus citas, medidas preventivas, preocupaciones por padecer síntomas respiratorios y, sobre todo, la situación del sistema de salud. Hay una preocupación sobre si se va a dar abasto o no el sistema, y si se les va a atender.
Un hombre de 92 años que tiene la enfermedad de Crohn, padecimiento intestinal inflamatorio crónico que afecta el recubrimiento del tracto digestivo, estaba preocupado por tener que cancelar su cita médica y reajustar sus tratamientos. “Envió una foto con el mensaje ‘para que me ubiques’”, en referencia a la cita que le habían ayudado a programar, narraron la doctora Ana Patricia Navarrete-Reyes, del Departamento de Geriatría, y el Dr. Ávila-Funes.
Otra de las preocupaciones es la falta de información recibida. Los investigadores señalaron que “estas llamadas son un recordatorio frecuente de qué tan desafortunados son los mensajes enviados a la población por políticos y personajes influyentes”.
También subrayan que hay quienes no pueden aislarse. “Las conversaciones con este grupo son testimonio de cómo los conceptos de distanciamiento preventivo social, y el encierro, se contraponen a la supervivencia para una gran proporción de mexicanos que se gana la vida día a día”.
EL ESTRÉS
“¡Geno! ¿Quiere algo del Oxxo?”, le grita un vecino de barandal a barandal en el edificio de la colonia Juárez, a Genoveva, una mujer de 76 años que lleva viviendo toda su vida ahí. Ella se considera una persona religiosa, se casó cuando jóven y luego se separó. Su hijo creció, se hizo adulto y no sabe mucho más. Se ven poco.
Hace su vida normal: tampoco usa cubrebocas y el gel antibacterial le parece molesto. Va al mercado sin compañía, limpia los barandales del edificio. A veces se deja ayudar por los vecinos, pero le gusta su independencia.
Sobre la pandemia no ha querido informarse. “Todo el tiempo están hablando de eso en la televisión y en el radio. No sé bien a bien si es verdad. Me altera todo lo que oigo entonces mejor le apago”, dice.
La sobreexposición a la información, asegura el director del área de geriatría del INNSZ, incrementa el estrés y la ansiedad en las personas de la tercera edad.
“Aún no conocemos el impacto –comenta Ávila-Funes–, pero prevemos cuestiones psicológicas secundarias al confinamiento que ya se ha visto en otros países y que depende de la duración de la cuarentena, el nivel de preocupación que la gente pueda manejar por la epidemia, el aburrimiento, la mala información recibida, la pérdida de las ganancias, el sentimiento de estigmatización de que por ser parte de un sector posiblemente podría quedar exento de alguna medida de salud”.
Este último punto se refiere a un factor extra estresante para este sector de la población. El primer borrador de la “Guía Biomédica para COVID-19”, que preveía escenarios de saturación hospitalaria en los que el personal médico tuviera que decidir a quién darle la atención médica de urgencia. En él se apostaba por privilegiar a los más jóvenes por encima de los mayores, además de apostar por quienes no tuvieran enfermedades crónicas.
“Sí me asustó pensar que si algo me llegara a pasar, pues no habría posibilidad de salir de eso, pero será lo que Dios quiera y también ya he vivido lo que tenía que vivir, si me toca, pues…”, se queda pensando y recuerda a su hijo. “Me gustaría verlo”, dice Geno.
Retomar las relaciones familiares, llamar a los amigos, a los vecinos o a cualquier persona, en estos tiempos, es una forma en que los adultos mayores pueden reducir su ansiedad y estrés ante la pandemia.
“A veces son ellos mismos los que se relegan de la sociedad, les da pena pedir ayuda, pero este momento es clave para retomar sus relaciones y reducir esa soledad que les aqueja”, explica Orozco.
LAS FALLAS INSTITUCIONALES
El 40% de los adultos mayores que viven solos, de más de 60 años, son económicamente activos. Sus ingresos dependen de los trabajos que, pese a su edad, conservan.
Cubrir las necesidad, ser autosuficientes y tomar decisiones propias, señala el INEGI, son los aspectos vinculados a esta realidad: no todos los adultos mayores pueden confinarse en sus hogares.
La mayoría, pese a trabajar, no tienen prestaciones, unos tantos tienen aguinaldo y unos menos vacaciones con goce de sueldo. Aunque la mayoría tiene una pensión por jubilación o son apoyados por programas de gobierno, al menos 3 de cada 10 dependen sólo de su sueldo.
Un porcentaje mínimo recibe recursos extra de familiares o amigos que residen en el país (16.4%) o en otro país (6.5%), mientras que el 60% no tiene ahorros o ingresos por rentas o alquileres.
María vive de la pensión que le heredó su marido y también es usuaria del programa de pensiones del gobierno federal, Genoveva recibe recursos de su hijo y también es beneficiaria de Bienestar. De Armando se desconoce.
Ignacio Orozco, expresidente de la Asociación Mexicana de Gerontología y Geriatría, dice que la pandemia vino a mostrar las fallas institucionales respecto a la atención al adulto mayor. “Sí, hay un apoyo económico que es muy útil, pero no es suficiente. No tenemos una institución que atienda las necesidades sociales y emocionales de casi 12 millones de personas, nadie ha querido tomar esa bandera”, advierte.
Ahora más que nunca, dice el especialista, ese vacío se nota porque los adultos mayores que están solos están doblando su vulnerabilidad. “Urge que alguien tome la batuta y que, más allá de la parte económica, se vea por el bienestar psicológico, físico y emocional de nuestros adultos mayores”.
Fuente.-@alecrail/