¿Cómo explicar la naturaleza humana que se supone llevan
en el interior esos bichos execrables llamados políticos si no es aceptando que
pertenecen a una taxonomía única y claramente diferenciada del resto de la
especie?
Si alguna inteligencia superior nos observara seguramente
pondría particular atención a esta subespecie, la clasificaría en un lugar
distinto y, atendiendo a su conducta, su nombre asignado en latín vulgar sería
algo como lo que apunto en el título de este texto y, consecuentemente, por
nombre común llevaría el de Político de Mierda.
Lo digo en serio; los hábitos, comportamiento, códigos de
convivencia, longevidad apocalíptica, formas de reproducción y tipo de
alimentación de estos seres nos permite inferir que no pueden ser definidos ni
por el color del partido al que se afilian, ni por el género, ni mucho menos
por el discurso conservador o progresista del que hagan alarde o por la facción
centro –izquierda – derecha u omnipresente que elijan para ubicarse: lo que
verdaderamente los identifica es que tienen una constitución intrínseca
distinta al resto de los seres humanos. Punto.
Nunca entenderé por qué si se han realizado esfuerzos e
investigaciones para comprender los cerebros criminales de los asesinos en
serie o de los psicópatas más connotados, no ha habido ninguna dedicación
científico-biológica para revisar la mollera, la bioquímica y la psique de los
políticos.
Entre ellos y nosotros median tantas y tales diferencias
de juicio y comportamiento que no puedo más que pensar que su materia gris
tiene componentes distintos a los de nosotros, los humanos que habitamos fuera
del subreino animal llamado clase política.
Y tampoco coinciden al cien por ciento con otros
representantes de Animalia; me puse a pensar en los artrópodos, particularmente
en las cucarachas, por ejemplo, ya que presentan varias similitudes con el Politicam
excrementum tales como su capacidad adaptativa milenaria; su inmunidad a
casi todo y su entorno natural que es cualquier lugar oscuro, húmedo y
abundante en alimentos; coinciden también en que su sobrevivencia se basa en el
ocultamiento y la oscuridad, se dice que por cada cucaracha que sale a la luz,
hay al menos doscientas escondidas… otra estrategia que frecuentemente utilizan
para sobrevivir es hacerse las muertas; y si se reproducen en abundancia es
para asegurar su parasitaria permanencia. Sigo hablando de las cucarachas,
aclaro.
Se ha observado que incluso pueden sobrevivir varias
semanas sin cabeza, que el cuerpo funciona y reacciona a estímulos aún cuando
no haya un cerebro coordinando sus acciones … sí, el parecido es sorprendente
pero hay algunas diferencias fundamentales entre estos insectos y el Politicam
excrementum: las cucarachas no se sienten superiores a su condición de
cucaracha, tampoco aspiran al poder, no pretenden comportamientos engañosos
para aparentar que son bellas y gráciles mariposas pues ellas son lo que son.
Además presentan otro rasgo interesante y diferenciador con el Político de
Mierda: las cucarachas toman decisiones en grupo pues la colectividad está
enquistada en sus entrañas.
Con el mismo ánimo comparativo repasé también a los
roedores y a los lobos, encontré algunas similitudes pero más y mayores
diferencias que con las cucarachas.
El Politicam excrementum es un híbrido con tantas
variables que la extravagante morfología del ornitorrinco palidece junto a este
peculiar bicho.
Y es que atendiendo a sus extrañas conductas que ningún
otro representante del reino Animalia reúne, se perfila un organismo único.
¿Cuáles conductas? Pues esas, las que todos conocemos.
Detentan poderes plenipotenciarios conferidos por ellos
mismos, poderes que nunca están sustentados en alguna superioridad de
capacidades real como ser el miembro de la manada más fuerte, más inteligente o
el más experimentado: no, simplemente tienen el poder porque lo tienen.
Siempre gastan más de los recursos existentes y toman más
tiempo del que habían comprometido para realizar cualquier obra y aún así
esperan gratitud y quieren recibir reconocimientos y celebraciones por las
chingaderas que cometen y que además catalogan como la “realización de su
trabajo”.
No tienen el gen de la empatía: para ellos un muerto que
no sea de su sangre no es un muerto, la vida humana no tiene valor sino es la
suya o, en algunos caos, la de los suyos.
Todos aspiran a un lugar de mayor poder o mayor autoridad
y todos se sienten más merecedores que cualquiera para ser nombrados
superiores.
Son increíblemente tercos. Sus acciones -aunque su
discurso diga otra cosa- revelan su verdadera y única voluntad: no cambiar, no
ceder, no escuchar, no ver, no hacer algo diferente porque cualquier cambio
podría atentar contra sus propios beneficios y privilegios.
Los que alguna vez se declararon férreos progresistas
laicos, para el sexenio siguiente se manifiestan conversos y están llenos de
una repentina fe religiosa; pueden, si es necesario, decir que pertenecen al
género masculino un día y al siguiente pertenecer al femenino o viceversa;
llevar una bandera amarilla que cambiará fácilmente a roja, azul, verde o
llevar un arcoíris hecho jirones en la mano: lo importante es estar en un lugar
donde haya recursos, poder y visibilidad mediática.
El que milita en el partido más conservador y que
aconseja abstenerse de toda actividad sexual es el que suele visitar los clubs
de bailarinas eróticas y que paga por tener sexo condimentado con las
parafilias más predecibles. Al que dice creer en Dios y en la compasión divina
no le importa dejar a su paso miles de muertos y es incapaz de pedir perdón por
el dolor causado.
El que se dice cuasi comunista y asegura ser el más
desinteresado en el dinero es por regla general particularmente ambicioso,
capaz de cometer cualquier bajeza con tal de conseguir una cuenta millonaria.
El que promete que velará por la seguridad y que pelea
contra las redes de delincuentes es el delincuente mayor.
Sus lujos faraónicos, sus propiedades vergonzantes, sus
palacetes de origen dudoso y de pésimo gusto como inmensas casas blancas
adornadas con mojones de mierda metálicos o emulaciones del Partenón griego;
son algunos de sus rasgos distintivos.
Y sé que a nadie sorprendo, que doy pinceladas de un
retrato por todos conocido, sin embargo, lo que todavía me descoloca es que
nosotros, los Homo sapiens, aceptemos ser dirigidos por ellos, los Politicam
excrementum.
Es que algo anda muy mal. Si hasta los caballos, esos
nobles y extraordinarios animales de la familia Equidae que han sido
diseñados para la obediencia y la carga, se resisten a ser guiados por un mal
jinete cuando este es torpe, cruel o no tiene don de mando ni habilidad para
andar el camino.
Y la pregunta que me carcome el alma desde hace décadas
es la misma que me hago hoy: ¿vamos a resignarnos otro año más a que esa
subespecie nos diga hacia dónde ir, cómo y por dónde?
Fuente.- @CompaAlmaDelia